II Domingo de Adviento, Ciclo B
Austeridad
Padre Pedrojosé Ynaraja
La pobreza es un mal que debe erradicarse. Debemos luchar para que desaparezca
de la tierra. No es una utopía, es un proyecto realizable, como se ha logrado la
desaparición de la viruela y otras de enfermedades van camino también de ser
borradas del globo. La miseria material, es una desgracia que clama al cielo. Jesús
en su etapa histórica luchó contra ella y solucionó en varias ocasiones esta
desdicha. Vaya por delante esta advertencia, para no confundir términos, ni
conceptos.
Luchar contra la pobreza no puede hacerse honestamente desde el derroche. Un
potentado, un acaudalado, un ricachón, no podrán revelarse contra esta desgracia
tan extendida, si no son capaces, o no quieren, abandonar su situación.
¿Por qué os he dicho estas cosas, mis queridos jóvenes lectores? Pues porque
podemos equivocar proyectos. Nadie que esté en sus cabales debe desear la
pobreza, lo dice el libro de los Proverbios (30,8). Lo que es preciso para luchar
contra este mal es la austeridad. La sobriedad es una virtud de múltiples facetas.
Se muestra desde el alimento que uno escoge, el vehículo que compra, si lo
necesita, la ropa que viste, sin exigirse marcas de prestigio, el cacharrito
informático que no hace falta que sea de primera marca, ni tantas otras cosas que
uno cree precisa y que, adquiridas como marcas blancas, solucionan sus
necesidades. No hay que ahorrar más de lo preciso a corto plazo, ni escalar puestos
en la empresa, que solo sirvan para satisfacer la vanidad, sin que resulten
eficientes para el bien común.
Juan, el Bautista, el remojador, dicho en términos de hoy, lo supo intuitivamente o
la fidelidad a su Dios y el convencimiento de que había nacido para cumplir una
sublime misión, le convenció de que debía dirigirse al Jordán y con valentía, tal vez
solitario como el león del desierto, con exigencia, sin buscar el aplauso de las
gentes, se fue y no enmudeció en su labor.
La aspereza de su atuendo no era masoquismo. Tales atuendos llegaban
principalmente de Cilicia. Eran resistentes, el clima no exigía que abrigasen, sí que
resistiesen al uso. Su alimentación era suficiente. Por estos parajes y en otros
muchos lugares, comer saltamontes grandes, langostas también se les llama, es
común alimento. Según me cuentan de pueblos africanos, el temible insecto plaga
en algún momento, es capturado en otras temporadas, tostado entre tizones,
salado después, para acabar siendo un alimento preciado. La miel era común por
aquellas tierras, la abeja era insecto excluido de la lista de los animales impuros,
para que pudiera alimentarse cualquier persona. Sus cualidades alimenticias y
hasta medicinales, son conocidas desde antiguo.
Se creía hasta no hace mucho, que Israel desconocía las colmenas.
Descubrimientos en antiguas viviendas cercanas a Bet-Shean, lo han desmentidos.
Las abejeras encontradas eran de cerámica y un tanto diferentes de las nuestras.
Ahora bien, las de vida libre eran numerosas por aquellos territorios. Extraer de los
panales la rica miel no se sabe como lo hacían, sin sufrir las temibles picaduras.
Pero conseguirlo era cuestión de trabajo e ingenio.
Hay gente entre nosotros que no quiere molestarse en conseguir lo que la
naturaleza puede ofrecerle gratuitamente, prefiere comprarlo todo en las tiendas.
Es un ejemplo de falta de austeridad. Respecto a las langostas, os confío, mis
queridos jóvenes lectores, que me habían traído algunas de tierras mejicanas, que
todavía conservo, son de color rojo y pequeñas. Según me contaron es majar
apreciado, pero diminuto. Un día, conduciendo por tierras próximas a la cuenca del
Jordán, se me plantó un ejemplar de más de 10 cm. en medio de la carretera,
excuso decir que frené en seco, provocando un susto enorme a los coches que me
seguían. El insecto tranquilamente saltó, sin que pudiera ni siquiera fotografiarlo,
pero había aprendido que con astucia se podrían acumular suficientes ejemplares
para llenar el estomago y satisfacer el hambre.
Juan era austero, virtud esta que le permitía ser radicalmente sincero, sin temer
que se le descubrieran maniobras de corrupción, que frustraran su discurso. Sin
buscarlo, consiguió éxito entre las gentes que desorientadas pululaban por aquellos
tiempos, sin dar sentido a su vida. Algo así acontece hoy también ¿no os parece? Lo
de la corrupción también os suena ¿verdad que sí?
No buscaba el realizarse, como tantos hoy pretenden conseguirlo, simplemente
quería ser fiel. Era un hombre de vocación, sin ambicionar profesión de la que
aprovecharse.
Ciertamente que no tuvo nunca un asesor de imagen. Su comportamiento, su
lenguaje, eran impropios del que quiere vender bien su mercancía. No era
simpático, dicho de otra manera.
Fue admiración de todos, hasta de su enemigo acérrimo, el reyezuelo Herodes. Fue
un santo, nadie lo duda, oportuna su virtud entonces y sin duda también ahora.
Seguramente que es de lo que más necesidad tiene nuestra pretendida sociedad del
bienestar, que sufre crisis y no encuentra remedio.
¿Quién de vosotros se apunta?