Comentario al evangelio del sábado, 18 de octubre de 2014
Los cristianos somos gentes de paz. Diría que ese es el mensaje central del evangelio de este día en
que celebramos la fiesta del evangelista san Lucas. Por supuesto, hay que recordar lo que decía el papa
Pablo VI: la paz no es la mera ausencia de la guerra. Para conseguir esa paz es suficiente con que
callen las armas. Ya es algo, por supuesto. Es un buen comienzo. Pero desde ahí hasta la paz queda
mucho esfuerzo, mucho compromiso de todos, mucha capacidad de perdón y reconciliación. Lo de las
armas es sólo el primer paso.
¿Qué queremos decir cuando hablamos de “paz”? Nos referimos a una situación de armonía entre
las personas, de armonía de cada persona consigo misma. La paz está más allá de las ideologías. De
ninguna manera nos queremos referir a la paz de los cementerios. La paz entre las personas implica el
diálogo, el encuentro abierto, la escucha atenta, la empatía. Y un montón de generosidad, de
disponibilidad, de olvido, de perdón. Para la paz hace falta que las heridas se curen y eso implica
tiempo. Pero es incompatible con la apertura permanente de las heridas porque entonces no
cicatrizarían nunca. La paz es el deseo más íntimo de cada persona. La paz es el mayor de los bienes.
La paz es el don que Dios nos hace en el corazón.
Por eso, los discípulos de Jesús somos mensajeros de la paz, portadores de la paz, creadores de la
paz. Eso no significa que seamos especialistas en tapar los conflictos o esconderlos debajo de la
alfombra. Lo nuestro es enfrentarlos, mirarlos de frente, pero con una mirada de paz, con escucha, con
comprensión, con capacidad para curar heridas y no para inspirar venganzas. Esa paz, que no es
nuestra porque la hemos recibido de Dios, nos hace más tolerantes, más capaces para el perdón. Nos
impide imponer nuestras opiniones al tiempo que nos facilita la escucha del corazón ajeno, de su dolor
y de su sufrimiento. Esa paz cura porque está hecha de amor de Dios, amor generoso, sin límite, sin
medida.
Lucas fue evangelista. Nos regaló su evangelio como un mensaje de paz. Ahora está en nuestras
manos para regalarlo y hacer que llegue hasta el último rincón de nuestro mundo, hasta el último
rincón de cada corazón.
Fernando Torres Pérez cmf