II Domingo después de Navidad, Ciclo B
Felicidades: Seguimos en Navidad
Seguimos en Navidad y por eso el mundo cristiano marca el comienzo del año
nuevo con el nacimiento de Jesús. No es sólo que Jesús naciera en estas fechas
del año, sino que, porque Él nació, vino con él el tiempo de la gracia y del Espíritu,
el tiempo de la alegría y de la esperanza, el tiempo del amor regenerador de la
vida, y así dio comienzo la fiesta del año nuevo, la cual, con la navidad, se
sitúa en el solsticio de invierno de la cuenca mediterránea. El sol creciente de estos
días anuncia el crecimiento de aquella verdadera Luz que con la Nochebuena
empezó a brillar en el mundo. La nueva luz es Jesús, el Hijo de Dios hecho
hombre y nacido de la Virgen María, por obra del Espíritu Santo, que culminó
la revelación plena del amor de Dios a la humanidad dando la vida por todos y
consiguiéndonos la redención con la sangre de su cruz. Este gran misterio es el que
especialmente en la Iglesia celebramos a lo largo de todos estos días contemplando
distintos aspectos del mismo desde la pluralidad y la riqueza de los textos bíblicos
que se proclaman los domingos y festivos.
Este gran misterio queda reflejado también en las lecturas de este domingo, que
son como himnos de la comunidad cristiana primitiva, que cantan la grandeza
de la sabiduría de Dios (Eclo 24,1-4.12-16), personificada en la Palabra hecha
carne (Jn 1,1-18) y dada a conocer al hombre como derroche de gracia en Cristo, el
amado, que desde el Evangelio nos impulsa a la glorificación de Dios Padre (Ef 1,3-
18).
En el Prólogo de su Evangelio (Jn 1,1-18) Juan nos describe en forma poética
excelsa el misterio de la Palabra hecha carne . De este modo interpreta el
significado profundo del nacimiento de Jesús con un lenguaje y unas categorías
sapienciales: Jesús es la Palabra de Dios, la palabra eterna, creadora y
vivificadora. La palabra es la luz verdadera que alumbra a todo hombre.
Pero el prólogo de Juan refleja también, por una parte, el drama de quienes no lo
reciben y, por otra, la capacidad para vivir como hijos de Dios de parte de
quienes lo acogen mediante la fe. Aceptar a Jesús como Palabra definitiva de
Dios y como Hijo del mismo Dios, reconocer la divinidad en su humanidad es
contemplar la gloria del Padre en el Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Y de su
plenitud recibimos los creyentes todo en la vida como una gracia. Por ello con María
y como María en Navidad podemos experimentar todos los creyentes la gran alegría
de sentirnos agraciados por estar unidos estrechamente unidos a Jesús, Hijo de
Dios, Señor y Hermano nuestro.
Especialmente el autor de la carta a los Efesios revela las consecuencias que tiene
para nosotros la Navidad redentora de Cristo, pues nos permite entender toda
nuestra vida a la luz del misterio de Cristo y nos transmite en lenguaje solemne y
exultante que el principal motivo de nuestro agradecimiento a Dios Padre es Cristo,
pues en él, con él y por medio de él hemos sido elegidos antes de la creación del
mundo, hemos sido destinados a ser hijos de Dios y hemos conocido por medio del
evangelio de la salvación la sobreabundante gracia derramada con colmo sobre el
ser humano. Igual que la Virgen María ha sido colmada de gracia por Dios,
también a nosotros Dios nos agració en Cristo, de modo que si acogemos el
misterio contenido en el Evangelio, también nosotros viviremos la plenitud de la
gracia y de la alegría.
En el cuarto domingo de Adviento decíamos que en la carta a los Efesios se hace
extensivo a los creyentes el derroche de gracia que tuvo lugar en la Virgen María, a
la que llamamos "colmada de gracia", pues el mismo verbo "agraciar" del saludo
del ángel a María (Lc 1,28) se utiliza también para nosotros (Ef 1,6), de
modo que sintiéndonos elegidos antes de la creación del mundo y destinados a vivir
como hijos del Padre, participemos de la inmensa alegría de haber sido colmados
de gracia por el Hijo y en el Hijo. En efecto, conocer a Cristo, seguir sus pasos y
orientar nuestro futuro según el suyo, es para sentirnos, como María,
verdaderamente dichosos y tocados definitivamente por la gracia de Dios ,
siempre y sólo por medio de Jesucristo y por los méritos de su muerte y
resurrección.
La diferencia entre María y cada uno de nosotros es que en ella la realidad de
la gracia desbordante de Dios es proclamada por Lucas como un don de Dios y
como una respuesta creyente de María, ambas siempre vigentes (en virtud del
aspecto verbal del perfecto griego), mientras que en nosotros el don de la
gracia nos ha sido dado en Cristo, pero el aspecto del tiempo verbal griego de la
carta a los Efesios (aoristo o lo que antes llamábamos indefinido) destaca el don
como un acontecimiento real ya acontecido pero no tanto la respuesta de la
fe, la cual depende de nosotros y por eso cada uno de nosotros tiene que
seguir escribiéndola en la vida, a lo largo de este año.
La carta a los Efesios revela así el alcance espléndido del misterio de Cristo. Es muy
importante que Cristo haya obtenido el perdón de los hombres y la reconciliación
mediante su muerte en la cruz, pero también es trascendental que Dios nos haya
revelado el sentido y valor de esa muerte y, de ese modo, nos haya permitido
acceder a la gracia de su amor. Esto es lo que los creyentes celebramos también
en Navidad, pues al nacer el Hijo de Dios todos nacemos como hijos de Dios y
empezamos a vivir en auténtica fraternidad con los demás hermanos. Y esa nueva
identidad que nos vincula a Dios se proyecta tanto a nuestro origen, "elegidos
antes de la creación del mundo", como a nuestro futuro , destinados a ser
"alabanza de su gloria". Con Cristo, palabra de hecha carne, todos nacemos a su
misma vida. ¡Feliz Navidad!
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura