Natividad del Señor, Misa de Medianoche, Ciclo B.
SERIA NAVIDAD
Padre Pedrojosé Ynaraga Diaz
Debemos ser sinceros, a la celebración actual de la Navidad, generalmente, le falta
coherencia. La fiesta conmemora un suceso que los creyentes admiramos. Nació en
Belén un Niño que afirmamos es Hijo de Dios. No un hijo cualquiera, ni tampoco
biológico. La realidad divina que si siempre fue misterio para el hombre, por ser
inalcanzable, lo fue mucho más, cuando al acercarse históricamente al misterio, se
desveló poco a poco que era trinitario.
Tenemos tendencia a extrapolar nuestra experiencia y ver lo otro, y al otro, de
acuerdo con nuestros cánones fruto de la experiencia humana. Persona e individuo
se identifican, según pensamos. Cuando tenemos noticia de que esta realidad se
basa en existencia espacio temporal, pero no ocurre lo mismo en otra esencia,
nuestra inteligencia se perturba y rehúsa admitirlo. ¡Qué lenguaje tan complicado,
me diréis con razón! ¡Tan sencillo como es contemplara a un Niño dormido! ¡Tan
fácil como es sonreír a una criatura que te contempla y devuelve la sonrisa!
Porque la Navidad es ambas cosas, misterio divino y sencillez humana, es por lo
que tiene tanto atractivo. Se empieza contemplando al matrimonio con su Criatura,
se alegra uno de verlos tan unidos y felices y de inmediato se interroga. ¿Qué
misterio poseen, que tanto les enriquece?
Mis queridos jóvenes lectores, los dos aspectos el nacimiento humano y la realidad
divina del Niño, son propios y exclusivos de esta jubilosa celebración. Nuestra
cultura acompañó la solemnidad con símbolos de prosperidad que le eran muy
suyos. Con la miel y los frutos secos que guardaba el agricultor, fruto de la
cosecha, elaboró el turrón en España, el Pain des epices en Francia, el Panetone en
Italia, el mazapán en muchos sitios…
Y cantó alegremente el misterio ingenuo, mientras acudía a la iglesia a renovarlo
sacramentalmente en el altar. La liturgia se arropó de elogios, los himnos exaltaron
lo invisible que se hacía presente, la compasión, el amor y la paz reinaban,
mientras cada familia convivía, volcados los padres en los hijos, a los que ofrecían
regalos, los hijos en los padres, a los que tiernamente besaban. Los poetas con sus
versos, los escultores y pintores con sus creaciones plásticas, los músicos con las
más excelsas melodías. El pueblo no se limitó a contemplar. En el centro de la
mansión con corcho y musgo como marco, colocó las figuritas y la oración familiar
se rezó a su alrededor.
Poco a poco, sin estrépito, arteramente, se fue introduciendo lo mediocre. Se llegó
a vocear canciones chabacanas, sin que nadie fuera consciente de ello. Entró el
alcohol en exceso. “dame la bota maría, que me voy a emborrachar” dijeron
algunos. “Fum, fum, fum”, cantaron otros. Que “brincan y bailan los peces en el
río”, contestaron en otro lugar, que he visto a un “demonio sin rabo”, afirmaron
algunos… Consecuencia de estas mediocridades, la Navidad se convirtió en motivo
de malgasto y lujo. Lo que no cambió fue que algunos niños continuaron naciendo
pobres, tan pobres algunos, que ni siquiera tenían paja para descansar, ni pañales
para cubrirse.
El Papa Francisco ha estimulado un cambio. Se ejerce una revolución en el seno de
la Iglesia. No hay tolerancia para la injusticia, la corrupción o el escándalo. ¡Qué
ejemplo nos da! Pues a nosotros nos toca aprenderlo y ser consecuentes en
pequeños detalles nuestros.
(Una sugerencia que os puede parecer pura anécdota. Podéis organizar, en grupo o
individualmente, una cena como la de la Santa Familia. Algún higo y miel como
aperitivo. Pan de cebada y aceitunas como plato principal. Queso de oveja,
después. De postre dátiles. Cantad alegres sintiéndoos acompañados: Gloria in
excelsis Deo…)
Con seguridad, si os encontráis que alguien os canta el pseudo-villancico “triste
navidad” le podréis afirmar alegremente que se equivoca, que la Navidad autentica
siempre nos hace felices.