SOLEMNIDAD DE CRISTO REY (A)
Homilía del P. Josep Enric Parellada, monje de Montserrat
23 de noviembre de 2014
Ez 34, 11-12, 15-17 / 1Cor 15: 20-26, 28 / Mt 25, 31-46.
Queridos hermanos y hermanas,
A diferencia de lo que sucede en la vida corriente, hoy ponemos punto final al año
litúrgico. Y lo hacemos con esta fiesta de Jesucristo, rey de todo el mundo, de todo el
universo, de toda la creación. En esta fiesta, como cada domingo, celebramos lo que
constituye el centro de la vida cristiana: celebramos que Jesucristo, muerto y
resucitado, nos ha salvado, a nosotros, sus hijos, y a todo el universo, creado por Él y
destinado a él, tal como nos ha recordado la segunda lectura.
Si celebramos nuestra salvación quiere decir que lo que estamos celebrando es el
amor de Dios. Y celebrar el amor de Dios significa que hay que acercarse a los textos
y al sentido de esta fiesta desde la óptica de Dios y no desde nuestra perspectiva
humana. Significa, por tanto, que nos tendremos que acercar a la realeza de Jesús
según los caminos de Dios y no según la forma en que entendemos la realeza los
hombres. Hoy las lecturas nos la presentan con la imagen del pastor y con la imagen
del rey - juez.
Así pues, el texto del evangelio que nos acaba de proclamar el diácono nos ha
dibujado una visión dramática que llamamos el juicio final. Se trata de una escena que
más que hacernos conocer la última sentencia nos revela la verdad del hombre y nos
muestra lo que permanece de la vida cuando ya no queda nada, y lo que queda es el
amor al prójimo.
Tenía hambre, tenía sed, era extranjero, desnudo, enfermo, estaba en prisión: y tú me
has ayudado . Seis pasos de un recorrido que hacen que nos demos cuenta de que la
esencia de la vida es el amor hecho servicio. Cada vez que lo hicisteis con uno de
éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Por tanto, ¡el pobre, el necesitado,
son como Dios! Los pobres son carne de Dios, sus ojos son los ojos de Dios, su
hambre es el hambre de Dios.
Desgraciadamente a menudo hemos reducido los pobres a una categoría social, en el
anonimato. En cambio para el Evangelio el pobre no es el anónimo sino que es aquel
que tiene el nombre de Dios; de un Dios que no ha vinculado la salvación a obras
extraordinarias sino a una cotidianidad que es posible para todos.
Un autor italiano contemporáneo comentando este texto evangélico escribe: " los
archivos de Dios no están llenos de nuestros pecados, bien archivados para ser
llevados ante y contra nosotros el último día. Los archivos de la eternidad están
ciertamente llenos, pero no de pecados, sino de gestos de bondad, de vasos de agua
fresca dados generosamente, de lágrimas acogidas y enjugadas. Los pecados, una
vez perdonados, son anulados, cancelados, no existen más en ningún lugar, ni
siquiera en el corazón de Dios. Por lo tanto, el argumento del juicio no será el mal sino
el bien: no un elenco de nuestras debilidades, sino la parte mejor de cada uno; no se
guardará la cizaña sino el buen grano. Porque la verdad del hombre, de la historia, de
Dios es el bien”.
Aún así hay, sin embargo, quienes serán apartados: Apartaos de mí... Porque tuve
hambre y no me disteis de comer. ¿Cuál es la causa de este alejamiento? En ningún
momento se nos dice que hayan hecho el mal, agredido o humillado a los pobres, sino
sencillamente que no han hecho nada por ellos. Dicho en otras palabras serían
aquellos que dicen: "no me toca a mí", "no me corresponde",... Serían los hombres y
las mujeres de la indiferencia. En palabras bíblicas serían los que no saben que tienen
que responder a la pregunta de Dios: ¿qué has hecho de tu hermano?
El juicio de Dios no hará otra cosa que ratificar su opción de vida: apartaos de mí
porque habéis elegido estar lejos de mí que estoy en los pobres. Entonces
comprendemos que ser cristiano no se reduce simplemente a hacer el bien, se trata de
acoger a Dios en mi vida, entrar yo en la vida de Dios: ¡conmigo lo hicisteis! Como
todo el evangelio, hermanos y hermanas, es necesario que leamos esta segunda parte
de la parábola del juicio final en primera persona del singular y nunca en tercera
persona, pensando que hace referencia "a los demás".
Con esta parábola Jesús hace patente que el amor hecho servicio es el criterio de
salvación para todos, el lugar donde se juega nuestra vida. Jesús más que
trasladarnos "al final de los tiempos", nos remite a nuestro presente para que
captemos toda su importancia. Es como si nos dijera: "todo se decide en el hoy, en la
manera de vivir el presente".