DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía del P. Manel Gasch, monje de Montserrat
5 de octubre de 2014
Is 5,1-7 / Fil 4,6-9 / Mt 21,33-43
La palabra clave de las lecturas de hoy, hermanos y hermanas, es la
RESPONSABILIDAD.
Dios dio a unos hombres y a unas mujeres una viña y los proveyó de todo lo necesario
para que la viña diera fruto: no hacían falta mucho milagros, sólo un poco de buen
tiempo y trabajar, ¡que no es poco! Pero esta viña o no daba fruto o los labradores
querían apropiárselo injustamente. Ante esto, Dios dio la viña a otros labradores.
Es bonito cómo los textos de hoy describen el amor con el que Dios planta y cuida
esta viña, protegiéndola con una valla, construyendo una torre para vigilarla, haciendo
un lagar para poder aprovechar la uva. Qué bonita que podría ser la dinámica cristiana
de esta llamada de Dios a colaborar con Él en la obra de su Creación y de su Reino,
parece tan sencillo que casi no se explica que la realidad que la humanidad ha
desarrollado se haya alejado tanto.
¿De qué somos responsables nosotros hoy? Cada uno puede reflexionar sobre qué le
ha encomendado Dios: a todos nos ha dado al menos la vida y las capacidades
personales, a algunos el cuidado de otras personas, los padres y las madres sin duda,
y cargos, y trabajos y misiones y carismas. Somos responsables de dar fruto con lo
que Dios nos ha puesto en las manos, por sencillo y humilde que sea, un fruto útil, que
aproveche los demás.
Somos responsables de nuestras familias, de nuestras comunidades, de nuestro país,
de nuestro mundo. Al escuchar el evangelio de hoy, naturalmente vemos que los
labradores no actúan bien y es que Dios junto con la responsabilidad, nos da cordura
para saber qué hacer. Nos da ejemplos que nos guían y nos propone una tarea tan
grande como lo es promover su Reino en la tierra, Dios no nos pide que acabemos la
obra nosotros, sino que trabajemos en ella.
Y también somos responsables de tener claro que este fruto pertenece a Dios. En el
evangelio se nos dice que la falta de los labradores era la ambición de quedarse con la
viña y el fruto. Sólo podemos ser responsables si no entramos en la dinámica del
amor, si no hemos respondido generosamente, si no hemos creído el principio de "que
hace más feliz dar que recibir". En el fondo, tenemos el peligro como los viñadores
homicidas de rechazar a Jesús, que es esta piedra que corona el edificio. La llamada a
cultivar la viña es una llamada a crear con Jesús, con Jesús y sus representantes en el
mundo que son los pobres. El primer objeto de nuestra responsabilidad cristiana son
los pobres. En el trasfondo del evangelio de hoy, en la muerte del hijo del dueño de la
viña, que anuncia la de Jesús, resuena aquella pregunta de Dios a toda la humanidad,
hecha en el libro del Génesis: ¿qué has hecho de tu hermano? La historia de los
viñadores homicidas nos puede parecer muy lejana, pero mientras haya en el mundo
tantas situaciones de pobreza, de muerte violenta y de miseria, el relato de hoy es muy
actual. Ojalá llegáramos un día a ese momento que describía un libro leído en nuestra
comunidad últimamente, en el que se decía que un día, para saber qué era la pobreza,
habría que ir a un museo. Una tierra donde la pobreza sólo existiera en los museos
sería un buen ejemplo moderno de un mundo ordenado y en paz, como lo es la viña
de Dios. Creo que el evangelio de hoy contiene un estímulo positivo para nuestra
responsabilidad, nos llama a ver qué parte de responsabilidad tenemos en todo lo que
pasa y cómo nos podemos convertir más, ya que Jesucristo tiene como única
herramienta para cambiar el mundo esta llamada al corazón de cada uno.
En el evangelio de hoy, sin embargo, no todo son estímulos positivos. Si la
responsabilidad tiene hoy un lugar central, es porque Dios no es indiferente a nuestra
respuesta. Situado temporalmente al final de la predicación de Jesús, el evangelio que
hemos escuchado es una fuerte acusación a los poderosos de su tiempo, sacerdotes y
notables, irresponsables, vueltos de espaldas a Dios, y despreciando su voluntad,
aprovecharse de un pueblo sencillo y pobre, y de no haber escuchado ni a los profetas
ni finalmente a Jesús mismo, hasta quererlo matar. Al final de su vida, Jesús parece
que se convence de que hay grupos de poderosos tan cerrados sobre sí mismos que
son incapaces de escuchar y que sólo "otro pueblo", el de los sencillos, los humildes,
los no elegidos en primer término, es digno de cultivar y hacer fructificar la viña. Dios
no se desentiende y continúa escuchando el clamor de los oprimidos, hasta que, por
su confianza infinita con los hombres y mujeres, vuelve a dar la viña a otros.
Frente al mensaje del Evangelio, exigente, enfocado a la acción, la segunda lectura
nos ha dado una especie de analgésico o antiinflamatorio: Dios es el Dios de la paz
que nos invita a no inquietarnos por nada, a acudir siempre a él con la oración. Creo
que nos da un consejo para que la responsabilidad con la que tenemos que vivir
nuestra vocación cristiana, hecha tantas veces de acción, no pierda esta nota de
contemplación, de paz, de tranquilidad, de tener el corazón y el pensamiento centrado
en Jesucristo.
Por la celebración de esta Eucaristía, concédenos ser, en la paz de tu presencia
constante en nosotros, cristianos responsables de nuestros hermanos y hermanas, y
añadir a tu bendición hasta lo que nuestra oración no osaría pedir.