Domingo 27 del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Qué dicen calandrias, ¡cantan o les apachurro el nido!
Cuando Cristo entró a Jerusalén buscando hacer cada día hacer la voluntad de su
Padre, se encontró con la franca y visible oposición de los sumos sacerdotes y los
ancianos del pueblo, la máxima autoridad de Jerusalén y del pueblo hebreo. Y fue a
ellos a los que él dirigió la parábola que al fin viene a ser una alegoría de la historia
del pueblo hebreo al que Dios hizo portador de su cariño de sus atenciones y sus
cuidados, recibiendo como respuesta un rechazo total a su obra salvadora. Cabe
decir entonces que directamente el pueblo hebreo no se ve involucrado en esta
parábola sino precisamente los directores religiosos de ese pueblo y no se ve en la
parábola, que el pueblo sea rechazado definitivamente y para siempre de los planes
salvadores del Señor. Cristo cuenta pues, como un propietario plantó una viña, la
dotó de todo lo necesario y le dio plena seguridad, la alquiló a unos viñadores y se
fue de viaje. cuando se llegó el tiempo de la vendimia, mandó a sus criados para
reclamar su parte en la viña, pero se los golpearon, los apedrearon e incluso le
mataron a alguno de ellos. Viendo el trágico resultado como última instancia,
mandó lo más valioso que tenía, su propio hijo, pero cuando lo vieron, los
viñadores se le echaron encima para matarlo y quedarse como propietarios de la
viña. Al llegar a este punto, Cristo no pronunció sentencia alguna, sino que
preguntó a a sus oyentes a los cuales no les quedó más que responder: Cuando
venga el due￱o, “dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el vi￱edo a
otros viñadores que le entreguen los frutos a su tiempo”. Con esto los que
ostentaban la autoridad moral de su pueblo se echaron la soga al cuello y entonces
sí, anunci￳ el Salvador su sentencia: “Por eso les digo que les será quitado a
ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos”.
Precipitadamente nosotros los católicos podríamos decir con orgullo, con vanidad y
con mucha superficialidad: “Ya ven, nosotros somos ahora el pueblo elegido”,
nosotros somos los meros meros y todo está asegurado para nosotros. Sin
embargo, para que esto pueda ocurrir, muchas cosas tendrán que cambiar entre
nosotros, al decir de los obispos en Aparecida (98): “La Iglesia Cat￳lica en América
Latina y El Caribe, a pesar de las deficiencias y ambigüedades de algunos de sus
miembros, ha dado testimonio de Cristo, anunciado su Evangelio y brindado su
servicio de caridad particularmente a los más pobres, en el esfuerzo por promover
su dignidad, y también en el empeño de promoción humana en los campos de la
salud, economía solidaria, educación, trabajo, acceso a la tierra, cultura, vivienda y
asistencia, entre otros. Con su voz, unida a la de otras instituciones nacionales y
mundiales, ha ayudado a dar orientaciones prudentes y a promover la justicia, los
derechos humanos y la reconciliación de los pueblos. Esto ha permitido que la
Iglesia sea reconocida socialmente en muchas ocasiones como una instancia de
confianza y credibilidad. Su empeño a favor de los más pobres y su lucha por la
dignidad de cada ser humano han ocasionado, en muchos casos, la persecución y
aún la muerte de algunos de sus miembros, a los que consideramos testigos de la
fe. Queremos recordar el testimonio valiente de nuestros santos y santas, y de
quienes, aun sin haber sido canonizados, han vivido con radicalidad el evangelio y
han ofrendado su vida por Cristo, por la Iglesia y por su pueblo”.
Este es un texto de la Iglesia en el que hace remembranza de lo que ha sido la
marcha de la Iglesia en América Latina, pero al mismo tiempo nos da idea de lo que
los católicos estamos llamados a realizar, si en verdad queremos considerarnos
como herederos de ese pueblo hebreo en el que el Señor nuestro Dios volcó todo su
amor y su cariño. Que no nos durmamos en nuestros laureles sino que sepamos
ofrendar la propia vida, haciendo vida entre los hombres el mensaje salvador de
Cristo Jesús precisamente a través de nuestra amada Iglesia católica. Y que no nos
ocurra que atentar contra el Hijo de Dios con nuestras acciones, nuestra apatía o
nuestra indiferencia ante los problemas que aquejan a nuestra humanidad el día de
hoy.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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