DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía del P. Antoni Pou, monje de Montserrat
7 de septiembre de 2014
Ez 33,7-9. / Rom 13,8-10. / Mt 18,15-20 .
Cuando Dios ama a un pueblo le envía profetas. Como los zahoríes que descubren los
ríos de agua escondidos que corren bajo la tierra, los profetas son capaces de
descubrir en los acontecimientos de la sociedad y de la historia, los impulsos de la
Vida en mayúscula, que como un río siempre está en movimiento. Como hemos oído
en la primera lectura de Ezequiel, el profeta tiene el don de comprender la palabra de
Dios y de saberla aplicar al momento presente... pero es un don que conlleva también
una responsabilidad. Es necesario que lo que él ve en el horizonte, como vigilante
sobre las murallas de su pueblo, lo comunique también a los demás.
El don de la lucidez, de la capacidad crítica, o de poder descubrir los signos de los
tiempos es para bien de todo el pueblo. Por eso le dice Dios: si ves que el pueblo está
en peligro y no lo avisas, si cae en la desgracia tú tendrás la culpa, si en cambio le has
avisado y no te hace caso, no serás culpable de su suerte y tu salvarás la vida.
En las dictaduras las personas críticas con el poder establecido son eliminadas; en las
democracias en cambio, la libertad de expresión hace que se pueda crear debate, por
lo que los discursos ideológicos que defienden sólo intereses creados o el inmovilismo,
son fácilmente ridiculizados y desacreditados. Pero ¿cómo distinguir un profeta
auténtico, de un profeta falso? El buen profeta os dejará siempre un regusto de
Evangelio: os hablará de compasión hacia los más necesitados, potenciará vuestro
espíritu crítico, os respetará vuestro talante y reforzará vuestra autoestima para que no
tengáis que depender de él. Hará nacer una sonrisa en vuestros labios con su humor.
Después de haberlo escuchado habrá huido el odio y el rencor de vuestro corazón, y
un inmenso respeto por todos y toda cosa emergerá de vosotros como una flor
aromática. Al oír sus palabras sentiréis resonar, como un eco lejano la máxima que
hoy nos recordaba san Pablo: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo… amar es
cumplir la ley entera".
En los escritos bíblicos si nos fijamos bien, vemos una evolución hacia una
democratización del Espíritu profético: ya el libro de los Números narra cómo el
Espíritu profético comenzó a esparcirse por todo el pueblo, y cuando los ayudantes de
Moisés se asustan por ello, y se lo van a comunicar, él les responde: "ojalá todos
profetizaran". Poco a poco los mismos profetas del Antiguo Testamento irán
concibiendo los tiempos mesiánicos, que ya son nuestros, como una época en que
todo el mundo tendrá visiones y profetizará. El mismo Concilio Vaticano II dio una
importancia, nunca antes concedida, al "sentido de los fieles": no sólo los obispos
tienen el Espíritu Santo, sino que es todo el pueblo de Dios que está ungido por el
Espíritu, si tiene la conciencia bien formada, puede profetizar y puede discernir lo que
es agradable a Dios, bueno y perfecto.
Por ello, en la comunidad cristiana es posible también la corrección fraterna de que
nos hablaba el Evangelio de Mateo. Todos tenemos capacidad crítica, y somos
suficientemente maduros para ver cuando hay hermanos nuestros que cegados con
sus mecanismos de defensa, se degradan ellos mismos, y hacen daño a los demás.
Estemos alerta, sin embargo, porque si no somos capaces de abandonar el juicio y la
condena, si queremos que el otro se corrija para que sea como yo quiero sin respetar
su identidad, vale más que no usamos la corrección fraterna; porque de herramienta
para el amor fácilmente se convertirá en manipulación, en espionaje, en coerción. El
Evangelista Mateo, con gran finura de Espíritu, recomienda un diálogo de tú a tú, en la
intimidad, con el que se degrada ... lo contrario de esto es ir hablando mal de los
demás, contaminando por todas partes con los nuestros juicios fáciles. Sólo cuando
alguien se cierra a todo diálogo y creemos que dejarlo sólo empeoraría la situación,
nos recomienda el Evangelista Mateo pedir ayuda de forma gradual, primero a alguien
de la comunidad, luego a los jefes.... y si estos tampoco pueden nada, toda la
asamblea comunitaria, ya que según el Evangelio, es en la asamblea reunida donde
es más fácil que aparezca el Espíritu Santo, y es por ello el mejor lugar para discernir.
Efectivamente, es toda la comunidad, guiada por el Espíritu Santo, que tiene la
capacidad de atar y desatar. Y es por eso que la oración hecha en comunidad tiene
más eficacia. Nos dice Jesús "donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos.”
Es esta confianza en la madurez de los cristianos de base, que reunidos en asamblea
capaces de averiguar los signos de los tiempos, lo que me conmueve de los escritos
evangélicos. Y es por eso también que no puedo dejar de ver como un signo del
tiempo, como un impulso del Espíritu, el aumento de la conciencia crítica en nuestra
sociedad y en nuestra Iglesia. Todo cambio para seguir los signos de los tiempos casi
nunca viene de arriba, sino, de abajo, desde el sentido común y evangélico de los
fieles, desde la conciencia crítica de una comunidad o de una sociedad que ya es
suficientemente madura para pensar.
Hermanos y hermanas, demos gracias a Dios porque de vez en cuando nos envía
profetas, personas que cuando las escuchamos tenemos la sensación de que nos
abren los ojos. Pero también pidámosle que cada uno de nosotros, todos sin
excepción tengamos el Espíritu de sabiduría y de profecía, y nos sintamos
responsables del caminar de nuestra comunidad, de nuestra sociedad, de nuestro
país. El Espíritu no lo tienen sólo los que están arriba, la verdad se va descubriendo en
el diálogo, en la humildad y la escucha recíproca, no buscando el poder sobre los
demás sino en la colaboración mutua para ganar todos, en el respeto a la diversidad;
no en la indiferencia sobre los demás sino con las ganas de llevar adelante el carro
entre todos.