Comentario al evangelio del lunes, 6 de octubre de 2014
Hay quien critica mucho a la Iglesia. Desde fuera y desde dentro. A veces con razón y a veces sin
ella. No tenemos un pasado muy glorioso. Estudiar historia ilumina muchas situaciones y nos hace ver
con claridad los errores cometidos. Nuestros obispos no han sido siempre lo que deberían ser como
sucesores de los apóstoles. Hubo siglos en los que se parecieron más a señores feudales. También
tenemos la historia de la inquisición. Y muchas otras.
Pero hay algo que nadie puede negar a la Iglesia. Y es que siempre, a lo ancho y largo de su
historia ha habido cristianos que se han entusiasmado con el Evangelio y han hecho vida la parábola de
Buen Samaritano. Cuando digo cristianos me refiero a laicos y laicas, religiosos y religiosas,
sacerdotes y obispos. De todo. Es como si a lo largo de los siglos de nuestra historia hubiesen
conseguido mantener viva una llama de fidelidad a lo mejor del Evangelio. Porque en el amor fraterno,
en la atención al más necesitado, en els servicio callado y humilde al otro, está el centro del mensaje de
Jesús.
Podría llenar estas líneas de nombres pero sería inútil. Siempre me haría falta más espacio. Y eso
para poner sólo a los conocidos. Porque ha habido muchos, muchísimos, que lo han hecho de forma
anónima y, por eso, no han pasado a la historia. Ni sus nombres ni sus hechos. Es más. Hoy día, ahora,
está sucediendo. Hay muchos que están dando generosamente todo por la vida y el bienestar de los
demás, especialmente de los que sufren.
De alguna manera podríamos decir que toda esa gente, tan llena de buena voluntad y generosidad,
son los que nos salvan a los demás. Sin ellos, nuestra Iglesia se hundiría en el barro de la historia, de
sus propios errores, infidelidades, pecados, mistificaciones. Ellos son los que mantienen a flote esta
barquilla, tan humana y, por eso, tan frágil. Ellos y ellas son presencia viva del espíritu de Jesús en
nuestra historia, en nuestro hoy.
Vamos a dar gracias por ellos. Vamos a celebrar la Eucaristía con gozo, sintiendo su presencia en
medio de nosotros. Cuando ellos comparten el pan y la vida con los necesitados, hacen más real y más
viva nuestra Eucaristía. Ellos nos animan a seguir caminando y nos llenan de gozo. Aunque los más no
merezcan titulares en los medios de comunicación, son lo mejor de nuestra Iglesia, los mejores testigos
y nuestros ejemplos a seguir.
Fernando Torres Pérez, cmf