Una memoria obligada
Somos como niños jugando a la orilla de la eternidad. Nuestras vidas son pasajeras,
vacías, muchas veces en desconcierto. Sin embargo, la caminada es larga. No se detiene.
Adelante van los valientes. En la retaguardia la masa entera. En mirada retrospectiva,
vemos tantas cruces, tantos mausoleos, tanto dolor acumulado con nombres que
recitamos como letanías entreveradas con Aves Marías.
El día de los Difuntos (en mi País, Bolivia, se le confunde con el día de Todos Santos:
Es lo mismo) remueve el corazón, la existencia toda, con la memoria. Es memoria
obligada. Es la vida que retoma las raíces, que se embriaga de la savia de ancestros
conjugada en la experiencia de un vivir que se actualiza y se celebra en memorial
viviente. Es como si la vida no terminara y si terminase, aquí volvería a nacer.
La vida se define en un dilema: O vivimos el hoy, tiempo histórico, o nos lanzamos en
paracaídas al tiempo escatológico, el más allá: Este dilema, nudo gordiano, se resuelve
en cristiano con lo que es el centro de nuestra fe: El misterio Pascual. Desde que Cristo
ha muerto en la Cruz, mi vida está acunada en la esperanza y morir, el simple morir, es
cruzar la frontera donde encontramos lo que siempre habíamos buscado.
Aceptamos la vida como un don: Don recibido. La muerte también es un don: Don
entregado. Es el momento de la ofrenda, de la cosecha. En la vida todo se nos da. En la
muerte, todo lo entregamos. Para vivir necesitamos muchas cosas. Para morir, nada,
absolutamente nada: Lo único, estar vivo en plenitud. Y dejarse morir, descansar en el
misterio de un Dios Misericordia, en sus manos providentes, en el gozo de la visión
como si el sol saliera al otro lado del último suspiro.
Cochabamba 02.11.14
jesus e. osorno g.
jesus.osornog@gmail.com