PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO, CICLO B
(Isaías 63:16-17.19.64:2-7; I Corintios 1:3-9; Marcos 13:33-37)
Una novela describe la llegada de un capitán de caballería en el suroeste. Dice
que él empleó a un indígena a rastrear las huellas del enemigo en el sendero.
En tiempo el capitán por observar al explorador aprendió la habilidad. Podía él
mismo decir cuántos y que tipo de gentes pasaron por un camino hace varios
días. Cuando Jesús exhorta a sus discípulos en el evangelio: “Permanezcan
alerta”, quiere que sean tan perspicaces como el capitán.
Jesús está dirigiéndose a la pregunta: “¿Cuándo va a ocurrir el final de los
tiempos”? El evento significará no sólo el término de la tierra sino también su
regreso como juez de todos. Para prepararse para el juicio ellos tendrán que
responder al interrogante: ¿cómo has tratado al prójimo? Si han podido ver en
cada persona humana – sea compañera o sea extranjera – una reflexión del
Señor Jesús mismo, no tendrán que preocuparse. Pero si no notan en el viejo
una semejanza de la dignidad de Jesús, en la joven una huella de su vigor, y en
el niño un toque de su pureza, de modo que traten a todos con el respeto,
entonces van a ser juzgados como faltando el valor.
Ya después de dos mil años seguimos vigilando para el regreso de Jesús.
Algunos dirán que somos locos, que Jesús era un gran maestro como Confucio o
Sócrates pero ya es muerto. Otros nos dicen que lo ven en las nubes cada
treinta días. Pero sabemos que ninguno de estos tipos tiene razón. Vemos aquí
en la Eucaristía señales de Cristo vivo. En las palabras del evangelio su voz
resuena con la verdad. En la bondad de la gente su gracia vence el dolor que,
en algunos casos, permea la vida. Y, sobre todo, en el pan del altar su
presencia se hace palpable para formarnos como él.
Ya ha comenzado el Adviento, la gran espera para Cristo Jesús. Vendrá como
nuestro juez al final de los tiempos pero está presente ahora como nuestro
consejo. Lo celebraremos como niño el 25 de diciembre, pero está aquí siempre
como nuestro protector. Sentiremos dentro de poco el calor de su afecto, pero
nunca nos falta la fuerza de su amor.
Padre Carmelo Mele, O.P.