XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Solemnidad. Jesucristo, Rey del Universo
La Presencia real del Hijo del Hombre
La parábola de la comparecencia de todas las naciones ante el Hijo del Hombre
(Mt 25,31-46), lectura de la fiesta de Cristo Rey, constituye la quintaesencia del
mensaje del Evangelio y, con elementos del género literario apocalíptico,
presenta la venida gloriosa del Hijo del hombre, Jesús, como pastor y
rey acompañado de todos los ángeles. Esto no es un video anticipado del juicio
final, sino la última y suprema enseñanza de Jesús, el Señor de la historia, el
cual pone como núcleo de su mensaje la relación de fraternidad con los más
pobres del mundo, los necesitados y los marginados. Ante él comparecerá la
asamblea de todos los pueblos de la tierra e irá separando a cada persona
colocándola en el lugar que le corresponda. Unos heredarán el Reino y otros
serán apartados de él.
Pero no será la arbitrariedad del pastor la que dicte sentencia. El criterio de
selección de los justos y de los merecedores del castigo está ya establecido. El
rey, juez y pastor, sólo tendrá que aplicar el único criterio de verdad y de
justicia que aparece en el diálogo del juicio universal: "Cuanto hicisteis a uno de
éstos, mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis" y "cuanto no hicisteis a
uno de estos más pequeños, tampoco a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40.45).
Entonces se desvelará quién es cada cual según ese criterio. No cabe duda de
que los hermanos más pequeños de Jesús son los últimos de la sociedad,
los marginados y excluidos de la misma. La justicia a la que apela el primer
evangelio tiene su fundamento en la identificación plena de Jesús con todo ser
humano sumido en el sufrimiento por carecer de los bienes y derechos humanos
más básicos y en la consideración como hermanos suyos de todos ellos sólo por
el mero hecho de ser víctimas.
La perspectiva del final de la historia no desplaza la fraternidad a una realidad
sólo para el tiempo futuro sino que marca el comienzo de la realidad definitiva
desde el hoy de nuestra historia humana. Jesús es, ya ahora, el pastor y el
hermano de todos los necesitados. Los últimos, los más pequeños, podrán
descubrir a Jesús como hermano a través de los discípulos que los atienden
como tales. En virtud de su condición de marginados, paradójicamente, los que
son considerados los últimos y desechados por esta sociedad, son valorados
como hermanos por el Señor y rey de la historia.
La relación de fraternidad no se crea meramente por una acción esporádica de
atención a los que sufren, ni por el hecho de sentir lástima por ellos, sino que
nace de la identificación con los marginados y del compartir con ellos su misma
experiencia y su mismo destino. El destino del Hijo del Hombre es el mismo que
el de todos los crucificados y de todas las víctimas de la injusticia humana.
Es este profundo vínculo fraterno con los sufrientes del mundo, y no
cualquier otra manifestación poderosa o espectacular, el que hace posible
todavía hoy la presencia real del Señor resucitado, del Hijo del Hombre,
en la historia humana .
El horizonte universal de la fraternidad proclamada por el evangelio
constituye el auténtico sentido misionero de la iglesia, la cual partiendo de la
fraternidad iniciada por Jesús y proyectada a través del verdadero discipulado de
los hermanos y hermanas alcanza a los necesitados y desheredados de toda la
tierra. Esta fraternidad universal trasciende toda raza, cultura, lengua o estrato
social, tiene su centro de atención en los excluidos del mundo y constituye el
gran proyecto en el que ha de trabajar permanentemente una iglesia que quiera
renovarse según el mandato de su Señor.
Por eso la atención a los pobres, los hambrientos y sedientos, los inmigrantes
y desamparados, los enfermos y los cautivos es el criterio decisivo del juicio en
la comparecencia universal ante el Hijo del hombre y ha de ser el criterio
esencial en la orientación de la conducta humana. Ésta es la conducta
requerida en las conocidas como obras de misericordia. Sin embargo creo que,
desde la perspectiva del juicio universal, la parábola apela más bien a una
exigencia ética que se ha de situar en el plano de la justicia social
correspondiente a los derechos de los excluidos y de las víctimas.
Especial relevancia adquiere en el momento presente y a escala planetaria la
referencia a los hambrientos y a los forasteros. La cifra de los desnutridos
por carecer de medios de subsistencia para la supervivencia es de casi mil
millones de personas en el mundo, con el agravante de que cada año hay más
que el año anterior. Ésta sí que es la más auténtica crisis del mundo en que
vivimos. Por lo que respecta a los forasteros e inmigrantes la movilidad de los
seres humanos por todos los países refleja uno de los fenómenos sociales más
relevantes. Los movimientos migratorios son otra manifestación evidente de la
desigualdad y de la injusticia de nuestro mundo.
El término griego xenos, origen etimológico de palabra xenofobia, designa al
forastero y aparece en este discurso de Jesús (Mt 25,35.38.43.44), se debe
aplicar en este contexto especialmente al inmigrante pues tanto éste como el
exiliado, dentro del colectivo de los extranjeros, son víctimas sociales
necesitadas de atención y de acogida por verse forzosamente privados de la
tierra que les vio nacer. Sin embargo la xenofobia se manifiesta también en
todo tipo de manifestación contra el extranjero, que procede de otra región
o de otro país. Lamentablemente este tipo de actitudes y conductas sigue siendo
una realidad en nuestra sociedad actual y frecuentemente se convierte en
bandera política de los partidos totalitaristas.
Los criterios de justicia que se tendrán en cuenta en ese juicio revelan, en
primer lugar, la identificación plena de Jesús, el Señor glorificado, con todos los
que viven situaciones de miseria por verse privados de los bienes y derechos
humanos más fundamentales; en segundo lugar, muestran que Jesús considera
hermanos suyos a todas las personas con las que se identifica por haber sido
víctimas de condiciones vitales de extrema dificultad en el ámbito de la salud y
en el ámbito social (hambrientos, sedientos, desnudos, forasteros, enfermos y
encarcelados) y las trata como hermanos por el mero hecho de ser víctimas,
independientemente de su comportamiento personal; este vínculo entre los
necesitados y Jesucristo es íntimo y misterioso; finalmente indican que los
comportamientos de atención y de amor a las víctimas son una
exigencia universal que no tiene atenuantes ni eximentes en caso de
incumplimiento, ciertamente porque se trata de conductas que pertenecen al
núcleo mismo de la ley inscrita en el corazón de todo ser humano (cf. Heb 8,8-
12; Jr 31,31-34).
Al igual que las bienaventuranzas tampoco Mt 25,31-46 es un texto legal, pero
constituye la página más portentosa de la Biblia en la interpretación de la
justicia. Es el único texto del Nuevo Testamento que aduce una maldición
dirigida al ser humano por no prestar atención a los más necesitados: «Alejaos
de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles. Pues
tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, era
forastero y no me acogisteis, estaba desnudo y no me vestisteis, estaba enfermo
y en la cárcel y no me visitasteis» (Mt 25,41-43). Podemos recordar la maldición
del dodecálogo siquemita dirigida a quienes violan los derechos del inmigrante,
del huérfano y de la viuda (Dt 27,19). La maldición es una palabra que ejecuta
una sentencia de castigo basada en la justicia. La radicalidad del primer
evangelio en este tema es evidente. Así pues, la atención al inmigrante, al
forastero y a los hambrientos, como a todos los pobres, oprimidos,
enfermos y necesitados es, a partir del final del discurso escatológico del
primer evangelio, una cuestión fundamental de justicia, de justicia divina.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura