DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía del P. Emilio Solano, monje de Montserrat
16 de noviembre de 2014
Prov 31, 10-13.19-20.30-31; 1Tes 5, 1-6; Mt 25, 14-30
En el evangelio de hoy ha sido proclamada la parábola de los talentos, una moneda
muy apreciada en tiempos de Jesús. La parábola de Jesús empezaba así: "Un
hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes".
Este hombre que se va de viaje es una imagen del mismo Jesús quien, después de
fundar la iglesia, dejó la tierra y subió al cielo, dejando a los suyos, que son todos y
cada uno de los cristianos, todos sus bienes: es decir, sacramentos, doctrina,
sacerdocio, gracia, etc. Estos bienes (no sólo materiales sino también los espirituales,
tanto naturales como sobrenaturales) representan los grandes dones que al hombre le
hace Dios: cualidades del alma y del cuerpo, dignidades, riquezas, elocuencia,
prestigio, todo lo que, en fin, podemos utilizar para la gloria de Dios y el bien de las
almas.
Hay personas de las que decimos que tienen talento. ¿Qué es tener talento? ¿Es ser
listo? ¿Es tener poder? ¿Es tener fortuna, saber aprovechar las ocasiones? Nadie es
una chapuza como persona, cada uno de nosotros, es una obra maestra de Dios. Por
tanto, en todos hay talentos, en todos existe el don de Dios, el amor de Dios. Eso sí,
todos somos diferentes.
La Resurrección de Cristo ha dejado en nuestras almas el maravilloso tesoro de la
gracia. Todos lo recibimos el día de nuestro Bautismo, cuando, sepultados en la
Pasión del Señor, resucitamos con Él y fuimos bendecidos con el Don del Espíritu
Santo. He aquí nuestro gran talento; y esa es nuestra gran responsabilidad: hacer
rendir ese talento de la gracia.
Después, la parábola de hoy nos habla de cómo utilizar los dones que Dios nos regala.
Y así, el Señor nos refiere la conducta de los empleados; dos de los trabajaron con
tanta inteligencia y constancia que doblaron el capital recibido. Es un símbolo de los
que cumplen fielmente sus deberes, cooperan con la gracia, se afanan en trabajar por
Dios, por ellos y por su prójimo. Por lo tanto, ante los dones de Dios lo primero que
hace falta es saber recibirlos como una gracia y no como una carga.
Pero la parábola también nos habla de un tercer empleado que es negligente y
holgazán; no desperdicia el talento que ha recibido, se contenta con esconderlo en un
lugar seguro para devolverlo al Señor, pero sin ganancia. Este empleado holgazán
puede representar a quienes reciben en vano la gracia del Señor, que no hacen el bien
que podrían y deberían hacer, ni levantan el corazón de las cosas de la tierra. Aquí
podríamos recordar la exhortación de San Pablo a los corintios a no desaprovechar la
gracia que hemos recibido.
La gracia es reproductiva, no se puede ocultar, es un tesoro que hemos recibido para
que lo regalemos a manos llenas, haciendo que fructifique. Y eso, una vez más,
depende de nosotros, de nuestra acción, de nuestros recursos, de nuestra
misericordia. Pero los talentos no son nuestros. Los talentos son prestados, son de
Dios. Los hay que piensan que sus virtudes, o sus riquezas, o su suerte son suyas. Y
por eso dicen: "yo no debo nada a nadie"; "a mí nadie me ha regalado nada". Pero la
verdad es que todo es don de Dios.
La mujer hacendosa de los Proverbios es todo lo contrario del empleado holgazán,
infiel por asustadizo. Ella abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre:
estos son sus talentos, aquellos que están entre sus posibilidades, quizás tan
pequeñas, pero siempre tan productivas.
La Palabra de Dios en invita a estar preparados habiendo hecho que nuestros talentos
se multipliquen, porque no sabemos cuándo llegará el día del Señor. Acudamos con
sencillez a María, nuestra madre, para que Dios lleve a buen término en nosotros la
buena obra que Él mismo ha comenzado.