Domingo 32 ordinario, Ciclo A
No hay que meterse en la danza si no se tiene sonaja.
Al final de su agitada vida, cuando Cristo fue hecho prisionero y obligado a
cargar con una cruz sus discípulos corrieron de inmediato a esconderse. Pedro,
uno de ellos, cuando quiso ocultar su identidad, dijo tajantemente que no
conocía al Maestro pero al instante le dijeron: “pero si hasta en el modo de
hablar se conoce que eres uno de sus discípulos”. Esa frase, altamente
comprometedora en su momento, podría ser una buena definición para los que
quieran ser discípulos del Maestro: que se les note en la vida, en los hechos, en
el amor, en la entrega, en la generosidad, en una palabra, que el discípulo haga
la vida que hacía el Maestro, que se llevaba a vivir con él a los que él había
llamado y no les enseñaba reglas, leyes, sino una nueva manera de vivir, en
comunidad, en entrega, en generosidad y en amor. Y lo que no huela a eso,
definitivamente será cualquier otra cosa pero no cristianismo. Por eso las frases
de Cristo en el texto escogido por la Iglesia para este día, constituyen el
momento para un fuerte y serio examen de conciencia sobre lo que hemos
hecho con el mensaje de Jesús, intentando no volver a buscar nuevas reglas
para nuestra vida, sino una sola, la del amor fraterno y ahí entraríamos todos los
que pretendemos servir a la comunidad desde atrás del altar, hasta el más
pequeño y más sencillo de los creyentes, para no hacernos acreedores a la
recriminaci￳n de Cristo: “ En la cátedra de Moisés se han sentado los
escribas y fariseos: hagan, pues, todo lo que les digan, pero no los
imiten en sus obras, porque dicen una cosa y hace otra. Hacen cargas
muy pesadas y difíciles de llevar y las echan sobre las espaldas de los
hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo hacen
para que los vea la gente ”. Aquellos hombres realizaban una obra
importante, pues habían sido puestos ahí con una función específica, hacer llegar
el mensaje y ponerlo por obra para caminar por caminos de salvación, pero con
el tiempo pusieron tanto de su cosecha, que más que el mensaje salvador y la
espera del Mesías prometido, se habían constituido en los “mesías y los
salvadores”, así en peque￱o y se habían encumbrado tanto que hacían muy
difícil de llevar un mensaje que siempre debió de ser de gracia y de salvación,
pero no hay que pedirle peras al olmo, pues era esa la razón de la visita y la
estancia de Cristo entre los hombres: meternos el hombro, jalar con nosotros,
“Vengan a mí los que están fatigados…” no a imponer otras cargas, sino
ayudarnos a llevar la propia, ayudando al mismo tiempo a llevar la de los
demás, pues la salvación ha sido querida por él no desde arriba ni desde los
ángeles, sino desde el hombre mismo, de entre los cuales Cristo es el primero.
Quizá hoy tendríamos que callarnos los que pretendemos servir dentro de
nuestra Iglesia y dejar que los cristianos nos prediquen, nos echen en cara
nuestros errores, y nos tengan compasión, ayudándonos a ser perdonados de
nuestros pecados, perdonándonos ellos mismos cuando no hemos sido capaces
de ser conductores desde el corazón de Cristo.
¿Queréis oírlo de otra forma? Entonces pongamos atención al documento de
Aparecida en los ns 159-160: “La Iglesia, como “comunidad de amor”, está
llamada a reflejar la gloria del amor de Dios que, es comunión, y así atraer a las
personas y a los pueblos hacia Cristo. En el ejercicio de la unidad querida por
Jesús, los hombres y mujeres de nuestro tiempo se sienten convocados y
recorren la hermosa aventura de la fe. “Que también ellos vivan unidos a
nosotros para que el mundo crea” (Jn 17, 21). La Iglesia “atrae” cuando vive en
comunión, pues los discípulos de Jesús serán reconocidos si se aman los unos a
los otros como Él nos amó (cf. Rm 12, 4-13; Jn 13, 34).
160. La Iglesia peregrina vive anticipadamente la belleza del amor, que se
realizará al final de los tiempos en la perfecta comunión con Dios y los hombres.
Su riqueza consiste en vivir ya en este tiempo la “comuni￳n de los santos”, es
decir, la comunión en los bienes divinos entre todos los miembros de la Iglesia.
Constatamos que, en nuestra Iglesia, existen numerosos católicos que expresan
su fe y su pertenencia de forma esporádica, especialmente a través de la piedad
a Jesucristo, la Virgen y su devoción a los santos. Los invitamos a profundizar su
fe y a participar más plenamente en la vida de la Iglesia, recordándoles que “en
virtud del bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo”.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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