SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE LA VIRGEN MARÍA
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
8 de septiembre de 2014
Miq 5, 1-4; Rom 8, 28-30; Mt 1, 1-16.18-23
Hoy celebramos, hermanos y hermanas, una de las fiestas más antiguas de la Virgen:
su nacimiento. Una fiesta que se inició en la Iglesia Madre de Jerusalén y que en
Montserrat tiene, desde hace siglos, un relieve especial porque es la fiesta patronal del
monasterio y del santuario y, también, la fiesta titular de esta basílica, dedicada como
está a la Natividad de la Virgen.
Es una fiesta antigua, pero que nos lleva cada año un mensaje nuevo, actual. Un
mensaje de esperanza renovada a partir de lo que significa para la humanidad el
nacimiento de aquella que tenía que poner en el mundo al Hijo de Dios hecho hombre.
La larga lista, que hemos oído en el Evangelio, de nombres de los precursores de
Jesús , el Mesías , tiene a María como último eslabón. Esta lista, si tomamos lo que el
Antiguo Testamento dice sobre cada uno de los personajes, sintetiza las esperanzas,
las tristezas, los sufrimientos y los pecados de todo el Pueblo de la Primera Alianza. Y,
en cierto sentido, sintetiza los de la humanidad entera. Era una situación envejecida,
sin salida, sin fermentos renovadores capaces de dar nueva vida; era una situación sin
esperanza de salvación, abocada a la muerte. El profeta, en la primera lectura,
hablaba como de una situación de abandono. No había la luz del Evangelio para
alumbrar la humanidad y las puertas del Paraíso quedaban cerradas.
Y el mismo profeta decía que esta situación duraría hasta que, en el momento
establecido, el Señor suscitara, de la familia real de Judá, una madre que tenía que
tener un hijo . Una madre elegida para tener un hijo singular que debía ser pastor del
pueblo de Dios y de la humanidad entera. La oración y el lamento de los hombres y
mujeres de fe de la Primera Alianza encontraron, pues, una respuesta al amanecer de
la plenitud del tiempo (cf. Gal 4, 4) cuando Dios hizo germinar un fruto portador de vida
para el mundo (Romanos el Melode): Santa María, de la cual nació Jesús . Ella es la
madre y virgen anunciada por el profeta, como decía el evangelio de la anunciación a
José que hemos escuchado. María ha puesto en el mundo el fruto lleno de ternura y
de misericordia que Dios Padre ofrece al mundo para que le seque las lágrimas, lo
libere del mal, le perdone los pecados, y le abre la puerta de la felicidad plena en el
Reino. Con Jesús recibimos la Palabra de vida que es el Evangelio dirigido a todo el
mundo, y no sólo al Pueblo de la Primera Alianza. El Evangelio que enseña a la
humanidad a vivir como buenos hermanos y que nos ofrece una vida que supera la
muerte.
Por eso los cristianos, que sabemos qué representa Jesucristo para nosotros y para
todo el mundo, exultamos al celebrar el nacimiento de Santa María. Vemos
preanunciado otro nacimiento, el de Jesucristo, el Hijo de Dios que por obra del
Espíritu Santo tomará carne en las entrañas de aquella joven llena de fe y de gracia
que es María de Nazaret.
Una mirada a nuestro entorno, sin embargo, nos muestra que todavía hay odios,
rupturas familiares, estragos de la droga y de la violencia, situaciones de pobreza y de
miseria que degradan a las personas; hay, en ciertos ámbitos de nuestra sociedad,
dosis de hipocresía. En muchos lugares del mundo, corre la sangre, crece la
desolación, los derechos sagrados de la persona humana son violados, y su dignidad,
su libertad y su honor son pisados. En Oriente medio, están amenazadas muchas de
las conquistas humanas, artísticas, técnicas, morales y religiosas de la cultura
cristiana, que había convivido pacíficamente con la cultura musulmana y con otras
(Patriarca Lutfi Laham). Ante este panorama, puede parecer que el cambio de
situación que el profeta había anunciado para cuando ocurriera este nacimiento, no se
ha producido. Parece que todavía estamos como antes. Sin embargo no es así. El
nacimiento de María como aurora del nacimiento de Jesús ha traído un fruto nuevo en
el mundo: la luz del Evangelio que ilumina a todo el que lo acoge (cf. Jn 1, 9) y la
salvación por medio de la cruz gloriosa de Jesucristo que nos abrió las puertas del
Paraíso. Sólo que este cambio no es algo automático. No es algo que se da al margen
de la libertad de las personas. Es necesario que la luz Jesucristo penetre en los
corazones y en las inteligencias humanas. Es necesario que el Evangelio entre en lo
más íntimo de las personas para que acojan el fruto de vida y de transformación que
aporta. Y esta realidad de transformación interior se da cada día, silenciosamente,
pero eficazmente. Con todo, no será hasta el final de los tiempos que el hijo que María
ha puesto en el mundo haya transformado todas las cosas en plenitud. Mientras, con
la esperanza y la fuerza que nos viene de él, los cristianos tenemos que ir haciendo
obra transformadora tanto de nuestro interior como de nuestro entorno social y del
mundo entero. Los cristianos debemos hacer obra de liberación y de paz.
Pasado mañana será la Fiesta Nacional de Cataluña, celebrada este año en un
contexto muy importante para el presente y el futuro de nuestro País. Los cristianos,
desde las diversas opciones democráticamente legítimas y desde el respeto a las
posiciones diferentes de las nuestras, y desde la búsqueda del bien común, debemos
contribuir a construir una sociedad respetuosa de los derechos de las personas y de
los pueblos, más justa, más solidaria hacia los que sufren por la crisis económica, por
la marginación o por otras causas. Los cristianos debemos amar nuestra Patria, pero
sin dejar de estar abiertos a los otros pueblos a partir de la fraternidad católica. De una
manera particular en este momento, es importante que mantengamos la pluralidad de
nuestra sociedad sin rupturas en la convivencia. Por ello, con el Venerable Torras y
Bages, rogamos a Santa María que libere Cataluña del "espíritu de discordia" y junte a
"todos sus hijos con corazón de hermanos" (cf. Visita Espiritual). El Papa Francisco,
refiriéndose al proceso catalán actual, invitaba también a examinar con cuidado los
caminos de futuro que como pueblo podemos emprender, a analizar todos los
aspectos implicados, pensando siempre en lo que es mejor para el bien común (cf.
entrevista en "La Vanguardia", 13.06.14, p. 4). Lo tenemos que reflexionar para
cuando tengamos que votar. Invoquemos, pues, la protección de la Virgen, que desde
Montserrat vela como patrona sobre Cataluña, para que nos ayude a acertar el camino
y a trabajar juntos por el bien de las personas, por el bien de nuestro pueblo, por la
hermandad entre todos los pueblos.
Ahora nos disponemos a celebrar la Eucaristía. Acogeremos y recibiremos el fruto de
las entrañas generosas de Santa María, abramos de par en par nuestro interior para
dejarlo entrar como hizo ella y así nos pueda renovar personalmente y fortalecer en
nuestro testimonio cristiano.