CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
2 de noviembre de 2014
Job 19, 1.23-27; Sal 114; 1 Tes 4, 13-18; Jn 14, 1-6
Caminaré en presencia del Señor, en el país de la vida . La muerte, con su dimensión
de drama y de misterio, nos afecta a todos. Bien lo sabemos, hermanos y hermanas.
Ya sea por la muerte de las personas queridas, que hoy recordamos con un afecto
particular, ya sea porque cada día los medios de comunicación nos hablan de ella, ya
sea porque inexorablemente el tiempo pasa y un día la encontraremos en nuestro
camino personal. Ante la realidad de la muerte y de la oscuridad que conlleva a
nuestra comprensión, nos sentimos cuestionados y buscamos algo donde agarrarnos
para encontrar una explicación, un consuelo, una luz, y no tener que quedar en una
especie de aceptación estoica del destino.
La Palabra de Dios que acabamos de proclamar nos enseña a vivir la muerte con dolor
pero a la vez con confianza. Porque nos habla de la muerte, no mirando atrás con
melancolía por el recuerdo de los antepasados, sino mirando adelante con confianza.
Nos habla desde la certeza de que Dios nos otorga una vida plena más allá de la
muerte corporal. Por ello, para los que creemos en Jesucristo, la vivencia de la muerte
es una llamada a la esperanza. Lo sintetiza muy bien el versículo del salmo que
hemos cantado cuando lo iluminamos con la luz del Evangelio: Caminaré en presencia
del Señor, en el país de la vida . Sí. Liberados de la muerte, podemos convivir con
Dios, en la plenitud de la alegría y del amor, junto con todos los demás a los que
Jesucristo ha preparado estancia, en la casa del Padre porque, según hemos oído en
el Evangelio proclamado, allí hay muchas estancias .
Es muy humano que la muerte nos pueda dar miedo, que nos pueda llevarnos a
adentrarnos en el ámbito desconocido que nos presenta, y que supone el final de una
existencia, a menudo vivida en plenitud, que aparentemente se precipita en la nada.
Pero la Palabra de Dios nos invita a una visión diferente. Nada de esqueletos bailando,
ni de fantasmas que persiguen a los vivos, ni de almas en pena que buscan el cuerpo
que dejaron, como nos presenta una tradición foránea que arraiga en nuestro país. La
Palabra de Dios nos invita a vivir la realidad de la muerte con esperanza, y a vivir,
también, la vida presente a partir de la esperanza que nos da saber que Dios nos abre
un horizonte infinito después de la muerte (cf. Joseph Ratzinger, "El resplandor de
Dios en Nuestro Tiempo". Barcelona, 2008, p. 299). Es una esperanza que se basa en
aquella palabra de Jesús: yo soy la resurrección y la vida . Por eso, san Pablo exhorta
a no entristecerse ante la muerte como lo hacen los hombres sin esperanza ; al
contrario, quiere que ante esta realidad nos consolemos unos a otros, con palabras de
fe , de serenidad, de confianza.
Es cierto que la Palabra de Dios, en varios pasajes, nos dice que habrá un juicio sobre
la veracidad de nuestra vida, en el que quedará al descubierto todo lo que haya habido
de negativo en nuestra existencia. Pero, esta Palabra sobre el juicio, no debemos
vivirla con miedo -como quizás en algunas épocas había pasado-, sino como una
advertencia saludable -salvadora- que nos llama a acertar bien el camino en la vida.
En la casa del Padre, hay muchas estancias -dice Jesús- pero con nuestra libertad
podemos renunciar a entrar si voluntariamente nos cerramos al camino y a la verdad
que, tal como nos decía el evangelio que hemos escuchado, es Jesús mismo;
prescindiendo de su palabra, vivimos mal y seguimos una ruta de egoísmo y de
fidelidad a nuestros deseos. De hecho, Jesús mismo, en otro pasaje evangélico, nos
dice sobre qué seremos preguntados en el examen final de la existencia; será un
examen centrado en el amor a los demás por causa de Jesús: los que pasan hambre,
los pobres, los enfermos, los que son marginados, a todos los que cerca o lejos de
nosotros se encuentran necesitados (cf. Mt 25, 31- 40). El amor vivido ahora es el que
nos permitirá, en la vida futura, poder caminar en presencia del Señor, en el país de la
vida .
Vivir según el ideal que Jesús nos propone no es fácil, y la debilidad humana no
siempre sabe corresponder a la gracia del Espíritu. No siempre sabemos amar como
deberíamos, ni comprender, ni perdonar, ni servir, ni transformar nuestro entorno
según la enseñanza evangélica. Pecamos por acción o por omisión. Pero tenemos un
defensor , Jesucristo, que, si acudimos a él, por amor atestigua a favor nuestro porque
comprende nuestra debilidad (cf. Heb 4, 15) y en la cruz llevó nuestros pecados en su
cuerpo para perdonarlos (cf. 1 Pe 2, 24). Por eso la Iglesia ora cada día por los
difuntos y anualmente dedica este día a conmemorarlos, pidiendo que Jesucristo los
acoja con misericordia, los purifique de las faltas y los lleve al lugar que les ha
preparado en la casa del Padre . Nosotros, sin cerrar el horizonte a todos los que han
dejado ya esta vida a lo largo del tiempo, recordamos ante el altar del Señor nuestras
personas queridas, familiares y amigos. Los monjes hacemos memoria particular de
los hermanos que nos han dejado este último año: el P. Pere M. Puig, en la plenitud de
sus 97 años, y el P. Francesc Xavier Altés , a sus 66 años, aún en pleno rendimiento
como investigador.
La visión cristiana nos hace comprender que la nostalgia que sentimos en lo más
íntimo de nosotros mismos de un mundo sin dolor ni muerte, que la nostalgia de vivir
para siempre, no es un deseo absurdo. Dios existe y ama entrañablemente a cada ser
humano y no quiere que la muerte lo reduzca a la nada. Y por eso nos ha dado a
Jesucristo. Unidos a él encontramos el camino de la vida ; es decir, la manera más
humana de desarrollar nuestra persona y de relacionarnos con los demás y, al mismo
tiempo, la manera de superar la oscuridad de la muerte, que él también atravesó.
Confiémonos a él sin temor, que nos llevará al lugar que nos tiene preparado en la
casa del Padre . Y confiémosle todos los difuntos para que, como defensor de la
humanidad que es, por su muerte en cruz, también los acoja. Y todos podamos seguir
caminando en presencia del Señor, en el país de la vida .