DOMINGO XXVIII. CICLO A
SALGAN AL CRUCE DE LOS CAMINOS
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA / emiliorodriguezascurra@gmail.com / @emilioroz
“Ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su
negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron”,
esta es la respuesta a la invitación que hace el rey para que asistieran al banquete
nupcial con motivo de la boda de su hijo. Un fracaso aparente, pues el rey no deja de
compartir su alegría y manda invitar a todos quienes se cruzaran por los caminos. Esta
parábola que Jesús utiliza delante de los sumos sacerdotes y fariseos, casta allegada al
templo, tomada del libro de Isaías (25, 6-10a), es rica en imágenes y nos ayuda a
reflexionar acerca de nuestro camino de conversión.
Las bodas prefiguran la alianza eterna, de la que Isaías aun no era consciente en su
época, que Dios ha establecido con su pueblo, pero ¿ese pueblo elegido, Israel, acaso no
lo desconoció? Muchos permanecieron indiferentes ante el anuncio mesiánico y el obrar
público de Jesús, otros no creyeron, y otros tantos maltrataron y mataron al Hijo y a sus
apóstoles, tal es la persecución que sufrió la primitiva Iglesia.
Entonces, ¿de qué Alianza hablamos si nadie escuchó con disposición interior el
llamado de Dios? La invitación a la boda rechazada por los elegidos (el pueblo de
Israel) no deja al rey paralizado sin saber qué hacer, sino que el llamado se universaliza,
ya no son pocos quienes están invitados al banquete de la Eucaristía sino todos, claro
está que no todos respondieron al mismo de igual manera.
También cada uno de nosotros hemos sido llamados y dado nuestra respuesta favorable
al plan salvífico, le hemos dicho que sí al Señor, sin embargo ¿tenemos puesto nuestro
traje de gala, de conversión? Por último, recordemos (pasemos por el corazón), en qué
cruce de camino nos encontró el Señor, cuál fue aquella circunstancia que nos movilizó
a iniciar un camino juntos, si bien muchos hemos aprehendido la fe de chicos en el
ámbito familiar, educativo, etc., siempre hay un hecho que nos invita a profundizar
nuestra relación con Dios, que nos despoja de nuestras seguridades y temores y nos
reviste del traje de gala con el que celebramos la Eucaristía aquí en la tierra con la
mirada puesta en el banquete eterno.-