III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
La alegría del Evangelio de Jesucristo
"La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran
con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza,
del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría"
(EG 1). Así comienza la exhortación apostólica que hace un año publicaba el papa
Francisco (Evangelii Gaudium: La alegría del Evangelio). El sucesor de Pedro
presentaba en este gran mensaje la antología de su pensamiento en el cual están
presentes tanto las proposiciones del último Sínodo sobre la Nueva Evangelización
(2012) como su propia visión acerca de la situación de la Iglesia, de los problemas
de mundo y de la apasionante tarea misionera de la Iglesia en este momento. Con
el talante de la alegría que nace del Evangelio, como Espíritu que envuelve todo su
extenso escrito, el papa Francisco ofrece varias claves para orientar la
evangelización en el mundo contemporáneo. La misionariedad de la Iglesia, el
diálogo con el mundo, con las culturas y religiones y la opción preferencial por los
pobres constituyen elementos sustanciales del anuncio gozoso del Evangelio que
deben asumir todos los cristianos en cualquier parte del mundo, conscientes de que
el encuentro personal con Jesucristo es el acontecimiento capaz de transformar el
corazón y la vida humana.
Éste es también el motivo principal de la Palabra de Dios en el tercer domingo de
adviento. La Iglesia proclama la gran alegría mesiánica, que procede del Espíritu de
Dios y se manifiesta en los testimonios proféticos de todos los tiempos. El apóstol
Pablo, en el primer escrito del Nuevo Testamento, invita a los creyentes a
permanecer siempre en la alegría de la espera del Mesías, Jesús (1 Te 5,16-24). Y
en virtud de aquel en quien los cristianos tenemos puesta la esperanza, si nuestra
vida se va configurando progresivamente según el Espíritu de Dios en una
radicalización creciente de signo profético, entonces nuestra alegría inextinguible se
convierte en una manifestación radiante de la cercanía y presencia de Dios en la
historia humana. De ahí que no debamos apagar ninguna chispa del Espíritu en el
mundo y debamos avivar, redescubrir y valorar los testimonios y las acciones de los
profetas de nuestro tiempo presente.
Al Tercer Isaías pertenece el precioso texto poético que revela la misión del profeta,
proclamando un año de gracia del Señor como un tiempo de liberación de los
pobres, oprimidos y cautivos (Is 61,1-3.10-11). La misión del profeta es anunciar la
buena noticia a los pobres, declarando un año de gracia cuyo contenido
fundamental sigue siendo el anuncio gozoso de la libertad para los cautivos. Este
magnífico poema destila la alegría de la liberación y del consuelo por el cambio de
situación que habría de producirse en el Israel del siglo V a. C. desapareciendo la
injusticia, la opresión y la pobreza. Pero el profeta hace una contraposición
sumamente llamativa entre el año de gracia y un día de venganza. El día de
desquite o de venganza se identifica en los profetas con el día del Señor, un día de
juicio de Dios y de confrontación del Señor con todos aquellos pueblos y personas,
incluso israelitas, que se opongan al plan de justicia de Dios.
La venganza en el Antiguo Testamento, ejercida por Dios mismo o por los hombres,
es la defensa de los derechos de los débiles y la reparación de la injusticia,
realizada por mano propia cuando falta la instancia jurídica necesaria. Ésta es la
palabra amenazante de Dios contra los tiranos, los déspotas, los explotadores y los
que, independientemente de su identidad nacional, social, cultural o religiosa
conculcan la justicia y el derecho, la libertad y la palabra de los otros. El día de
venganza se ha de entender no tanto como un castigo sino como una amenaza del
mismo Dios que se hace eco del clamor de los que, ya acallados, apenas pueden
gemir suspirando en la desolación, en la indigencia y en la desesperación. El juicio
de Dios traerá una sentencia en defensa de los pobres, oprimidos y afligidos. Por
éstos y por todas las víctimas se anuncia el desquite y la venganza de parte de Dios
como gracia que libera del sufrimiento, restituye la dignidad de las personas y
rehabilita para vivir en libertad. El año de gracia y el día del desquite implican la
inversión del sistema que la injusticia genera en el mundo. Anunciar este tiempo
del Señor, de gracia y de desquite es esencial en la actividad del profeta, de todos
los profetas y en todas las épocas. Por eso son perseguidos.
Este texto de Isaías tuvo su pleno cumplimiento en Jesús, según Lc 4,16-20, el cual
anuncia y hace extensiva la gran alegría del evangelio a los pobres de toda la
tierra. El carácter universal de este mensaje gozoso es la palabra de la esperanza
que en este Adviento debe proclamar la Iglesia para que la Navidad, celebración del
nacimiento de Jesús, sea un anuncio de gracia en medio de tantas desgracias de la
vida presente.
Cualquier situación humana de opresión y marginación, de explotación y de
exclusión, en la que los derechos más elementales del hombre sean conculcados
requiere la intervención y la escucha de los profetas. En esta semana dedicada a la
defensa de los Derechos Humanos, todos aquellos que esperamos con gran alegría
la venida del Señor Jesús, debemos solidarizarnos con los que hoy sufren las
consecuencias de un mundo injusto, donde los derechos humanos a la vida, a la
libertad y a la dignidad siguen siendo pisoteados por los poderes económicos y por
el despotismo, a veces camuflado, de los gobiernos de este mundo.
En el Evangelio (Jn 1,6-8.19-28) reaparece la figura de Juan Bautista, esta vez
como testigo y profeta del Mesías que está por llegar. Juan es el primero que
enseña a la humanidad el camino definitivo. El domingo de la alegría retoma por
tanto la imagen del Mesías como novio de la humanidad para resaltar la alegría de
la cercanía del Señor como la alegría de una boda. Juan muestra quién es el
verdadero "esposo" de la humanidad, a quien él no es capaz de desatar las correas
de sus sandalias. "Desatar la sandalia" era un gesto público por medio del cual una
persona adquiría los derechos jurídicos de otro, concretamente en el caso del
levirato cuando un pariente cercano asumía los derechos del esposo (cf. Dt 25,5-9;
Rut 4,8). Cuando Juan dice que no es capaz de desatar las correas de las sandalias
de Jesús no está refiriéndose meramente a un gesto de humildad, sino al hecho de
que es Jesús el Mesías-esposo de la humanidad, el único en quien todos los
hombres encuentran la salvación y la plenitud de la vida. Juan no puede
suplantarlo. Más bien debe disminuir para que él crezca. El último testimonio del
Bautista en el evangelio es éste precisamente: "La esposa pertenece al esposo. El
amigo del esposo, que está junto a él y lo escucha, se alegra mucho al oír la voz del
esposo; por eso mi alegría ha llegado a su plenitud. Es necesario que él crezca y
que yo disminuya" (Jn 3, 29-30).
El gran derecho de los pobres, oprimidos y perseguidos, de los afligidos y sufrientes
del mundo, es el derecho a la alegría, el derecho al don de la alegría, la que viene
con el Espíritu del Mesías, que en la imagen del esposo sale al encuentro de la
humanidad para hacer del encuentro una boda y una gran fiesta nupcial. Este
derecho a la gran alegría todavía no está presente en la Declaración Universal, pero
pertenece a los dones mesiánicos y a lo más profundo de las aspiraciones humanas.
Este plus de la alegría viene con el Mesías. De ahí que la esperanza cristiana se
concentre en la persona de Jesús, el Mesías, motivo único por el que realmente se
celebra la Navidad, y cuyo puesto como esposo de la humanidad, doliente y
afligida, nada ni nadie debe suplantar, ni siquiera Juan Bautista, el verdadero gran
profeta, cuánto menos el mercado navideño y las distracciones deslumbrantes de la
navidad. Es preciso rescatar el sentido mesiánico de la alegría profunda de la
Navidad, como don del Espíritu y como derecho de los pobres de la tierra, para los
cuales, sin duda, con Jesús se anuncia la excepcional y singular buena noticia de la
salvación y de la liberación, de la fiesta y de la gran alegría inherente al Evangelio
de Jesucristo. Feliz domingo de la alegría.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.