XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
LECTURAS:
PRIMERA
Exodo 33,7-9
Tomó Moisés la Tienda y la plantó para él a cierta distancia fuera del campamento;
la llamó Tienda del Encuentro. De modo que todo el que tenía que consultar a
Yahveh salía hacia la Tienda del Encuentro, que estaba fuera del campamento.
Cuando salía Moisés hacia la Tienda, todo el pueblo se levantaba y se quedaba de
pie a la puerta de su tienda, siguiendo con la vista a Moisés hasta que entraba en la
Tienda. Y una vez entrado Moisés en la tienda, bajaba la columna de nube y se
detenía a la puerta de la Tienda, mientras Yahveh hablaba con Moisés.
SEGUNDA
Romanos 13,8-10
Con nadie tengan ustedes otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al
prójimo, ha cumplido la ley. En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no
robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula:
Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La
caridad es, por tanto, la ley en su plenitud.
EVANGELIO
Mateo 18,15-20
"Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha,
habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos,
para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. Si les
desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti
como el gentil y el publicano. Yo les aseguro: todo lo que aten en la tierra quedará
atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo.
Les aseguro también que si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para
pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos.
Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos".
HOMILÍA:
El evangelio nos trae hoy el tema de la corrección fraterna, algo muy importante si
queremos conservar la paz, la concordia y la unión en las comunidades cristianas.
No se podría entender una verdadera comunidad cristiana si no está compuesta por
hombres y mujeres creyentes, discípulos de Cristo, que se consideran unos a otros
como verdaderos hermanos.
Pero la comunidad, al mismo tiempo, está compuesta por seres humanos, que
fácilmente nos olvidamos de nuestros compromisos y caemos en el juicio temerario
y la crítica destructiva de aquellos que no nos caen bien.
Tenemos que partir del principio de que no le podemos caer bien a todo el mundo.
Los seres humanos somos complicados, y existe una como especie de química que
hace que a unos los aceptemos y a otros los rechacemos.
Se llama “empatía” a esa química entre personas que, de inmediato, se hacen
amigas y tal parece que les es fácil ponerse de acuerdo.
Pero si la empatía podría considerarse sinónimo de simpatía, existe también la
antipatía, que viene a ser todo lo contrario.
¿Por qué algunas personas nos resultan simpáticas y otras no? ¿Por qué hay
quienes nos resultan antipáticos desde que los conocemos?
Sería difícil de explicar. Es algo que está dentro de nosotros, metido en nuestros
genes, en algún lugar de nuestro cerebro, que nos dificulta la amistad y la armonía
con otros seres humanos.
Desde luego que si bien no tenemos la obligación de ser igualmente amigos de
unos u otros, cuando se trata del funcionamiento de una comunidad cristiana, no se
puede tolerar discriminación alguna, en el sentido de que formemos grupos de
acuerdo con las preferencias de cada quién.
El cristiano tiene que luchar contra esas tendencias que se esconden en nuestro
interior y que pugnan por derrotar nuestras convicciones. El amor tiene que superar
las malas yerbas que generaciones anteriores han ido sembrando en nuestra
conciencia. No olvidemos que Jesús nos ense￱a que “si bien vivimos en el mundo,
no somos del mundo”.
Ya estos problemas surgieron muy pronto en las primeras comunidades cristianas.
San Pablo nos habla de lo ocurrido en Corinto, en la primera carta que escribiera a
esa comunidad cristiana.
Las palabras del ap￳stol son precisas: "“Pues, ante todo, oigo que, al reunirse en la
asamblea, hay entre ustedes divisiones, y lo creo en parte. Desde luego, tiene que
haber entre ustedes también disensiones, para que se ponga de manifiesto quiénes
son de probada virtud entre ustedes. Cuando se reúnen, pues, en común, eso ya no
es comer la Cena del Señor; porque cada uno come primero su propia cena, y
mientras uno pasa hambre, otro se embriaga. ¿No tienen ustedes casas para comer
y beber? ¿O es que desprecian a la Iglesia de Dios y avergüenzan a los que no
tienen? ¿Qué voy a decirles? ¿Alabarles? ¡En eso no los alabo!" (11,18-22).
S￳lo cristianos de “probada virtud” pueden superar las tendencias malsanas
heredadas o adquiridas en el diario compartir con personas que no tienen ni idea de
lo que significa la vida del Espiritu, esa que hemos recibido en el Bautismo.
Jesús nos enseña que antes de separar a un hermano de la comunidad, hay que
darle oportunidad para rectificar, si es que notamos que no cumple con los
mandatos del Señor.
Primero personalmente, luego con dos o tres testigos, y luego ya con la misma
comunidad. Si no hay ningún deseo de cambio, sólo entonces aquel hermano
díscolo debe ser separado.
En todo momento, sin embargo, tenemos que estar dispuestos a perdonar al que se
arrepiente. Y esto se aclara también en el evangelio de hoy, cuando Pedro se dirige
a Jesús para preguntarle: “"Se￱or, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas
que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?”" A lo que el Divino Maestro
respondi￳: "“No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”". Lo que
significa que siempre tenemos que perdonar.
¿Y si el hermano no se arrepiente? Eso es otra cosa. El perdón sólo es dable si el
ofensor desea ser perdonado. De lo contrario sería absurdo perdonar a uno que no
quiere arrepentirse.
De todos modos, en nuestro corazón debemos perdonar siempre, pues mantener
odio o rencor contra alguien, permitiría que un veneno corrosivo penetre en nuestra
alma.
¿Y qué pasa cuando una persona me cae antipática? No hay fórmula para revertir la
antipatía, como no sea orar por esa persona y tratar de descubrir sus buenas
cualidades. Quizás nunca tendremos empatía con ella, pero al menos, no nos será
tan difícil poder tratarla con el respeto que todo ser humano merece.
Siglos de discriminación han dejado su huella en todos los humanos. Influyen en
nuestro pensamiento los dictámenes de la propia cultura, raza o condición social
que fácilmente pueden crear prejuicios totalmente infundados.
Para Cristo no hay distinción de razas, ni culturas, ni clases, pues todos somos hijos
de Dios, por lo que debemos tratarnos como hermanos. Lo otro es empeñarnos en
seguir nuestros caprichos, que no los mandatos del Señor.