Comentario al evangelio del sábado, 11 de octubre de 2014
No sé como me las voy a arreglar para hacer un comentario de 25 líneas a un Evangelio tan corto.
Y además tan claro y tan directo. Porque a este Evangelio no le hacen falta muchas explicaciones. Hay
quien puede pensar que Jesús no quería a su madre y que su respuesta a la alabanza de aquella mujer
no es más que una forma de despreciar a María. Me da la impresión de que está muy equivocado el que
piensa así.
Jesús, como tantas otras veces, tiene un planteamiento diferente. Como decía en el comentario de
ayer, nos saca de nuestras casillas, de nuestra zona de confort, de nuestra forma de pensar habitual.
Jesús está pensando en el Reino y en la familia de los hijos e hijas de Dios. Es una relación que va
mucho más allá de la consanguinidad, de la sangre, de la familia. Los miembros del Reino están unidos
por una realidad mucho más profunda que cualquier otro lazo imaginable. Son hijos e hijas de Dios.
En el reino lo que vale no son los títulos ni los saberes. Tampoco valen los lazos de sangre. Todo
eso es basura, como dice en un texto el apóstol Pablo. Lo que vale de verdad es escuchar la Palabra de
Dios y ponerla en práctica. Y esa Palabra nos dice básicamente una cosa: que aquí estamos para
construir el Reino, la familia de Dios y que eso se hace a base de servicio mutuo, amor fraterno y
compromiso por la justicia. Eso es escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica.
Este texto nos invita a abrirnos al resto del Evangelio. Dice Jesús que hay que escuchar la Palabra y
ponerla en práctica. Bien. ¡Hagámoslo! Y desde ese mismo momento, nos encontraremos en el Reino,
allá donde Jesús nos quiere ver a todos. Nos sentiremos hermanos. Nos sentiremos hijos. María, la
madre de Jesús, estará allí. No lo dudamos. Porque escuchó la Palabra, dejó que su corazón se llenase
de ella y la puso en práctica.
Fernando Torres Pérez, cmf