La Sagrada Familia de Jesús, María y José 4
(Génesis 15:1-6.21:1-3; Hebreos 11:8.11-12.17-19; Lucas 2:22-40)
En un cine hace diez años una familia joven vive cómodamente en San Diego. La
pareja tiene varios chiquillos. El esposo es guapo y suave. La mujer parece como
madre cumplida llevando a sus hijos a escuela y fiestas. La familia parece como
María y José llevando al bebé Jesús al Templo en el evangelio hoy.
En el principio de la historia navideña los padres de Jesús se probaron obedientes a
la ley romana por partir a Belén para el censo. Ya parecen similarmente atentos a
la ley judía por llevar a Jesús al Templo para su presentación a Dios. Son como
muchos padres en parroquias a través del país llevando a sus hijos al catecismo.
Quieren que sus hijos aprendan los rezos para que sean conocidos como gente
respetable.
Pero ser respetable no es igual a ser justa. La familia tiene que enseñar a sus hijos
en la casa cómo seguir a Jesucristo, la luz a las naciones. Eso es, tiene que
mostrarles cómo servir a los demás por amor de Dios. Un hombre describe la
lección que aprendió de su padre, un florista. Dice que una vez su padre regaló
una corona de Adviento a un pobre de la vecindad. Cuando el hijo se quejó, su
padre le dijo: “Un día aprenderás que no es el dinero que cuenta sino en los ojos de
Dios es la gente que cuenta”.
María tendrá una experiencia en el futuro que prueba su amor para Dios. Jesús
está predicando cuando se entera que ha llegado su madre María con sus
hermanos. Entonces Jesús dice: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?
Aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lucas 8, 21).
¿Se incluye a María en este grupo dichoso? Al menos en este evangelio de Lucas,
seguro que sí. Pues desde el principio ella actúa en lo que le dice Dios. Los
expertos bíblicos creen que esta experiencia de ser juzgada como fiel a la palabra
de Dios, más que sufrir la vista de su hijo crucificado, constituye la espada que
atravesará el corazón de María. Es la misma espada que prueba a cada uno de
nosotros. Podemos considerarnos hermanos de Cristo sólo si acatamos sus
palabras.
Nos cuesta cumplir las enseñanzas de Jesús particularmente cuando choquen con
los valores corrientes. En el mundo de los jóvenes es difícil resistir la tentación de
ver la pornografía en el Internet. En el ambiente político es costoso defender leyes
contra el aborto y oponer las propuestas del matrimonio gay. En la casa con el
televisor emitiendo barbaridades nos reta a enseñar a los muchachos que hayan de
decir la verdad con el amor cueste como cueste.
Los americanos tienen un cine preferido para este tiempo navideño. Muchos miran
a “Qué bello es vivir” para recordar el significado del tiempo. La historia muestra a
un hombre que siempre ayudaba a los demás. Entonces enfrenta una crisis
financiera en que él comienza a cuestionar la bondad hacia los otros. Piensa en
renunciar el servicio que ha prestado desde su niñez. Pero Dios manda a un ángel
que le convence una vez más que no es el dinero que cuenta sino la gente. Sí, es
la gente que cuenta.
Padre Carmelo Mele, O.P.