PRESENTACION DEL SENOR
¿CÓMO VAMOS AL TEMPLO?
Por Javier Leoz
Distanciados 40 días, desde el Nacimiento de Cristo, la fiesta de la Presentación del
Señor vuelve a colocar en el centro de nuestras miradas a la Sagrada Familia: José,
María y el Niño. ¿Para qué y por qué?
1.- Hoy se abren las puertas de nuestro templo, como se abrirán de nuevo en la
noche más grande la Pascua, para que entre el Rey de la Gloria.
-Hoy, en gestos y hasta en efectos visuales, esto es un anticipo de esa Pascua.
Hoy, con cuarenta días, recibimos a un bebé de padres pobres nacido a la sombra
de un mísero portal. En sábado santo, en vigilia festiva, pasaremos de la oscuridad
a la luz con el Hombre Resucitado que, a los 33 años, posibilita que la humanidad
entera se mude de la tiniebla a la salvación.
-Hoy, cuando los pastores han regresado a sus rebaños, dejan el lugar vacío para
que –seamos nosotros- los que reconozcamos al Rey de Reyes, para que
ofrezcamos y seamos capaces de intuir que, debajo de un pañal, se encuentra el
Misterio, el Dios hecho Hombre. ¿Seremos capaces?
-Hoy, cuando los Magos están ya hablando en sus reinos de lo acontecido en Belén,
dejan la huella de sus rodillas en la tierra para que, sean las nuestras, las que
adoren a la realeza que es humana, al Dios que se entrega y se ofrece en las
manos de María al igual que lo ofreció en la Noche Santa de la Navidad.
-Hoy, las manos de María, presentan gozosas a un Jesús infante. Mañana, en
Viernes Santo, esas mismas manos se volverán hacia el pecho de esa Virgen
envuelta en amargura.
-Hoy, las manos de María, ofrecen a Cristo y mañana, esas mismas manos de
Madre, recibirán a Cristo a la sombra de la cruz.
2.- En este día de la Presentación, este templo en el que hemos sido todos
convocados, se convierte en el escenario de la presentación del Mesías. Todo lo
anunciado desde tiempos antiguos es intuido por aquellos que vivieron este evento
mesiánico y por nosotros, que siglos después, seguimos amando, creyendo y
esperando la vuelta definitiva de Cristo. ¿Lo esperamos? ¿Reconocemos en Él el
futuro eterno de nuestras vidas? ¿Es para nosotros el Hijo de Dios o, tal vez, una
imagen débil e infantil que quedó como puro sentimiento?
Desde el Concilio Vaticano II, el templo, se ha convertido en escenario de
celebración y encuentro de la comunidad. Pero ¿lo es también de oración personal,
reconciliación, calma, adoración y encuentro a solas con el Señor?
3.- Creo que, el templo, ha de recuperar –en medio de la secularización que nos
acecha- un protagonismo especial. Necesitados de oasis en los que descansar, de
rincones donde pensar, de espacios en los que reflexionar sobre nuestra fe –el
templo- ha de recuperar (con sus puertas abiertas, ambientación, subsidios que
ayuden a la meditación personal y comodidad) otra dimensión que no sea sólo y
exclusivamente la celebrativa. Qué bueno sería aquello de “un templo de puertas
abiertas” y no s￳lo para los sacramentos. Qué bueno sería, incluso, que cada vez
que pasamos por delante de una iglesia llegáramos a pensar: “Aquí está el Se￱or ¿y
no le voy a visitar?”.
Presentémonos, junto al Señor, en el templo. Y cuidemos también ese otro templo
del Espíritu que, desde el Bautismo, crece en nuestras almas.
4.- NO ME CANSE, SEÑOR, DE ESPERAR
Tu llegada y, con mi esperanza renovada,
sepa aguardar e intuir tu presencia salvadora.
Que nada ni nadie, Señor,
apaguen la lucidez de mi pensamiento para Ti.
Que nada ni nadie, Señor,
adormezcan mis ilusiones por descubrirte
mis sueños de permanecer junto a Ti
mis ideales de vivir contigo y en Ti.
Que no me queme, Señor,
por el fuego de la desesperanza
por aquello que apaga el fuego de mi amor
por aquello que me impide presentarme
como Tú lo hiciste en el templo:
tocado con la Gracia y el dedo del Padre.
¡Nada, Señor, me lo impida!
Y, porque soy más pobre de lo que aparento,
te ofrezco dos tórtolas de mi pobreza
Porque, aun siendo rico como a veces quisiera,
la vida me enseña que ante Ti
la penuria es puerta grande para conocerte.
Que no piense tanto, oh Señor,
en cambiar el mundo cuanto en que Tú
me cambies a mí, primero, por fuera y por dentro
Que no crea, oh Señor,
que la luz divina la necesita el mundo
y sí, antes que después, mi corazón incierto y roto.
QUE NO ME CANSE, SEÑOR, DE ESPERAR
Tu llegada y tu luz, tu mensaje y tu poder
tu presencia y tu salvación
hasta aquel día en el que cerrando los ojos
pueda proclamar a los cuatro vientos:
¡SIEMPRE HAS SIDO MI LUZ, SEÑOR!