XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
¿COBARDÍA O MIEDO?
Padre Javier Leoz
“Difícil, pero no imposible” Es una frase que, aun por repetida, no deja
de ser iluminadora de una gran verdad: quien la sigue, la consigue.
Imposible resulta alcanzar la montaña más alta del mundo (el Everest)
si, de antemano, el montañero se esconde y se queda conforme en el
collado más pequeño; al lado de la llanura.
El Señor, nos ha dado gran capacidad para salir de nosotros mismos. Para dar
razón de nuestra fe y de nuestra esperanza. ¿Por qué nos asustan esos grandes
picos donde, la fe, todavía no ha prendido con fuerza? ¿Por qué preferimos
quedarnos al lado de los evangelizados y no salir al encuentro de los que aún no
conocen la fuerza reveladora de Cristo? ¿En el fondo debilidad o comodidad de
nuestra fe?
Interrogantes que, junto a otros muchos, sólo esperan una respuesta: ¡Dios me
ha dado mucho o poco y, por lo tanto, he de devolverle con creces tantas
gracias que puso dentro de mí!
Cobardía y miedo son dos grandes enemigos que paralizan nuestra vida
cristiana. Pero, la ausencia física del Señor, reclama nuestra responsabilidad.
¿Qué estamos dispuestos a hacer por El? ¿Qué talentos están produciendo
nuestras familias cristianas que han sido regadas con el sacramento del
Bautismo y que, constantemente, son beneficiadas con multitud de gracias
sacramentales? ¿Respondemos con generosidad a tantos regalos por parte de
Dios y de la Iglesia misma?
Debemos y mucho a Dios. Pero, por las circunstancias en las que nos
encontramos, creemos que todo se lo debemos al hombre, al progreso, a la
sociedad, a los amigos, al golpe de suerte (o incluso al horóscopo que nos
predecía nuestro futuro inmediato) y olvidamos saldar cuentas, o decir “gracias”,
a Aquel que ha confiado tanto en nosotros y ha puesto un inmenso capital divino
en nuestras entrañas: Dios.
Seamos agradecidos. Miremos un poco a nuestro foro interno. ¿Cuántas de los
proyectos que hemos iniciado no se deben a la mano de Dios? ¿Cuántas cartas
hemos tenido en la mano y, a la hora de jugar, lo hemos hecho pensando más
en nosotros que en los demás, mirando más al mundo que pensando en Dios?
Jugar en limpio. He ahí el dilema también de nuestra vida cristiana. En limpio y
con las cartas que Dios nos ha dado. Porque no solamente hay que jugarse la
vida por Dios (a veces con mínimos y otras con índices de heroicidad), también
lo hemos de hacer nítidamente. Sabedores de que, al final, el Señor quiere
recoger algo de aquello que nos confió. ¿Le daremos espinas y no frutos? ¿Tal
vez sólo intereses y no parte de la fortuna que le corresponde? ¿Sólo
justificaciones de nuestra debilidad y no valentía en nuestro actuar?
No nos crucemos de brazos. No tengamos temor a que, en la bolsa de los
valores del mundo, no se evalúen demasiado las acciones del Reino de los
Cielos. Entre otras cosas, y por muchas razones, porque al final lo único que
permanece y se mantiene en alza son las valías eternas; aquellas que no
caducan, que trascienden todo, que lo superan todo y que se convierten en
bonos de salvación.
Posdata . Al celebrar en este día, la Jornada de la Iglesia Diocesana en España
se nos invita también a la responsabilidad. No olvidemos que el gran capital de
nuestra Iglesia somos todos nosotros. Que el tesoro es la fe que, desde los
apóstoles, vamos transmitiendo de generación en generación es don y tarea,
inversión de tiempo y confianza en el Señor.
Pero, como todo, la Iglesia necesita también del elemento económico para que,
la voz de Dios, lejos de apagarse cuente con los medios necesarios (humanos y
económicos).
Hoy, nuestra Iglesia, reclama comunión, y conciencia de lo que somos. Ayuda y
corresponsabilidad de lo que tenemos para salir, con gusto y con agrado, al
sostenimiento de nuestra Diócesis.
La Diócesis; gran tarea de todas las parroquias y comunidades. A ella le
debemos multitud de iniciativas. Gracias a ella, la Diócesis, no nos sentimos
aislados ni huérfanos. Gracias a ella, la Diócesis, nuestros talentos y esfuerzos
vamos orientándolos en la dirección adecuada y al servicio de una misma causa:
el Reino de Dios.