IV Domingo de Adviento, Ciclo B
La gracia y el amén de María
Ya cercana la Navidad se anuncia la proximidad del nacimiento de Jesús el
Mesías, el misterio de Dios proclamado como Evangelio por el apóstol Pablo. Los
evangelios nos presentan dos figuras humanas preeminentes de la Navidad, María y
José, de las cuales el evangelio de Lucas este domingo destaca sobremanera la
de la Virgen .
José era de la estirpe de David, de la cual trata la lectura dominical de 2 Sm 7,1-
17. En este texto se encuentra el origen de una gran tradición mesiánica ,
vinculada a la casa de David y que culmina en el Nuevo Testamento con la
manifestación de Jesús en la cruz como revelación paradójica de Dios, de modo que
su presencia en el mundo no estará vinculada ya a ningún templo sino al
crucificado, reconocido como Hijo de Dios incluso por los no creyentes, tal como el
centurión confiesa al pie de la cruz en el evangelio de Marcos (Mc 15,39). Este
texto de 2 Samuel une el tema del Mesías, descendiente de David, al tema del
templo. Allí entran en juego las distintas acepciones del término casa en la Biblia. El
rey David pretendía construir una casa-templo al Señor (2 Sm 7,5), pero el
profeta Natán le anuncia que será Dios el que dará y construirá a David una
casa-descendencia (2 Sm 7,11.16.27) , es decir, una descendencia, que, a su
vez, construirá una casa-templo (2 Sm 7,13) en honor de Dios. Esta profecía se
cumplió sólo en parte con el rey Salomón, hijo de David. Es en el NT donde se
cumple plenamente este oráculo mesiánico, exactamente en la muerte y
resurrección de Cristo. El templo es un tema clave también en los relatos de la
Pasión de los evangelios sinópticos (Mc 14,58; 15,29.38). Jesús declaró que
destruiría el santuario y en tres días construiría otro no hecho por manos
humanas. La casa real, dada por Dios a David, es Cristo crucificado y
resucitado, pero el cuerpo glorificado de Cristo es, al mismo tiempo, la casa
construida para Dios por uno de su estirpe, por vía de José, pero no como hijo de
éste ni de David, sino como Hijo de Dios. Tras la muerte de Jesús, el velo del
santuario quedó destruido. Y la casa-templo de Dios ya no será otra más que el
cuerpo del crucificado. La casa mesiánica, cuyo origen se remonta a David en el
oráculo de Natán, se realiza en la persona de Jesús, el que nació pobre entre los
pobres y murió crucificado entre los marginados. Éste es el Hijo de Dios, evangelio
y misterio de Dios revelado al mundo, cuyo nacimiento rememoramos en cada
Navidad.
Pero la gran figura de este domingo es María la Virgen que, abriéndose por
completo al plan divino sobre la historia humana y permaneciendo siempre fiel a su
palabra, experimentó en su humildad la grandeza del misterio de Dios, al cual
consagró toda su vida tras descubrir la misión decisiva para la que, por pura gracia,
había sido escogida: la Misión de engendrar y dar a luz a Jesús, el Mesías. La
Iglesia reconoce, vive y celebra en María que ella es el mejor canto de gracia para
gloria de Dios. Y lo ha expresado solemnemente en la formulación dogmática de la
Inmaculada, cuya fiesta celebramos hace dos semanas y cuyos términos querían
recoger en categorías antropológicas propias de los últimos siglos lo que en el
Evangelio de Lucas está plasmado en una palabra única y pregnante, en un verbo
muy singular del Nuevo Testamento, prácticamente inventado por el evangelista, el
verbo "agraciar"; éste significa llenar con colmo a una persona del favor de
Dios . Nosotros nos recreamos en esa palabra del ángel a María cuando la
invocamos como la "llena de gracia". Pero podemos matizar que no se trata de un
adjetivo ("llena") sino de un verbo (jaritoun) en forma participial pasiva y con el
aspecto de perfecto (kejaritomene), lo cual implica que se trata no tanto de una
cualidad sino de una acción de Dios en María , una acción realizada ya y
permanentemente presente en ella, afectando a todas las realidades y facetas de
su existencia, de modo que no sólo es la llena de gracia, sino la "llenada de gracia",
la "agraciada en plenitud" de parte de Dios y por eso tiene la "gracia colmada". Dios
se ha encariñado con María, la ha acariciado y la ha agraciado, convirtiéndola para
todo ser humano en manifestación de amor, de bondad, de belleza y de fidelidad. Y
su gracia ha consistido en haber sido elegida y destinada por Dios para que,
dejándose impregnar por el Espíritu Santo, engendrara y diera a luz al Salvador.
Que la Virgen María sea la colmada de gracia es una realidad que tiene para
nosotros, los creyentes, consecuencias extraordinarias, pues esto que en María es
un canto definitivo de toda su vida, es también ya para nosotros una realidad en
medio todavía de las vicisitudes históricas de nuestra existencia. En la carta a los
Efesios se hace extensivo ese derroche de gracia, con el mismo verbo
"agraciar" (Ef 1,6), también a los creyentes, de modo que sintiéndonos
elegidos antes de la creación del mundo y destinados a vivir como hijos del Padre,
participemos de la inmensa alegría de haber sido colmados de gracia por el Hijo y
en el Hijo. En efecto, conocer a Cristo, seguir sus pasos y orientar nuestro futuro
según el suyo, es para sentirnos, como María, verdaderamente dichosos y tocados
definitivamente por la gracia de Dios, siempre y sólo por medio de Jesucristo
y por los méritos de su muerte y resurrección. Este es el misterio
escondido de Dios, el Evangelio por antonomasia, revelado a todos los pueblos,
del cual trata Pablo en la carta a los Romanos (Rom 16,25-27).
La diferencia entre María y cada uno de nosotros es que en ella la realidad de la
gracia desbordante de Dios es proclamada por Lucas como un don de Dios y
como una respuesta creyente de María , ambas siempre vigentes (en virtud del
aspecto verbal del perfecto griego), mientras que en nosotros el don de la gracia
nos ha sido dado en Cristo, pero el aspecto del tiempo verbal griego de la carta a
los Efesios (aoristo o lo que antes llamábamos indefinido) destaca el don como un
acontecimiento real ya acontecido pero no tanto la respuesta de la fe , la cual
depende de nosotros y por eso cada uno de nosotros tiene que seguir escribiéndola
en la vida.
Para vivir esta realidad el único requisito es la fe activa. La palabra "Amén" podría
sintetizar esa actitud de fe, tal como María refleja al decir: "Hágase en mí según tu
palabra". La fe tiene dos componentes esenciales y complementarios: por una
parte, la fe significa fiarse, confiar, creer en el otro y en su verdad, y al mismo
tiempo, la fe comporta estar firme y permanecer activo en la verdad, saber
aguantar y perseverar con fidelidad en las propias convicciones. Esa fe es la que se
expresa en la palabra hebrea no traducida: Amén. Por su fe, la Virgen María creyó
en la palabra del Señor, se abrió al plan de Dios sobre ella y sobre la historia
humana y permaneció siempre fiel a su palabra.
El mensaje de la fe se carga de esperanza y de alegría al unirnos en el tiempo del
adviento al amén de María. De este modo los creyentes podemos convertirnos,
como ella, colmados de la gracia divina por medio de Cristo, en testigos vivos del
amor y de la paz en medio del egoísmo y la violencia que impera en nuestro
mundo, y en artífices de un mundo de justicia, de bondad y de belleza en el
contexto de injusticia y de maldad que tantas veces nos abruma. Hoy estamos
llamados a sentirnos colmados de la gracia de Dios y servidores gozosos
del Evangelio como la Virgen María para hacer de nuestras vidas un canto de
alabanza a Dios.
Si queremos prepararnos bien para la Navidad, sólo tenemos que escuchar la
Palabra fecunda del Evangelio , que, como a María, nos llena de alegría y de
gracia , debemos acoger la promesa del Reino de Dios que viene con el Mesías,
sabiendo que para Dios nada hay imposible, y hemos de decir siempre Amén a la
nueva presencia de Dios en la historia, en los crucificados, en los pobres, en los
marginados, y especialmente en los niños que sufren, pues todos ellos son el
verdadero y nuevo rostro de Dios en este mundo.
En esta orientación pastoral maestra está trabajando la Iglesia de Bolivia en el
marco de la misión permanente. Nos congratulamos de que los nuestros obispos
bolivianos sigan centrando su preocupación y su atención a los más pobres y
necesitados, de lo cual es reflejo el gran compromiso eclesial con sus obras
sociales. El diálogo es el instrumento más adecuado para la construcción de una
sociedad nueva, que incluya siempre los últimos. Esto es lo que han hecho
nuestros obispos promoviendo el diálogo con los mandatarios políticos, a pesar
de los reveses que no pocas veces tienen que afrontar en las relaciones con ellos.
Los frutos del diálogo van madurando poco a poco y, en este sentido, nos
congratulamos sobremanera por el restablecimiento de relaciones entre Cuba
y Estados Unidos, en el cual el papa Francisco ha intervenido con la parresía y la
fuerza convincente de su palabra. Todo ello es un signo de la gracia que Dios va
derramando sobre nuestro mundo.
Abramos nuestros corazones a la gracia sobreabundante para que el amén de los
creyentes y de las gentes de buena voluntad nos permita vivir como
colmados de gracia . Con la celebración inminente de la venida de Jesús, el Hijo
de Dios, en Navidad, María y la humanidad entera ya han sido colmadas de gracia.
Muchas felicidades.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura