EL BAUTISMO DEL SEÑOR
LECTURAS:
PRIMERA
Isaías 42,1-4,6-7
He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma.
He puesto mi espíritu sobre él: dictará ley a las naciones. No vociferará ni alzará el
tono, y no hará oír en la calle su voz. Caña quebrada no partirá, y mecha mortecina
no apagará. Lealmente hará justicia; no desmayará ni se quebrará hasta implantar
en la tierra el derecho, y su instrucción atenderán las islas. Yo, Yahveh, te he
llamado en justicia, te así de la mano, te formé, y te he destinado a ser alianza del
pueblo y luz de las gentes, para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al
preso, de la cárcel a los que viven en tinieblas.
SEGUNDA
Hebreos 10,34-38
Pues ustedes compartieron los sufrimientos de los encarcelados; y se dejaron
despojar con alegría de vuestros bienes, conscientes de que poseían una riqueza
mejor y más duradera. No pierdan ahora su confianza, que lleva consigo una gran
recompensa. Ustedes necesitan paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad
de Dios y conseguir así lo prometido. Pues todavía un poco, muy poco tiempo; y el
que ha de venir vendrá sin tardanza. Mi justo vivirá por la fe; mas si es cobarde, mi
alma no se complacerá en él.
EVANGELIO
Marcos 1,6b-11
Juan llevaba un vestido de pie de camello; y se alimentaba de langostas y miel
silvestre. Y proclamaba: "Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy
digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado
con agua, pero él los bautizará con Espíritu Santo". Y sucedió que por aquellos días
vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En
cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de
paloma, bajaba a él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: "Tú eres mi Hijo
amado, en ti me complazco".
HOMILÍA
En esta fiesta del Bautismo de Jesús podemos destacar dos figuras, la del Salvador
y la de su Precursor, Juan Bautista. Dos gigantes que se encuentran frente a frente,
pero no para combatir, sino para juntos aceptar el cumplimiento de la voluntad de
Dios.
Jesús fue enviado por el Padre a salvarnos, y Juan fue escogido para ir preparando
el terreno a la labor apostólica de Jesús.
Un medio escogido por Juan para ello fue el bautismo, pero no como el que hoy se
recibe en la Iglesia, sino uno que fue como su preparación.
De explicarnos en que consistía se encargó el propio Juan, al decir que el bautizaba
con agua pero el que vendría detrás de él bautizaría con Espíritu Santo.
El bautismo de Juan era una invitación a la conversión y la penitencia. El que lo
recibía no quedaba transformado en hijo de Dios, sino que recibía una gracia
especial que lo haría capaz de llegar a serlo.
El agua, que siempre ha sido un símbolo natural de la limpieza, tenía precisamente
esa función de simbolizar la limpieza interior que producía aquel bautismo,
disponiendo al recipiente a la recepción del perdón que Dios le otorgaba por medio
del mismo.
En el bautismo que Jesús instituiría, el que lo recibe se transforma en una nueva
criatura, pasando de la esclavitud del pecado a la nueva vida de gracia divina.
No es, pues, un símbolo sino una realidad. Lo simbólico está en el uso del agua.
Al principio, al igual que se hacía con el de Juan, el bautismo se realizaba
ordinariamente en un rio, lago o incluso en el mar. Así nos lo dice el libro de los
Hechos en un curioso pasaje. El diácono Felipe había estado predicando en
Samaria, y un ángel le avisó que debía ir al encuentro de un hombre que viajaba
por el camino que va de Jerusalén a Gaza. Este hombre era un eunuco, ministro de
Candaces, reina de los etíopes, y además prosélito judío. Viajaba en su carroza de
regreso a su tierra, después de visitar Jerusalén. Estaba leyendo el libro del profeta
Isaías cuando el Espíritu mandó a Felipe acercarse a la carroza y entablar
conversación con él. El etíope le preguntó a Felipe sobre un punto de lo que estaba
leyendo, invitándolo a subir a la carroza. El diácono aprovechó la ocasión para
evangelizarlo. Como le había hablado del bautismo, al llegar a un lugar donde había
agua, quizás un rio, arroyo o lago, el etíope pidió a Felipe que lo bautizara. Bajaron
los dos al agua y Felipe lo bautizó. Y el eunuco siguió ya solo, pero gozoso, su
camino. (Hechos 8, 26, 39).
Más tarde, cuando ya se comenzaron a construir iglesias, se separaba un lugar
especial donde se celebraban los bautismos. Allí se construía una especie de piscina
pequeña, pero ancha, suficiente para que el que se bautizaba pudiera caminar de
un lado al otro, y honda para que pudiera sumergirse completamente. En los
primeros tiempos casi todos los que se bautizaban eran adultos.
La ceremonia solía celebrarse de noche, fuese en la vigilia de Pascua como en la de
Pentecostés.
En el bautisterio sólo estaban los bautizandos y los ministros. Iban entrando en la
piscina, uno por uno, y en el centro se le hacía la triple pregunta de si creía en
Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Luego de cada pregunta el bautizando zambullía su cabeza en el agua, y luego salía
por el otro lado, donde un ministro lo secaba. Luego se iba delante del Obispo para
recibir la confirmación.
Al generalizarse el número de niños que se bautizaban, se redujo la ceremonia y se
solía derramar el agua sobre la cabeza, como suele hacerse habitualmente hoy día.
Con todo, lo más importante, además de la ceremonia en sí, era la intención del
bautizando de vivir una vida cristiana, fiel al cumplimiento de los mandatos divinos.
Esto suponía también el compromiso de seguir creciendo espiritualmente como
miembro de la familia de Dios.
Cuando los bautizandos, hombres y mujeres por igual, están así dispuestos, el
Espíritu Santo actúa en ellos, transformándolos en hijos de Dios, y consagrándolos
como miembros de la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios.
Hoy en día el sacramento del Bautismo ha perdido mucho de su valor ante personas
que lo miran sólo como una costumbre propia de los países llamados cristianos.
Pero eso es, más que nada, algo muy lamentable.
Hemos de rescatar el verdadero valor del Bautismo, si queremos estar en el camino
que conduce a la salvación.
Los padres que están bautizados, pero viven como paganos, al no participar como
miembros activos de una comunidad cristiana, pierden el derecho de pedir el
Bautismo para sus hijos.
Los padres y padrinos están obligados, en primer lugar, a dar ejemplo de
cristianismo a sus hijos y ahijados. Solo así podrán cumplir con su obligación de
educarlos en la fe, para que tengan la oportunidad, cuando llegue el momento,
decidir por sí mismos, actuar conforme a las enseñanzas del Evangelio,
comprometidos a una vida cristiana, en la que Dios ocupe el lugar que le
corresponde.
Sólo así podremos cumplir lo que Jesús espera de cada uno de nosotros.
Padre Arnaldo Bazan