DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía del P. Lluís Juanós, monje de Montserrat
26 de octubre de 2014
Ex 22, 20-26 / 1 Tes 1, 5c-10 / Mt 22, 34-40
Hermanas y hermanos: Que nuestro Señor es bueno y nos ama, lo hemos oído y
repetido tantas veces que a menudo, cuando no sabemos cómo justificar nuestra fe,
echamos mano del comodín del amor, que siempre queda bien y de esta manera
hemos llegado a endulzar nuestra fe hasta hacerla muchas veces empalagosa. Frases
como "Dios nos ama", "Dios es amor”... han pasado de ser los compendios más
breves y más sublimes de la fe cristiana, a convertirse en los eslóganes más
recurrentes de nuestros discursos más improvisados cuando tenemos que hablar
sobre Dios.
Cuentan de un cura que momentos antes de comenzar la misa, alguien le preguntó
qué pensaba decir en la homilía y él respondió, sin darse cuenta de que ya tenía el
micro conectado: "¡Ah! pues como siempre, diré que Dios es bueno y nos ama y bla
bla bla bla ... ". Aún no había salido al altar que su ama de llaves entra corriendo a la
sacristía y le dice: "¡Padre, hoy no es necesario que haga el sermón que ya lo hemos
oído todos! " Realmente, de lo que es tremendamente simple, nos conviene hablar con
más propiedad y con más moderación que nunca.
En el pueblo de Israel y en tiempos de Jesús, los maestros de la Ley discutían sobre el
tema del "mandamiento", aquel mandamiento que incluiría todos los demás preceptos
que un buen israelita debía cumplir. La opinión dominante era que el mandamiento
más importante, que resume la Ley entera, era la observancia del sábado.
Jesús no fue por ese camino. Cuando un maestro de la Ley -por probarlo- le pregunta
sobre el tema, su respuesta es un llamamiento a la totalidad de la persona, no sólo al
cumplimiento externo de unas costumbres o de unos preceptos. Jesús habla de amar,
y de amar " con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser ". Para Jesús,
los mandamientos de la Ley de Dios se resumen y se cumplen cuando hay una
adhesión incondicional a Dios, por encima de cualquier otro interés personal o
colectivo.
La unión entre los dos mandamientos, amar a Dios y amar a los demás, nos recuerda
lo de la primera carta de Juan: " Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su
hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no
puede amar a Dios, a quien no ve." (1 Jn 4, 20). Así pues, la estima de los demás es
la expresión y la concreción real del amor a Dios.
En nuestro ambiente, a menudo no tenemos problema en aceptar una concepción
"light" del amor: un amor de telenovela, que no nos comprometa a mucho, con fecha
de caducidad; un amor de emociones, ocasional, de temporada, ... y no siempre
estamos dispuestos a aceptarlo cuando nos saca de nuestra comodidad, de nuestro
egoísmo, o de nuestras certezas o intereses. El amor de verdad, aquel que nos pide
implicación voluntaria de nuestra vida y que se convierte en oblación por los demás al
estilo de Jesús, pide a menudo un espíritu libre y generoso para lograrlo y gracias a
Dios tenemos testigos de esta manera de amar:
Preguntad sino que quiere decir amar a los padres que acaban de perder un hijo de
18 años en un accidente de moto y, en caliente, deben responder si consienten en
donar sus órganos.
Preguntad sino que quiere decir amar a los judíos y a los palestinos que han
perdido familiares en el conflicto y que siguen apostando a pesar de todo por la paz,
soportando las iras de sus conciudadanos que no les perdonan que sus hijos vayan a
la misma escuela o que jueguen en el mismo equipo de fútbol o que toquen en la
misma orquesta.
Preguntad sino que quiere decir amar a los misioneros que más allá de su misión,
siguen inventando maneras de recuperar aquella mujer maltratada o rehacer la
humanidad de aquel niño soldado que fue obligado a matar al padre y la madre por
intereses que ni él puede llegar a entender.
Preguntad sino que quiere decir amar a la pareja que tras 25 años de matrimonio,
con los hijos ya creciditos, se deciden a revivir un amor que permanece enterrado bajo
un montón de rutina, de silencios, de automatismos, de reproches, de pasos en falso...
Hay muchas personas que nos podrían hablar del amor con propiedad y que a pesar
de vivirlo en medio del dolor o el anonimato, también les da la alegría y el sentido a
toda una vida.
Una de estas personas es la joven paquistaní Malala Yousafzai, recientemente
galardonada con el premio Nobel de la Paz y que en su discurso en la ONU decía:
Queridos hermanos y hermanas, no estoy contra nadie. Tampoco debo aquí para
hablar en términos de venganza personal contra los talibanes o cualquier otro grupo
de terroristas. Debo aquí hablar encima de todo por el derecho a la educación de
cada niño. Quiero la educación para los hijos y las hijas de todos los extremistas sobre
todo el Talibán.
Ni siquiera odio al talibán que me disparó. Incluso si tuviera un arma en la mano y se
pusiera delante de mí. Yo no le dispararía. Esta es la compasión que he aprendido de
Mahoma -el profeta de la misericordia, Jesucristo y Buda. Este es el legado de los
cambios que he heredado de Martin Luther King, Nelson Mandela y Muhammad Ali
Jinnah. Esta es la filosofía de la no violencia que he aprendido de Gandhi, Bacha Khan
y la Madre Teresa. Y este es el perdón que he aprendido de mi madre y mi padre. Esto
es lo que mi alma me dice, ser pacífica y amar a cada uno. "
Que el amor que hemos aprendido de Jesús, y que ahora se hará sacramento sobre el
altar, inspire también nuestros actos y nuestra vida.