IV Domingo de Adviento, Ciclo B
¿ESTÁ CONTIGO?
Padre Javier Leoz
En los últimos compases de este tiempo de Adviento que nos lleva a la gran
sinfonía del Amor de Dios en Navidad, hemos escuchado con emoción contenida el
mensaje del ángel San Gabriel en la presencia de Santa María Virgen: “Alégrate,
llena de gracia, el Señor está contigo”.
-¿Estamos dispuestos a que, el Señor, esté con nosotros en estos próximos días?
-¿Le vamos hacer un lugar en las entrañas de estas jornadas navideñas, en
nuestros hogares y en nuestros pensamientos, en nuestras oraciones y en nuestra
forma de celebrar las navidades?
-¿Está el Señor contigo o, tal vez, estás con todo menos con Dios?
1.- Protagonista singular y querido por todos nosotros el de María Virgen. Una
mujer que, sin tener nada, sintió que lo tenía todo y que, precisamente por eso, no
pretendió ya otra cosa sino ser cauce entre el cielo y la tierra para que, la tierra,
viera el rostro del Salvador. ¡Grande, María, porque fuiste pequeña! ¡Grande, María,
porque Dios se fija en lo humilde y en lo sencillo! Y, tú persona, es preámbulo y
anuncio del cómo vendrá Jesús al mundo: revestido de sobriedad, en silencio y
contigo.
También nosotros, en tantas noches oscuras por la ausencia de la fe, podemos
convertirnos en ángeles de carne y hueso que anuncien allá donde estemos que,
Dios, está de nuestra parte. Que la Navidad, si es brindis, lo es por un Niño que
llega. Que la Navidad, si es fiesta, es porque expresamos nuestra alegría de un Dios
que viene a nuestro encuentro.
Ese, en este cuarto domingo de adviento, ha de ser nuestro empeño. ¿Nos colamos
por las ventanas del mundo donde vivimos para hacer presente el mensaje de estos
días? ¿Por qué, el grueso de la evangelización y del anuncio, lo dejamos en manos
del Papa, de los Obispos, sacerdotes o catequistas? ¿Tanto nos cuesta desplegar
nuestras “alas gabrielistas” para que el Señor siga estando presente en las entrañas
de nuestra sociedad como lo estuvo en el interior de la Virgen María? Reflexión
profunda e interpelación seria ante el Dios que sale a nuestro encuentro.
En María, llena de Dios y tocada por Dios encontramos el secreto de esa fuerza y de
ese brío: nadie puede dar lo que no tiene. ¿Ya tenemos con nosotros a Dios?
Porque, claro está, Él sí que nos tiene.
2.- ¡EL SEÑOR ESTA CONTIGO! Es un grito que, desde la Iglesia y desde las
convicciones más profundas de todo creyente, lanzamos a una sociedad
capitaneada por mil soledades. A un ser humano acosado por falsas esperanza. A
una realidad social individualista y con cierta sensación de orfandad. ¿No me digáis
que el anuncio de “El Señor está contigo” no despierta en nosotros sentimientos de
paz y de serenidad, de seguridad y de confianza, de tranquilidad y de fe?
Todos, en estas próximas Navidades, podemos ser trompetas que anuncien el gran
Misterio de la Navidad o, por el contrario, sordina ante lo que celebramos. ¿Qué
preferimos ser? ¿Ángeles o silenciadores de la Buena Nueva?
María, ante la llegada del Señor, se entregó de lleno a la causa de Jesús. No le
faltarían preocupaciones, turbaciones, dudas pero, a continuación, supo que algo
grande iba a ocurrir y puso alma, cuerpo y vida, para que Dios –a través de ella y
con ella- se hiciera presente en el mundo en Jesucristo.
Por eso, en este cuarto domingo de adviento, damos gracias a la Virgen, a María.
Su “sí” nos sigue empujando a exclamar a los cuatro vientos que, el Señor, ya está
llegando; que el Señor va a nacer; que el Señor está tan dentro de nuestras
entrañas como un día lo estuvo en las de Ella.
¡Gracias, María! ¡Contigo y con nosotros estará el Señor!
3.- ¿QUÉ SENTISTE, MARIA?
Con pocas palabras, pero en Ti María,
habitó por el anuncio de un Ángel
el Misterio de un Dios humanado.
¿Qué sentiste, Virgen María
ante la llegada del mensajero?
¿Creíste, acaso, que ese personaje celestial
se equivocó de puerta?
¿Pensaste que, uno de tus vecinos,
venía para probar tu fe o tu ingenuidad?
¿Qué sentiste María, dinos Tú que miraste al cielo,
ante la llegada del famoso mensajero?
Tal vez, como humilde nazarena,
sentiste que Dios habla en el silencio
Que Dios se hace grande
en el que le recibe manifestándose
esclavo, humilde…y pequeño
Tal vez, como mujer de Dios,
mirando por la ventana
de tu pobre casa de Nazaret
soñaste que, simplemente,
era una estrella que de repente
cayó desde el mismo cielo.
O, tal vez, María,
en el secreto escondido
desde hace siglos,
supiste que, contigo,
la partitura comenzaba a escucharse
que el plan comenzaba a llevarse a cabo
que, Dios, en una más de las suyas
irrumpía ahora sin ruido, en silencio,
sin más exigencia que tu obediencia
sin más preguntas que tu respuesta
sin más palacios que tu vientre virginal
sin más pregoneros que un Ángel.
Ayúdanos, María,
en medio de los ruidos que sacuden
los valles de nuestras vidas
a escuchar, como Tú lo hiciste,
la voz de un Dios que sale a nuestro encuentro
en el rostro de un Niño nacido en pesebre.