Domingo 32 ordinario, Ciclo A
Todo mundo trata de llevar el agua a su molino, aunque deje seco el
pozo del vecino.
El fin el año se acerca y los textos de la Sagrada Escritura nos abren a la
realidad de un Señor Jesús que llega como una profunda realidad, para poner a
cada uno de los cristianos y de los hombres en su lugar, y la idea es hacer que
todos los hombres vivan como quienes han de tener lugar el encuentro con el
SALVADOR, y hay que remarcarlo, se trata del Salvador y no tanto como del que
vendrá a juzgar, hurgando en los entresijos de cada persona, buscando motivos
para condenarlos, sino más bien, los motivos más pequeños para salvarles y
hacerles vivir siempre en su compañía. El texto evangélico de este domingo es
algo que yo no había entendido por muchos años. Se trata de la parábola de las
10 vírgenes que salieron de noche al encuentro del esposo para entrar a la fiesta
de bodas. La costumbre era precisamente en el pueblo hebreo que el día
señalado para la boda, el novio, acompañado de sus familiares y amigos y de
los músicos correspondientes, se dirigían a la casa de la novia, para trasladarla a
la casa del novio y comenzar la celebración, la costumbre era de noche. Pues
sucede que aquellas santas mujeres, unas se prepararon y otras no llevaron el
aceite suficiente para aguantar la espera del novio, y se quedaron fuera, porque
les falló ese detalle importante. Digo que yo no entendía, hasta que alguien me
platicó de dos familias que viajaron juntas hacia la playa, pero una de ellas, no
revisaron el coche, a medias del camino se quedaron sin gasolina, más tarde se
les ponchó una llanta y finalmente como no habían hecho reservación, tuvieron
que dormir en la playa, con mosquitos, con incomodidades, y todo porque no
tuvieron la precaución de arreglar esos detalles que son mínimos cuando se va
a salir de viaje.
El cristiano tiene que vivir siempre prevenido, siempre a la espera, siempre en
actividad, no como los católicos que lo son una hora a la semana, mientras dura
la Eucaristía, y que buscan afanosamente un lugarcito donde el padrecito se
despache la Misa lo más pronto que se pueda para ya no tener la monserga de
la esposa, o la abuela o la madre que fastidian invitando a la celebración
eucarística dominical. Hoy los cristianos católicos tienen que trabajar y
activamente, a a partir de su propia parroquia, que es como la célula básica de
toda la vida eclesial, de donde parten todas las iniciativas para hacer fuerte,
vigorosa y misionera a nuestra Iglesia. Oigamos si no, a los Obispos en
Aparecida (175): Siguiendo el ejemplo de la primera comunidad cristiana
(cf. Hch 2, 46-47), la comunidad parroquial se reúne para partir el pan
de la Palabra y de la Eucaristía y perseverar en la catequesis, en la vida
sacramental y la práctica de la caridad”. Ahí los cristianos tienen que
sentirse como el pez en el agua, donde den rienda suelta a su imaginación, para
que la Palabra de Dios se haga vida en todos los corazones de los hombres. Uno
piensa ingenuamente que sólo en África o en Asia se necesita ir a evangelizar,
cuando hay amplios sectores en nuestra comunidad parroquial necesitados de la
gracia que llega través de la vida de los que ya vivimos en la fe. “ En la
celebración eucarística, ella renueva su vida en Cristo. La Eucaristía, en
la cual se fortalece la comunidad de los discípulos, es para la Parroquia
una escuela de vida cristiana. En ella, juntamente con la adoración
eucarística y con la práctica del sacramento de la reconciliación para
acercarse dignamente a comulgar, se preparan sus miembros en orden a
dar frutos permanentes de caridad, reconciliación y justicia para la vida
del mundo” . No es posible pensar en una vida de gracia y en una espera del
Señor Jesús resucitado, cuando hacemos un gran hueco en la semana, y sólo
pretendemos mostrar cara de cristianos el domingo por la mañana. Habría que ir
a visitar y quedarnos con las gentes que viven en la periferia de nuestras
ciudades donde aún no llegan los beneficios de la civilización, la luz, el drenaje,
las comunicaciones, la higiene, la seguridad e indudablemente el amor entre
todos los hombres.
“La Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana, hace que nuestras
parroquias sean siempre comunidades eucarísticas que viven
sacramentalmente el encuentro con Cristo Salvador”. El espacio de esta
consideración no nos permite considerar la importancia de la presencia de los
católicos en los otros sacramentos, pero bastaría con una participación activa,
real, comprometida, y misionera, en nuestra Eucaristía, para que nuestras
parroquias volvieran a ser comunidades solidarias, comprometidas con el amor,
la entrega y la generosidad hacia todos los que formamos este mundo nuestro y
podamos transformarlo para la alabanza de Cristo Jesús. preparemos, pues la
venida de Cristo Salvador.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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