Tercer
DOMINGO de Adviento
La identidad del que prepara el camino del Señor
Juan 1, 6-8.19-28
“Yo soy una voz que grita en el desierto”
Junto con María, la figura de Juan Bautista es emblemática en este tiempo del
Adviento; para él el mayor gozo de su vida fue: “Que él (Jesús) crezca y que yo
disminuya” (Jn 3,29-30). El domingo pasado, el comienzo del evangelio de
Marcos nos relató su actividad de preparación del camino del Señor; en esta
ocasión con el evangelio de Juan, entramos en su “vida interior”, en su identidad
personal de cara al Mesías que viene. Para poder dar cuenta de “quién es Jesús”
es necesario que sepamos también “quiénes somos” nosotros; mejor aún, el
verdadero testimonio acerca de Jesús debe ir acompañado de un sano, realista y
humilde conocimiento de sí mismo.
Dos partes de la primera página del evangelio de Juan están puestas a nuestra
consideración, la primera es un párrafo del Himno-Prólogo (Jn 1,6-8) que retrata
a Juan bautista como el “testigo de la luz”, y la segunda retoma la primera
escena del evangelio en que Juan muestra cómo lleva a cabo dicho testimonio
(Jn 1,19-28), ahí está subrayado el tema de la “identidad”.
1. El “Testigo”
La lectura nos invita a considerar primero un párrafo del Himno-Prólogo del
Cuarto Evangelio (Jn 1,6-8). En este evangelio Juan, más que como bautista, es
retratado como el “testigo del Cordero”, como el que reconoce a Jesús como el
enviado del Padre y sobre quien reposa el Santo Espíritu. Esta figura del
“testigo” es importante: un testigo es una persona que ha sido tocada por lo que
ha visto y marcada por el encuentro que ha tenido. Nada de exhibición personal,
ni de protagonismo o de auto-referencialidad. Lo que él lleva a ver es a otro y su
tarea es conducir hacia ese otro, hacia Jesús, a quien todavía no conocen, y
favorecer el comienzo de una relación personal de esas personas con Jesús.
Se ha dicho correctamente que “testimoniar es el arte de decir la verdad sobre sí
mismo, sobre los otros y sobre la realidad” (L. Manicardi). Por tanto dar
testimonio de Jesús, presentarlo a otras personas, requiere el descubrirse a sí
mismo a fondo y en relación con él. La función del testigo es suscitar el sentido
de una presencia diferente, la presencia de aquel que testimonia. Esto aparece
al final, cuando Juan dice: “En medio de vosotros está uno a quien no conocen”
(Jn 1,26-27).
2. ¿Cuál es tu identidad?
Apenas termina el prólogo del evangelio de Juan (Jn 1,1-18), la narración
propiamente dicha comienza. En la primera escena no aparece Jesús sino Juan
Bautista. A los ojos de las autoridades judías la presencia de Juan no había
pasado desapercibida y en ciertos momentos causaba perplejidad y una cierta
incomodidad, no sólo por sus palabras sino por su forma radical de vida. Lo
mejor era salir de dudas y por eso “enviaron desde Jerusalén sacerdotes y
levitas” (v.19) a interrogarlo.
El texto nos deja entrever que lo que primero le preguntaron fue si él era el
Mesías. La expectativa por la venida del Mesías era fuerte, por lo tanto la
pregunta parecía muy lógica: ¿Cuál es tu identidad? ¿Quién eres tú? Tres veces
le preguntan lo mismo.
A dicha pregunta Juan contestó categóricamente, o como dice el
texto: “confesó y no neg￳” . Él dijo claramente: “Yo no soy el Mesías” (v.
20). Esta respuesta negativa es importante porque para declarar quiénes somos
también tenemos que reconocer quiénes no somos. En el caso de Juan Bautista,
él niega la identidad que otros le están proyectando. La clarificación sobre quién
no es, le ayuda a encuadrar su lugar propio, a situarse frente a Jesús y también
frente a sí mismo. Por otra parte, quien en el cuarto evangelio dice con
propiedad la expresión “Yo soy”, connotando el nombre divino (cf. Ex 3,14), es
Jesús.
Pero si no es el Mesías, ¿Quién es? Ellos insisten preguntándole si es Elías, uno
de los profetas más significativos del pueblo de Israel. Elías había terminado sus
días desapareciendo en un carro de fuego y el pueblo esperaba su regreso.
Tampoco esta vez las autoridades judías tuvieron respuesta positiva. No les
quedaba otra alternativa que preguntarle si era el “profeta que había de
venir” según la expectativa de ellos. También esta vez la respuesta fue
negativa. Entonces cambiaron la pregunta y le dijeron directamente: ¿Quién
eres entonces? ¿Qué nos puedes decir de ti mismo? (v. 22). Ellos sentían
la responsabilidad de llevar una respuesta a las autoridades que los habían
mandado.
Ante la cascada de preguntas contestadas abiertamente por Juan y ante esta
última en la cual lo interpelaban a él en primera persona, Juan responde cuatro
preguntas:
1. ¿Quién es?
2. ¿Qué hace?
3. ¿En qué lugar?
4. ¿Qué dice?
La respuesta de Juan está calcada de la profecía de Isaías 40,3, pero con alguna
ligera adaptación:
1: ¿Quién es? “Yo soy una voz”
2. ¿Qué hace? “Que grita”
3. ¿En qué lugar? “En el desierto”
4. ¿Qué dice? “Preparad un camino al Se￱or”.
Primero. Juan se autodefine como “una voz” . San Agustín comenta esta frase
haciendo la distinción: “Yo soy la voz (Juan Bautista), Él (Jesús) es la Palabra”.
“Yo soy la voz” se entiende, entonces, como mediador, como el canal que da
paso a la Palabra. Es como si dijera: “Yo soy solamente una voz, una voz
prestada a otro, el eco de una palabra que no es mía”.
Segundo. Se caracteriza como una “voz que grita” Alguien que interpela, que
habla, que cuestiona, que no se calla. Es alguien que pretende hacerse sentir.
No es una voz cualquiera, es una voz que se debe oír guste o no guste. Por esto
es una voz que grita , Su mensaje no es para que se quede cautelosamente
oculto en el silencio, o para que lo escuchen unos pocos. Cuando se grita lo que
se desea es que muchos escuchen. No es una voz al oído.
Tercero. Juan continúa diciendo que es una voz que grita en el desierto . No
sólo porque este es el ‘habitat’ escogido como espacio ideal para la “escucha”
interior (como en Lc 1,80); no sólo porque se remite a la experiencia fundante
de la fe de Israel; no sólo porque en la Biblia es paradigma de renovación; sino
porque hay una llamada de atención: se hace desierto en los corazones cuando
existe resistencia para que penetre Dios en ellos. Es ahí donde Dios quiere
hablar fuerte. Juan predica a los corazones y en muchos corazones existe la
sequedad y la aridez del desierto.
Cuarto. Fundamentalmente ¿cuál es el mensaje de Juan? ¿qué dice? Sus
palabras son provocadoras y claras: “Preparad un camino al Se￱or” .
Nuevamente sale a relucir claramente su misión como la vimos el domingo
pasado: preparar y hacer preparar el camino al Señor.
Parece que no a todos los entrevistadores esto les haya quedado claro y hacen
una última pregunta. Piden una explicación porque para ellos no es claro cómo
que es bautiza, si él no es el Mesías ni el profeta. Juan les aclara que él bautiza
sólo en agua, y termina, como diríamos periodísticamente, con “una
chiva”: “Entre vosotros hay uno que no conocen y que viene después de
mi” (v.26-27)
El evangelio no nos informa qué entendieron finalmente los enviados que
escucharon estas respuestas de Juan, lo más probable es que haya sido muy
poco. Pero quien puede ahora decir qué ha entendido somos nosotros los
lectores.
3. Testimonio e identidad
Los dos puntos clave del evangelio de este domingo pueden ser leídos juntos en
una lectura cristiana. La identidad cristiana (¿quién soy?) no es otra cosa que el
testimonio que transparenta mi relación con Jesús. La identidad es relacional.
Esto puede implicar el testimonio extremo, último y radical, de morir por Jesús,
como fue el caso de Juan. Pero igualmente importante es ir hasta el día de la
muerte siendo fiel a la amistad con Jesús, dando la vida voluntariamente por el
amigo. Al respecto, decía el Padre de la Iglesia san Cipriano de Cartago que no
se necesita ser asesinado para ser mártir, se puede ser “mártir” siendo testigo
en vida diaria: “La corona de la gloria de su confesión se quitará de la cabeza de
los mártires, si se descubre que ellos no la han adquirido con la fidelidad al
Evangelio, la única que hace que los mártires sean mártires”.
Juan fue el primer testigo de Jesús, el Mesías que viene. La figura de Juan, los
tonos y los rasgos de su ministerio de dar testimonio, es tema de meditación en
este domingo. Como testigo, Juan no tiene luz propia, sino luz reflejada sobre él
por al Palabra que es “la luz verdadera” que cuando viene al mundo “ilumina a
todo hombre” (Jn 1,9). Esto implica una actitud de despojo, de resistencia a toda
tentación de mirarse a sí mismo y de vivir en permanente adoración de aquél
que es “más grande”, que “ha pasado delante” (Jn 1,15).
La historia del arte lo ha retratado con una mano que hace un signo, un índice
que hace que la mirada del espectador se dirija siempre hacia Jesús, el “cordero
de Dios que quita el pecado del mundo”. Él es el hombre de la vida interior que
escucha la Palabra para poder ser “voz” de ella. Él es el amigo del novio que se
goza dejándolo hablar y traspasándole el protagonismo. Él es imagen de una
Iglesia que tiene en su centro al Señor pero que no lo sustituye.
Pues sí, en el centro siempre está Jesús, el desconocido que siempre hay que
buscar, el “incógnito” que está ahí pero cuya presencia no reconocemos.
Necesitamos de un Juan que nos lo indique; él lo señalará con la voz, nosotros lo
veremos con el amor.
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón.
1. ¿Por qué podemos afirmar que Juan tiene bien clara su propia identidad y
misión?
2. ¿Qué claridad tengo yo de mi identidad y de mi misión en el mundo?
3. ¿En nuestra familia o comunidad, cómo podemos ayudarnos mutuamente a
clarificar y a vivir nuestra propia identidad y misión?
4. ¿Cuál es el mensaje central de este tercer domingo de Adviento y de qué
forma concreta nos prepara para la venida del Señor?
“El ministerio de Juan se cumple en el mundo hasta el día de hoy.
En todo aquel que está por entrar en la fe en Jesucristo, es necesario que
primero venga a su corazón el espíritu y la fuerza de Juan para prepararle al
Señor un hombre bien dispuesto y para allanar los caminos y enderezar las
asperezas de su corazón”
(Orígenes)
Padre Fidel Oñoro CJM