Domingo 30 del Tiempo Ordinario , Ciclo A
Vámonos queriendo bien y olvidemos al difunto.
Cristo Jesús en el texto que la Iglesia nos propone para este domingo, nos pone
a pensar nuevamente en lo que estamos haciendo con su amor, su cariño y su
entrega. Y aún hoy, después de veinte siglos seguimos preguntándole como si
fuéramos niños de primaria o del catecismo cual es el primer mandamiento de la
Ley de Dios, pero quizá como si sus mandamientos no existieran, no queremos
preguntarle sobre el segundo mandamiento el del amor al prójimo. Igualito
cuando el doctor de la Ley le preguntaba esto mismo a Cristo, lo que nos parece
inconcebible, pues se trataba de un doctor de la Ley, y estaba preguntando
también un mandamiento que todos los niños de su tiempo sabían y recitaban
de memoria cada día. Por supuesto que este hombre que se acercó a Jesús,
llevaba la consigna de hacer quedar mal a Jesús delante de los hombres y las
mujeres que le escuchaban, pues la verdad, entre tantos y tantos mandamientos
que los hombres de su tiempo tenían que cumplir, era natural que las gentes se
preguntaran: ¿y de todo esto, cuál es lo más importante? Porque hay que saber
que entre prohibiciones y prescripciones se llegaban a enumerar más de 613,
por supuesto no era todo esto mandatos del Señor, sino interpretaciones de los
hombres, de los sabios, de los que se creían santos y muy santos y
redomadamente santos. Y Cristo pone las cosas en su lugar, no tantos
mandamientos sólo dos, y unidos, mancomunados, como los esposos, como el
café y la leche, como el pan y la sal. Esos mandamientos ciertamente eran
conocidos, pero el segundo como que estaba guardadito, el amor al prójimo, y
como que se le obedecía, pero sólo tratándose de los propios ciudadanos, los de
la misma raza, los judíos y párale de contar. Y Cristo extiende ese amor a todos,
a todos los hombres, sin excepción, y quiere que ese amor a los hombres, sin
descuidar el amor a Dios, esté presente en toda relación entre los hombres,
pues el amor a los hombres tiene que ser la medida del amor a Dios. Y abusando
de la situación podríamos decir que Jesús no quiere un primer o segundo
mandamiento, sino que el amor a Dios, el amor al prójimo y el amor a sí mismo
sean el mandamiento más importante. Y esto se acentúa, cuando nos damos
cuenta de que si para muchas gentes el amor a Dios es lo más importante, las
encuestas nos dicen que en la población católica si apenas un diez por ciento se
acerca a los actos de culto, concretamente a la Eucaristía, y de esos todavía un
porcentaje menos se acerca a recibir a Cristo en la Sagrada Comunión. Y si
apuramos un poco más las cifras de las encuestas, caemos en la cuenta que la
pobreza ha aumentado alarmantemente y precisamente en los países más
cristianos, lo que nos tiene que hacer replantearnos nuestra situación ante el
mandamiento del Señor del amor a nuestros hermanos y al mismo Dios.
Y si quisiéramos buscar caminos, pistas de dónde es más necesario el amor a los
hermanos y a los hombres, simplemente habría que dejarnos guiar por la
oración sencilla, confiada, casi ingenua, pero alegre y esperanzadora, de los
obispos al final del Sínodo extraordinario sobre la familia humana: “Nosotros, los
Padres Sinodales uniéndonos a la familia de Nazaret, elevamos al Padre de todos
nuestra invocación por las familias de la tierra:
Padre, regala a todas las familias la presencia de esposos fuertes y sabios, que
sean manantial de una familia libre y unida.
Padre, da a los padres una casa para vivir en paz con su familia.
Padre, concede a los hijos que sean signos de confianza y de esperanza y a los
jóvenes el coraje del compromiso estable y fiel.
Padre, ayuda a todos a poder ganar el pan con sus propias manos, a gustar la
serenidad del espíritu y a mantener viva la llama de la fe también en tiempos de
oscuridad.
Padre, danos la alegría de ver florecer una Iglesia cada vez más fiel y creíble,
una ciudad justa y humana, un mundo que ame la verdad, la justicia y la
misericordia''
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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