DOMINGO II DE ADVIENTO (B)
Homilía del P. Bonifaci Tordera, monje de Montserrat
7 de diciembre de 2014
Is 40,1-5,9-11 / 2 Pe 3,8-14 / Mc 1,1-8
¿Qué nos puede decir hoy un hombre vestido de manera estrafalaria que grita en el
desierto 'Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos'? En tiempos del
Bautista la gente de Judea y de Jerusalén, de los pueblos y ciudades, acudían en
tropel a hacerse bautizar después de confesar sus pecados. Pero, ¿y hoy? Hoy con
tantas preocupaciones de todo tipo, con tantos medios de comunicación que nos
ensordecen, con tantas propagandas que nos atraen, con tantas distracciones, tantos
espectáculos, tantas actividades deportivas o de entretenimiento que nos absorben;
¿qué interés puede despertar esta voz? Hoy no tenemos tiempo para ponerle
atención, el ritmo de la vida se nos lleva.
Pero, más aún, ¿qué interés tenemos hoy de oír que Dios quiere venir a salvarnos?
¿Es que juega algún papel en nuestras vidas distraídas? Hoy se vive sin conciencia de
Dios, sin que él juegue una función en nuestro ritmo y en nuestras preocupaciones.
Con ello no quisiera generalizar; ciertamente hay gente que sí que vibra, pero sí
quisiera señalar lo que hay, en el fondo de la mentalidad actual, una indiferencia muy
grande hacia las cosas de Dios. Dios no prima en nuestro obrar. Parece que se pueda
prescindir de él. Y es que no vemos que aporte algo.
Y, precisamente, este es el mensaje de la Liturgia de hoy: Dios quiere venir a
nosotros. Esto es lo que nos dice cada año el tiempo de Adviento que nos recuerda la
primera venida del Salvador. Por eso grita nuevamente el Precursor “preparad el
camino del Señor, allanad sus senderos". Porque si Dios quiere venir pero no lo
acogemos, no encuentra corazones preparados, la voluntad divina no se puede
realizar. Si el médico quiere curar pero el enfermo no colabora y se evade, no se
curará nunca. Dios no se impone, sino que se ofrece, se propone. Dios no obliga sino
que invita. Si el sembrador no encuentra la tierra preparada y abonada, por buena que
sea la semilla, no puede dar fruto. Si nosotros vivimos ensordecidos por los ruidos
mundanos, no podremos escuchar la voz de Dios que llama en el corazón, si no
tenemos un mínimo de atención interior no podremos percibir la presencia del Señor.
Porque el Señor no vendrá con gran ruido ni visiblemente, Dios se manifiesta en la
suavidad de una brisa discreta. Dios es humilde y sólo los humildes y limpios de
corazón lo pueden percibir. Pensemos que la primera venida del Mesías fue muy
discreta, en la noche, en un establo, en la pobreza y el anonimato. Después tampoco
hizo tocar ninguna trompeta para anunciar su predicación. Su acción no fue con
destellos de grandeza sino en la humildad y la discreción; hasta su redención fue
tenida por una gran derrota. Pero después el Padre lo resucitó sin manifestaciones
públicas ni espectaculares. Todo fue en la discreción y en la intimidad. Y es que Dios
respeta la realidad humana que no está capacitada para percibir toda la majestad de
Dios; de ahí que se haga presente sólo a través de manifestaciones que insinúan algo,
pero que hay que estar preparado para captar. 'Sabéis descubrir los signos de los
tiempos por las señales físicas, y no sabéis interpretar mis signos?', Dice Jesús a sus
contemporáneos. Jesús era reconocido por los humildes, pero los sabios quedaban
desconcertados. Era un signo de contradicción.
Igualmente, Juan Bautista predicaba un bautismo de conversión y de perdón de los
pecados; es decir, pedía disponer bien los corazones para ser capaces de acoger a
aquel, al cual “yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias”. El que
bautizaría con agua y Espíritu Santo. El que era antes de que él '. Nosotros, cristianos,
ya hemos contemplado su gloria y hemos creído. No desmintamos esta fe con una
vida indigna de nuestra sublimidad de hijos de Dios. Procuremos que nuestros actos
sean glorificación del Padre que nos ha dado su propio Hijo y nos promete ser
conglorificados con Él en la patria del cielo. Al Padre que nos ama, y al Hijo que nos
ha salvado, y al Espíritu Santo que nos deifica, sean dados la gloria, el poder y el
imperio por toda la eternidad.