SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
8 de diciembre de 2014
Gén 3, 9-15.20; Ef 1, 3-6.11-12; Lc 1, 26-38
Hay, hermanos y hermanas, una pregunta que, de una manera u otra, Dios va
repitiendo a cada persona desde los inicios de la humanidad. También a nosotros. Lo
hemos oído en la primera lectura dirigida a Adán: ¿dónde estás? Y la respuesta que
Dios recibía no era nada decidida, era más bien una excusa: Oí tu ruido en el jardín,
me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí.
En esta pregunta de Dios y en esta respuesta del primer hombre, hay contenida una
realidad profunda. La antigua narración, detrás de la forma gráfica que utiliza, contiene
un mensaje fundamental, válido para todos los tiempos. Por un lado, la pregunta
expresa cómo Dios, movido por su amor, se interesa por cada persona, la va a
encontrar en el lugar donde se encuentra existencialmente. También a nosotros. Por
otra parte, la respuesta constata la pobreza radical del ser humano: estaba desnudo y
me dio miedo . Porque la desnudez y el miedo son una manera de decir la debilidad, la
falta de protección, la fragilidad, el temor por el presente y por el futuro. También los
nuestros. Con la desobediencia de Adán y Eva, se había roto la armonía de amor y de
confianza que Dios quería tener con el ser humano que había creado. Pero, sin
embargo, Dios no lo quería dejar en la desnudez y en el miedo ante la existencia, no lo
quería dejar en la debilidad y la desprotección que le conducían a la muerte y a la
infelicidad eterna. Para ello había que cambiar la respuesta de los primeros padres.
Era necesario que llegara el aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad de Jesús (cf.
He 10, 5-7), preparado por el " Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra " de María, que hemos oído al evangelio.
A la pregunta: ¿dónde estás?, Dios esperaba por parte del ser humano una respuesta
decidida, un "estoy aquí" lleno de disponibilidad, seguido de un habla que tu siervo
escucha (cf. 1Sa 3, 10). En la primera alianza, recibió algunas respuestas similares,
como la de Abraham (Gén 12, 1-4) y la de Samuel (1Sam 3, 10).
Pero la respuesta plena, sin ninguna fisura en la vida personal, no la recibirá hasta que
llegue María, la elegida para ser la madre del Mesías, el Salvador. Ella, cuando Dios
salió a su encuentro, tal como acabamos de escuchar en la proclamación del diácono,
responderá con una disponibilidad total: “ Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí
según tu palabra ". ¡Qué diferencia con la respuesta de Adán! También María es
consciente de su debilidad y se turba. Pero ella no se esconde, vive de cara a Dios y
Dios le quita el miedo. Ella se fía totalmente de él en su fe confiada y gozosa. Y Dios le
otorga la plenitud de la gracia .
Con su respuesta y con toda su vida de fidelidad a Dios, María pone la base para
cambiar la suerte de Adán y Eva, para cambiar su situación de desnudez y fragilidad,
su incapacidad de salir de una situación que no tenía otro horizonte que la muerte para
siempre. Previendo esta obediencia de la fe de cuándo será adulta, Dios la hace llena
de gracia , le otorga la santidad de vida, ya desde el inicio de su concepción. Hoy lo
celebramos y le damos gracias a Dios.
Lo celebramos porque este don que de una manera única y personal Dios hace a
María, tiene consecuencias favorables, salvadoras, para nosotros, para la humanidad
entera. El don de la liberación del pecado original y de la santidad desde los inicios de
la existencia de María, son preparación para la venida del Mesías, el Santo de Dios,
que había que encontrar una madre disponible y santa que la acogiera en el
tabernáculo de su seno y que la educara en su condición humana para poder ser
hermano de la humanidad y salvador.
La pregunta de Dios ¿dónde estás, Adán? encontró una respuesta desconfiada. En
cambio, cuando llegó la plenitud del tiempo y Dios anunció a María su vocación de
Madre del Mesías, no tuvo que decir "¿dónde estás, María?"; porque ella estaba en su
presencia dispuesta a dar una respuesta pronta y plena de disponibilidad, tal como
Dios lo esperaba ya desde los inicios de la humanidad. La respuesta de María prepara
la de Jesucristo. Efectivamente, él, cuando entró en el mundo, en las entrañas de
Santa María, dijo al Padre: aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad (Heb 10, 5-7).
Adán dio cuenta de que iba desnudo, y, por tanto, que era débil, que estaba
desprotegido. También Jesús, el nuevo Adán, irá desnudo a la cruz y su desnudez nos
aportará protección, nos dará fuerza; con su desnudez nos vestirá con el traje de fiesta
que nos permitirá entrar en el banquete del Reino (Mt 22, 11-12). Previendo la gracia
que nos otorgaría la desnudez de Jesús en la cruz, María ya recibió el vestido de fiesta
con la plenitud de la gracia y la santidad de vida desde los inicios, desde su
concepción.
Hoy celebramos y agradecemos esta gracia que Dios concedió a María. Lo hacemos
porque la amamos, a ella, pero también conscientes de lo que esta gracia que le fue
otorgada significa para nosotros. La respuesta que María dio a Dios, y que hemos
escuchado con reverencia en el evangelio, es preparación para la venida de Cristo. Y
él, como he dicho, cambia nuestra situación de desnudez en la de hombres y mujeres
vestidos de fiesta por la gracia bautismal; cambia nuestra debilidad en la fuerza que
viene del Espíritu, nuestra lejanía de Dios en personas abiertas a él en diálogo de
amor, aunque todavía estemos sujetos a experimentar el pecado. Él hace de la muerte
corporal un nacimiento a una vida nueva.
También a nosotros Dios nos dirige la pregunta; ¿dónde estás? Y dependerá de la
forma en que le respondamos que encontremos el camino de la plenitud humana y
espiritual. María nos enseña y nos ayuda a responder: "estoy aquí, que se haga en mí
tu voluntad". La respuesta verdadera, sin embargo, pasa siempre por los hermanos,
por luchar contra todo tipo de marginación, de violencia, de esclavitud.
En el adviento, que nos abre el horizonte de la plenitud de vida en la eternidad, la
solemnidad de hoy nos presenta los inicios de la obra de salvación que realizó
Jesucristo. Con la gracia de Dios y acompañados por la oración de Santa María
podremos ir saliendo de nuestra pobreza espiritual y reencontrar la firmeza que Dios
nos otorga. Ahora, vestidos ya de fiesta por la gracia divina que nos fue concedida en
el bautismo, nos podemos acercar a la mesa del Señor que es anticipación y prenda
del banquete del Reino futuro.