XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Javier Balda, C.M.
Somos administradores de Dios
La historia de Dios con el hombre siempre ha sido la historia de un amor no
correspondido. Dios, al crear al hombre, lo crea por amor, en amor y para el amor
y por eso le pide frutos de amor. Pero el hombre, despreciando el amor de Dios y
su misma vocación al amor, crea el odio y la muerte en su propio mundo que era el
de Dios.
Dios, en su bondad elegirá un pueblo, Israel, y sellará con él un pacto, una alianza
de amor. Pero este pueblo renegará muchas veces de ese amor, será infiel a la
Alianza y a su mismo compromiso con el Dios-Amor.
Y Dios enviará a Jesucristo, su Hijo, quien, ante el rechazo de su pueblo, con su
muerte y resurrección sellará un nuevo pacto de amor entre Dios y el nuevo
pueblo, la humanidad entera, y en él plantará su viña, la Iglesia. Y esa Iglesia nos
la entregará a nosotros para que, respondiendo a su amor, demos los frutos
esperados y deseados por Él.
Y ¿cuál es nuestra historia? ¿Qué hemos hecho nosotros? ¿Qué estamos haciendo
con la Iglesia de Jesús? Donde Él sembró amor ponemos odio, donde Él quiso
construir un reino de hermanos, nosotros implantamos la esclavitud, la explotación,
el desprecio por la dignidad humana.
¡Qué malos administradores de la viña del Señor somos, también nosotros! ¡Qué
poco hacemos para que el Plan de Dios se haga realidad!
Hoy el Señor, una vez más, sale a nuestro encuentro y nos dice: ¿Queréis trabajar
en mi viña? Él sigue confiando en nosotros y seguirá esperando nuestra
colaboración para que su sueño se haga realidad gracias a nosotros.
La fidelidad a la voluntad de Dios, la vivencia auténtica de los valores evangélicos,
el amor afectivo y efectivo a nuestros hermanos, el esfuerzo sincero por construir
una sociedad más justa, más humana, más solidaria y la entrega generosa a los
más pobres y necesitados, serán la mejor prueba de nuestra fidelidad a Dios y a los
hombres. No corramos el peligro de que el dueño de la viña nos arroje lejos de ella.
Él quiere que un día nos sentemos a su mesa para beber el vino nuevo, fruto de la
tierra, de la vid y del trabajo de los hombres.
Fuente: Somos.vicencianos.org (con permiso)