Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos (2 de noviembre)
SEGUNDO TOMO DE NUESTRA VIDA
Padre Javier Leoz
“El Se￱or es bueno para los que en él esperan y lo buscan; es bueno esperar en
silencio la salvaci￳n del Se￱or”. “Porque, si nuestra existencia está unida a él en
una muerte como la suya, lo estará también en una resurrecci￳n como la suya”.
“En la casa de mi Padre hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio”.
1.- Estas tres frases, extraídas de las tres lecturas que hemos proclamado en
este día, resumen perfectamente esta conmemoración de Todos los Fieles
Difuntos. Y al decir “todos” hacemos memoria de todos aquellos que, desde
tiempos pretéritos hasta el presente, fueron fieles a la fe y murieron con un sólo
y firme pensamiento: Cristo resucitó y yo, porque creo, resucitaré.
Desde que el hombre nace anda buscando mil motivos para vivir y otros tantos
para ser feliz. Pero siempre, tarde o temprano, en aquella esquina más
insospechada, la mala suerte o la misma muerte sale a su encuentro. Llevamos
ya muchos años intentando maquillar esa realidad. Preparamos a los niños y a
los jóvenes para el éxito pero nadie les habla del fracaso. Les presentamos un
mundo idílico, con un escaparate de luz, atracción, sonido y color, pero nadie les
recuerda (porque no es políticamente correcto) que también ellos en cualquier
instante pueden darse de bruces con el silencio de la muerte.
Qué distinto sería si, como cristianos, intentásemos recordar una realidad: desde
el momento en que nacemos comenzamos a morir pero, desde el instante en el
que morimos –por Cristo- comenzamos a vivir. Todo ello, por supuesto, exige
una nueva evangelización. Los cristianos no nacemos para ser buenos (aunque
también) sino para recordar una y otra vez el suceso clave que ha cambiado el
devenir de la humanidad: CRISTO MURIÓ Y RESUCITÓ Y CON SU
RESURRECCIÓN ROMPIÓ LAS CADENAS DE NUESTRA MUERTE PERPETUA. ¿Tan
difícil resulta comunicar esto? ¿Tan difícil es presentar la resurrección de Cristo
como el elemento central de nuestra fe?
2.- Hoy, a la luz del faro de la Resurrección de Jesús, recordamos aquella
mañana, tarde o noche en que un padre, madre, hijo, sobrino, vecino, religioso,
sacerdote o allegado a nosotros cerró los ojos a este mundo. En unos casos su
muerte era anunciada por una enfermedad. En otros su aparición nos supuso
desconcierto, dolor, interrogantes, desazón, soledad, incomodidad y hasta
rechazo. ¿Por qué Dios has permitido esto? ¿Ganamos algo echándoselo en cara
a Dios?
3.- En esta Fiesta de Todos los Fieles Difuntos pensamos en el segundo tomo de
nuestra vida. Sí; porque –el primer tomo- es el que estrenamos, leemos o
emborronamos aquí y ahora. Pero después de nuestro paso por esta tierra, que
es como una breve marcha con pequeños accidentes que son inscritos en el libro
de cada persona, nos queda todavía por firmar la segunda parte: el tomo de la
eternidad. Allá, prólogo e índice, lo inicia y finaliza Dios. Por ello mismo, porque
ese segundo tomo de nuestra existencia (que es la vida en el cielo) nos queda
por trazar, sería bueno que este día de difuntos rezásemos por aquellos que se
marcharon.
-Que Dios, si en algo fallaron, utilice la gran misericordia que se nos narra en la
parábola del Hijo Pródigo
-Que el Señor, si por algo ensuciaron su vida, levante del suelo a nuestros seres
queridos como Cristo lo hizo con el rostro de la mujer arrepentida del Evangelio.
-Que el Padre, si en algo no estuvieron a la altura de las circunstancias, los
siente a su mesa como el mismo Jesús acogió en su apostolado a gente que,
antes o después, le negaron o le traicionaron.
--Que esta fiesta de Todos los Difuntos nos anime a vivir con esperanza y, sobre
todo, a saber que estamos llamados como nuestros seres queridos fallecidos a
morir también con la misma esperanza de los hijos de Dios. Perder no vamos a
perder nada. ¿Y ganar? Ni más ni menos que el segundo tomo eterno de nuestra
existencia en Dios. Que descansen en paz
4.- ¡VIVIREMOS PARA MORIR Y VIVIR!
Gracias, Señor, por el don de la vida
Porque, aun siendo viaje de relámpago por la tierra,
ha merecido la pena contemplar, gustar y sentir
la belleza que tu mano creó aquel lejano día.
Gracias, Señor, por la hermana muerte
que, de forma cruel o dulce, nos visita
y nos recuerda que somos frágiles y no yunques
que, tarde o temprano, nuestro cuerpo se desmorona
pero, aquello que le sustenta, va a tus brazos de Padre.
¡VIVIREMOS PARA MORIR Y VIVIR!
Porque en el morir, Señor, está la llave del futuro vivir
Desaparecerá la oscuridad y emergerá la luz
Se evaporarán las lágrimas y nuestros ojos te verán
Saltaremos del silencio, y cantaremos tus maravillas
Nos levantaremos del sueño, y proclamaremos tu realeza
¿Cómo no darte gracias, oh Señor, por tu paso por este mundo?
Sin tu muerte, nuestra muerte sería eslabones de por vida
Sin tu resurrección, nuestra vida sería caduca y sin respuesta
Sin tu triunfo, nuestras conquistas serían poca cosa
¡VIVIREMOS PARA MORIR VIVIENDO!
Sabiendo que, más allá del duro madero
aguarda un cielo abierto por tu Ascensión gloriosa
Creyendo que, en tu Resurrección,
siempre habrá segura y certera respuesta para la nuestra
Amando, como Tú amaste,
para que, en el tomo final de nuestra existencia,
puedas concluir: “mucho amaste y por Dios te salvaste”.
¡VIVIREMOS PARA MORIR VIVIENDO!
Porque bien sabemos que a este mundo nuestro
vinimos de noche o de mañana a darnos un breve paseo
Porque, aunque lo olvidemos, a esta tierra nuestra
aterrizamos como lo hace un avión
para, luego, emprender otro vuelo más alto y definitivo
Porque en este suelo, de gozos y de lágrimas,
hemos ido dejando sudores y esfuerzos
fe, oración y confianza en Ti que tienes la última palabra
Por eso, con todos nuestros difuntos,
hoy más que nunca –mirando hacia lo alto- confesamos:
¡VIVIREMOS, CON CRISTO,
PARA VIVIR CON CRISTO Y POR CRISTO EN EL CIELO!
Amén.