Queridos hermanos y hermanas,
Cuando hablamos del núcleo del cristianismo, o nos
preguntan por él decimos: “Amar a Dios sobre todas
las cosas, y al prójimo como a ti mismo ”. Es cierto.
Celebramos la Fiesta de la Exaltación de la Santa
Cruz, según la tradición, fue un 14 de setiembre
cuando fue encontrada la cruz donde Jesús fue
crucificado. Y este año como que cae en domingo,
celebramos esta fiesta.
Pero Cristo crucificado se convierte en la imagen del
núcleo del cristianismo. Allá está todo. No hace falta
nada más. ¡Es la imagen muda que más habla del
mundo! ¡¿Cómo puede llegar a hablar tanto una
imagen?!
Es una festividad que nos invita a mirar la cruz, y las
lecturas también son una invitación a mirar la cruz, a
Cristo elevado en la cruz.
Cuando miramos la cruz vemos un desmadre, locura, de
amor. Vemos un amor verdadero, no un sucedáneo, un
amor que es donación, entrega de uno mismo. Cuando
miramos la cruz vemos compasión, perdón,... ¡¡y tantas
otras cosas!! Cuando miramos la cruz vemos una
interpelación, parece que nos pregunte: ¿y tú qué? ¿Y
tú qué harás?
La primera lectura nos ha presentado como los
israelitas queden sanados al mirar, al contemplar, la
serpiente de cobre puesta en forma de estandarte. Y
el mismo Jesús utiliza esta imagen para expresar su
destino: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el
desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre,
para que todo el que cree en Él tenga vida eterna”.
Por esto contemplar la cruz es tan enriquecedor,
porque en el Cristo crucificado encontramos un
camino de vida, unas indicaciones para vivir la vida.
¡Contemplar la serpiente de cobre sana a los
israelitas! ¡Contemplar a Jesús crucificado nos sana a
nosotros! Cuando miramos la cruz, vemos aquello que
es el núcleo del cristianismo, no expresado en
palabras, sino con una imagen, con un gesto de vida.
Cuando lo miro... ¿dónde quedan mis quejas?
Cuando lo miro... ¿dónde quedan los planes que no han
salido como yo pensaba?
Cuando lo miro... ¿dónde quedan mis comodidades, mis
egoísmos, mis rencores, mis desencuentros, ...?
Cuando lo miro... ¿dónde quedan mis sufrimientos?
Cuando lo miro... ¿dónde quedan mis dudas?
Cuando lo miro... ¿dónde quedan mis deseos de
grandeza, de ser admirado, de ser respetado?
un amor que no niega la palabra, que no rompe puentes
de diálogo, que no tacha de la lista de amigos.
Pienso que estamos en unos momentos donde nos hace
mucho bien contemplar a Cristo crucificado.
¡¡Hay tanta sabiduría en la cruz!! Por esto San Pablo
dice: “Cuanto a mí, jamás me gloriaré a no ser en la
cruz de nuestro Señor Jesucristo ” (Ga 6,14)
Nos cuesta respetar al otro que piensa diferente.
Nos cuesta no pensar que yo tengo razón y el otro
está equivocado.
Nos cuesta entender que el otro pueda tener otra
opinión, otro punto de vista.
Y cuando hablamos de ciertos temas, nos cuesta no
acelerarnos, nos cuesta no desdeñar, nos cuesta no
menospreciar. ¡Nos cuesta, a veces, no acabar
insultando!
Pienso que siempre nos hace falta hacer esta
contemplación, pero especialmente ahora, en estos
momentos políticos y sociales tan complejos. Y lo que
diré ahora no va para los de un lado o los del otro
lado... no. ¡Va para todos! Y no va para los políticos, va
para nosotros:
Y esta manera de hacer tiene unas consecuencias
desastrosas, y son unas maneras de hacer totalmente
contrarias a las que Jesús nos comunica, sin hablar,
desde la cruz.
Nos hace mucho bien contemplar un amor que ha
sabido callar,
un amor que ha perdonado hasta el final,
un amor que no ha insultado, que no ha desdeñado, que
no ha menospreciado (a pesar de ser Él la Verdad)
un amor respetuoso con el otro, a pesar de su error
un amor que respeta la libertad del hombre
Miremos, contemplemos, la imagen que es el núcleo del
cristianismo: Cristo crucificado. Y hagamos de Él
camino, verdad y vida. Que así sea...