IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B
¿IGLESIA ACCIDENTADA O ENFERMA?
Padre Javier Leoz
Con esta expresión: “Prefiero una Iglesia accidentada (en clara referencia a su
choque contra lo que denominamos “normal”) a una Iglesia enferma (con ventanas
y puertas cerradas por miedo a todo).
1.- Llama la atención, y mucho, el estilo del Papa Francisco. Se ha convertido en
muchos casos en una palabra profética aunque, no siempre, sus palabras sean
interpretadas como él quisiera. Lo cierto es que, ahí están las encuestas, se
encuentra en los primeros puestos de “autoridad moral” en este complejo mundo.
Cuba y sus relaciones con EE.UU ha sido uno de los últimos logros de un Papa que,
no dejando quieto a nadie, sabe que la Iglesia está para construir, levantar, animar
y presentar el rostro más afable de Jesús.
Aquello de “sirve para que vean lo que vales” cobra espíritu y fuerza en el Papa
Francisco cuando, con el evangelio de hoy en la mano, contemplamos que las obras
llegan y, las palabras, se las lleva el viento.
2.- Jesús comienza a guardar distancias con la tradición rabínica. Ya no repite como
si fuera un loro lo que le han enseñado: ahora se nota que además Él lo vive y que,
lejos de poner la Palabra a sus pies, es El quien se pone enteramente a su servicio.
El profetismo de Jesús, que anuncia y denuncia, comienza a tomar cuerpo en la
sinagoga de Cafarnaún. Lo que creía lo decía y, lo que exponía, no siempre sentaba
bien. La libertad, como siempre, -también en Jesús- tendría un precio: la muerte.
Sabía perfectamente Jesús, que su reino no era de este mundo. Que iba a ser signo
de contradicción. Que, ser el Ungido, implicaba tal vez formar parte de esa gran
estela de hombres que, por haberlo dicho todo, dejaron también su fama y su piel
por el camino en el Antiguo Testamento.
Los maestros de la Ley leían, interpretaban la Palabra, casi se consideraban los
propietarios de la misma. ¿Y Jesús? ¡Ay Jesús! En Jesús, los presentes, observaban
que era la Palabra la que le poseía. Que, el Señor, era un cauce por el que fluía con
todo su esplendor la Revelación. Jesús, en Cafarnaún, pone sus labios al favor de
Dios. Y, Dios, ubica en la boca de Jesús la Palabra. ¿Podían esperar más frescura y
más encanto en el Gran Profeta? ¡No! Y lo apreciaban: ¡Habla con autoridad! ¡No
era como esa palabra congelada y desgranada con rostros interesados o postizos
que se daba a todas horas y que dejaba en el estómago una cierta acidez! Ahora, al
digerir esta Palabra, veían que además producía esperanza, paz, perdón, amor y
sosiego.
3.- Tal vez Jesús, si hoy apareciese y lo hiciera de igual forma que en Cafarnaún,
muchos nosotros exclamaríamos: ¡Esto ha sido un sermón de campanillas! Puede
que, también el Papa, nos parezca que marca distancias con todo lo hecho y
escuchado hasta ahora. Pero, en el fondo, siempre hay un mismo objetivo:
presentar a Cristo con lo que es, como es y para lo que es: nos trae la Salvación.
No lo olvidemos.
4.- ¡HABLAME CON AUTORIDAD, MI SEÑOR!
Para que, los tantos demonios que habitan en mí,
se dobleguen ante la fuerza de tu verdad.
Y la frescura de tu mensaje,
nuevo e interpelante, comprometido y valiente
me hagan comprender
que no existe otro camino, para llegar hasta Ti,
que el de la sinceridad
el de creer y vivir lo que uno dice.
¡HABLA CON AUTORIDAD, MI SEÑOR!
Y vea yo que, tus labios,
se mueven con la fuerza poderosa de un Dios
que, por hacerte siervo de su causa,
habla a través de Ti
bendice con tus manos
mira con tus ojos
ama con tu corazón.
¡HABLA CON AUTORIDAD, MI SEÑOR!
Pues, en medio de tanta palabra vacía,
necesito de alguna que me dé seguridad
claridad en el horizonte
firmeza en mis convicciones
convencimiento para seguirte.
¡HABLA CON AUTORIDAD, MI SEÑOR!
Pues bien lo sabes
que necesito una palabra salvadora
una fuerza que me reanime de mis males
una luz que me saque de mis noches
un mandato que se imponga y venza
sobre lo que me impide ser libre
para ponerme a tus pies y poder servirte.
¡HABLA CON AUTORIDAD, MI SEÑOR!
Pues sabes que soy débil en el camino
y que otros dioses intentan
convertirse en dueños de mi destino
Amén.