Día de los fieles difuntos
Solo los que se han muerto saben lo que son responsos
Una de las más arraigadas tradiciones en todos los pueblos, es el culto y el
Recuerdo de los difuntos. Las más antiguas construcciones del hombre, han sido
o templos o tumbas, lo que nos da idea de que el hombre siente la cercanía de
un ser misterioso, más grande que el, a quien le atribuye la vida y sus difuntos,
a los que siente cercanos, y no precisamente muertos, pues hace acompañar su
cadáver de joyas, alimentos, dinero, bastón, y en algunas ocasiones el perro e
incluso tratándose de personajes importantes, esclavos para que puedan servirle
en la otra vida.
Y nosotros los cristianos, y en concreto los sacerdotes, en muchas ocasiones
comemos gracias a que nuestros fieles se congregan como nunca, en los ani-
versarios, a orar por los difuntos. Lo que no pueden ni los ruegos del
sacerdote ni de la madre, ni de ningún otro, lo consiguen los difuntitos, porque
congregan en el aniversario de la muerte, a los familiares para pedir por el
abuelo, o el tío, o el hermano que murió en plena juventud en medio de un
partido de básquet.
Y como mexicanos, la realidad, conocida mundialmente, es que estamos en
contacto muy cercano con la muerte, que forma parte muy importante de nues-
tra cultura. A la muerte el mexicano, el mexicano la viste y la desviste, la coloca
en las tumbas, pero también en sus panes, en sus dulces y en sus juguetes.
Y dado que este domingo celebramos, según el calendario de la Iglesia la
fiesta de todos los fieles difuntos, sin el sobresalto que significa la presencia de
un cadáver frente a la comunidad, con los desvelos, las lágrimas y los desmayos
que eso supone, podremos en esta ocasi6n, acercarnos desde nuestra fe, a esa
realidad por la que todos tendremos que pasar, nuestra propia muerte.
Y precisamente, desde nuestra fe, podremos acercarnos a algunos textos de
la Sagrada Escritura, que nos hagan entrar en las dimensiones precisas de la
muerte pero sobre todo de la vida.
Es interesante, entonces, ver como en la misma Escritura, ha habido un
avance, se ha descorrido poco a poco el velo que cubre la realidad de la
desaparici6n de un hombre sobre la tierra. Precisamente el libro de los
Macabeos, nos presenta a Judas el Macabeo, que hizo una colecta para ofrecer
un sacrificio en Jerusalén, pues creía que era obra buena orar por los difuntos,
sobre todo a aquellos que habían caído en la batalla, pues a ellos les esperaba
una magnífica recompensa, y señala el libro, la bondad de la oraci6n por los
difuntos, para que se vieran libres de sus pecados. Más aún, ya se habla ahí
mismo de la inutilidad de
de la oración por los difuntos, si no se tuviera seguridad de su resurrección.
Pero será Cristo el que descorrerá el velo que ocultaba lo que ocurre con los
que se van de este mundo, ya que él es el único que ha regresado, para
decirnos que verdaderamente hay otra vida que se extiende mas allá de lo que
alcanzan a contemplar nuestros sentidos, que la muerte ha sido consecuencia
del pecado, pero que El como primero de entre las criaturas, con su propia
muerte, y con su entrega voluntaria en lo alto de la cruz, ha hecho posible para
nosotros una vida que es sin duda alguna más exquisita que la que nosotros ex-
perimentamos aún en este mundo, y se complace en anunciarnos que gracias a
que El ha resucitado después de muerto, y siendo miembros suyos, también no-
sotros podremos resucitar con e1 a la vida nueva de los hijos de Dios en el Reino
de los cielos.
Y será el mismo Cristo, que con magistrales pinceladas como sólo él sabe
hacerlo, nos descubre cómo será el día final en este mundo cuando ya no en la
carne mortal y en su debilidad, ya no en lo oculto como lo hace cada día y con
todos los hombres, sino con poder y majestad, vendrá a dar a cada uno según
sus propias obras.
Aquí quisiera llamar la atención sobre los "acordeones" que todos los
estudiantes se inventan para copiar y pasar el examen, en esta ocasión Cristo
nos pone en la mano el acordeón para pasar el único examen importante en
nuestra propia vida, el examen final.
Y la palabra clave en este examen, es el AMOR. Pero un amor que se vea,
que se sienta, que se pueda palpar, dirigido hacia los que nada tienen, a los que
nada son, a los que nadie oye, a los que nadie los ve: a los pobres, a los
desheredados, a los que con todo su esfuerzo no han logrado hacer fortuna en
este mundo.
Hoy nos convendría volver a escuchar a Cristo: tuve hambre, tuve sed,
estuve desnudo, pero ustedes me ayudaron, ustedes me socorrieron, ustedes
me sacaron adelante, entren benditos de mi Padre, entren a tomar parte en la
herencia que se les concedió a ustedes desde toda la eternidad.
Hoy es entonces el día de darnos cuenta de que somos pasajeros, que nadie
se va a quedar aquí por bonito, o por sus buenas obras, o como modelo para
futuras generaciones, todos vamos de paso, y vamos de paso a otra vida, y no
será entonces la oportunidad, como los postmodernos afirman, de hacer aquí
nuestra propia vida, gozándola lo mejor que se pueda, porque el futuro
definitivamente no existe; ni es el caso tampoco, de otros muchos que con el
pretexto de que vamos de camino, y de camino hacia el cielo, les importa un
comino la suerte de los que nos rodean, y la suerte del mundo en que estamos
viviendo; nosotros tendremos que pasar por en medio, ni entregados al placer,
ni desinteresados por los problemas de nuestro mundo, sino más bien, entrega-
dos a hacer el bien, a llenarnos de buenas obras, pues ya que nuestros días
están contados, pesados y medidos sobre la tierra, disponernos a la nueva vida
de los hijos de Dios que nos anuncia Jesús.
Tu amigo el Padre Alberto Ramírez Mozqueda