Vigesimoséptimo domingo ordinario, Ciclo A
(Isaías 5:1-7; Filipenses 4:6-9; Mateo 21:33-43)
La mañana de la resurrección María Magdalena encuentra a Jesús. Pero no lo
reconoce. Más bien cree que vea al jardinero. No es tonta esta equivocación. En
este caso María piensa que el Señor es muerto. Pero en algunas maneras el Señor
funciona como un jardinero. Pues él nos poda a nosotros de la maleza para que
produzcamos buena fruta. Según el evangelio hoy podemos vernos no como
jardines sino como viñedos. Como siempre debemos producir buena fruta con la
ayuda del Señor.
Cada uno de nosotros tiene es bien dotado. Eso es, tiene todo lo necesario para
hacer algo valioso con su vida. La naturaleza humana con su integridad de cuerpo
y alma es como tierra fértil que puede dar crecimiento a todos tipos de plantas. La
fe que conoce a Dios como el Padre amoroso es como la vid capaz de producir las
uvas. La caridad de nuestros padres es como el abono siempre echado con
cuidado. Cristo a través de los sacramentos nos atiende como el viñador ayudando
la producción en cuanto lo permitamos.
Todo el proceso depende de nuestra voluntad. Tenemos que aguantar el podar por
cambiar nuestros planteamientos erróneos. El gran líder inglés Winston Churchill
una vez dijo: “Mejorar es cambiar; y ser perfecto es cambiar a menudo”. Podemos
preguntarnos: ¿Cultivo las virtudes que me capacitan a vivir por los principios y
valores que tengo? Muchos preferían a sentarse mirando la tele a desarrollar
modos de actuar más auténticos.
Ya es tiempo del fútbol americano. Muchos de los hombres pasan el fin de semana
con la atención fijada en dos, tres, tal vez cuatro o aun cinco partidos. Si tienen la
costumbre, van a misa. Pero dicen que no hay la energía para llevar la familia al
parque y mucho menos hacer un ministerio. Las mujeres pueden ser poco mejores.
¿No es que con las telenovelas entremetidas con sus tareas caseras no tengan
tiempo para dedicar al servicio comunitario?
Si lo permitimos, Jesús nos limpiará de estos excesos. Está aquí en palabra y
sacramento fortaleciendo nuestra debilidad. A través la lectura de San Pablo nos
exige que apreciemos todo “verdadero y noble”, “justo y puro”. En el pan y vino
del altar que vamos a compartir nos enseña cómo sacrificarnos para vivir así.
Pero Jesús no es un sargento de ejercicio. Más bien, es como nuestro hermano
mayor que nos ayuda realizarnos tanto como posible. Como una hermana mayor
lleva a su hermana a comer para platicar con ella los problemas de la casa, él nos
da de comer su propio cuerpo. En esta intimidad podemos pedirle todo “verdadero
y noble” con la confianza. Él no va a dejarnos desilusionados. Más bien va a
ayudarnos limpiar la maleza de nuestro viñedo. En tiempo vamos a estar
produciendo fruta más dulce que jamás hemos imaginado.
Padre Carmelo Mele, O.P.