QUINTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B
LECTURAS:
PRIMERA
Job 7,1-4.6-7
¿No es una milicia lo que hace el hombre en la tierra? ¿no son jornadas de
mercenario sus jornadas? Como esclavo que suspira por la sombra, o como
jornalero que espera su salario, así meses de desencanto son mi herencia, y mi
suerte noches de dolor. Al acostarme, digo: "¿Cuándo llegará el día?" Al
levantarme: "«¿Cuándo será de noche?", y hasta el crepúsculo ahíto estoy de
sobresaltos. Mis días han sido más raudos que la lanzadera, han desaparecido al
acabarse el hilo. Recuerda que mi vida es un soplo, que mis ojos no volverán a ver
la dicha .
SEGUNDA
1 Corintios 9,16-19.22-23
Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber
que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia
iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado,
es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa?
Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente, renunciando al derecho que me
confiere el Evangelio. Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de
todos para ganar a los más que pueda. Me he hecho débil con los débiles para
ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y
todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo.
EVANGELIO
Marcos 1, 29-39
Cuando salió de la sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y,
tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles. Al
atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados; la
ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos que se
encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no
dejaba hablar a los demonios, pues le conocían. De madrugada, cuando todavía
estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer
oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen:
"Todos te buscan". El les dice: "Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para
que también allí predique; pues para eso he salido". Y recorrió toda Galilea,
predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios .
HOMILÍA
La vida del ser humano sobre la tierra no es fácil. Tenemos que admitir, y eso a
veces lo olvidamos, que no estamos en el paraíso. Aquí estamos para luchar,
trabajar, ganarnos el pan con el sudor de la frente, cumplir la voluntad de Dios a fin
de ganarnos el derecho de recibir la herencia que Jesús nos ganó en la cruz.
Esta vida no es, necesariamente, para sufrir, pero el sufrimiento es parte de ella. A
veces sufrimos físicamente, pero también en otros momentos se trata de algo
espiritual o moral que nos quita la alegría y nos hace sentir mal.
En el libro de Job se nos presenta un personaje que quizás nunca existió, mas
representa a uno de nosotros, un hombre creyente, que tuvo que pasar pruebas
muy amargas, pero que supo aceptar de Dios tanto lo bueno como lo malo.
No es que Dios sea la causa de nuestro sufrimiento, pero sí lo es nuestra propia
condición humana. Hemos sido creados para algo muy superior. Nuestra meta es la
más alta, pero primero tenemos que escalar como si subiéramos a una elevada
montaña.
Dios nos creó con un destino eterno. Esto significa que la última estación de
nuestro viaje terreno apunta al cielo. Allí está nuestra verdadera morada, nuestra
Patria, la Jerusalén Celeste, donde habita Dios.
Y como Padre amoroso el Altísimo nos educa para que podamos apreciar lo que El
nos tiene reservado.
No hace como esos padres humanos que les quieren dar siempre lo mejor a sus
hijos, sin exigirles responsabilidades ni tener que pasar por prueba alguna. A la
larga, esos hijos nunca sabrán apreciar lo que los progenitores han hecho por ellos,
y se comportarán en la vida como niños malcriados que creen merecérselo todo.
No así Dios. El quiere que cooperemos también con la obra de nuestra salvación,
poniendo nuestro empeño en demostrarle que queremos lo que nos ofrece, que lo
apreciamos y estamos dispuestos a cualquier sacrificio por conseguirlo.
Por supuesto que tenemos que reconocer nuestras propias fuerzas. No estamos tan
dotados como que podamos llegar a la victoria sin ayuda alguna. Pero El está
dispuesto a dárnosla en la medida en que ponemos nuestro esfuerzo por alcanzarla.
Como nos dice el libro de Job, en la primera lectura, la vida en la tierra es como
una milicia. Si, somos militantes que luchamos en una lucha desigual contra las
fuerzas del mal. De ahí que tengamos que usar de las armas apropiadas para
derrotarlas.
En esta guerra no valen fusiles ni cañones. Con esas armas no se derrota al más
formidable enemigo de los seres humanos: nosotros mismos.
Dios ha permitido que Satanás nos tiente y nos trate de apartar del camino de la
virtud y del bien.
Pero somos nosotros los que decidimos si lo seguimos o no.
Adán y Eva, en la narración bíblica que todos conocemos, fueron tentados y
derrotados porque pusieron su confianza en el enemigo que les prometía tener el
poder de Dios (Génesis, cap.3).
Esa es la misma tentación que todos padecemos día a día: olvidarnos de Dios para
ser nuestros propios dioses que no tenemos que dar cuentas a nadie.
¡Craso error!
El propio Jesús nos dio ejemplo de cómo combatir a Satanás. Sólo con las armas
espirituales, que siempre tendremos a nuestro alcance, podremos vencer como lo
hizo nuestro Divino Maestro cuando se enfrentó en la montaña con el mismo Diablo
(Mateo 4,3-11)
San Pablo nos dice: "¡En pie!, pues; ceñida la cintura con la Verdad y revestidos de
la Justicia como coraza, calzados los pies con el celo por el Evangelio de la paz,
embrazando siempre el escudo de la Fe, para que puedan ustedes apagar con él
todos los encendidos dardos del Maligno. Tomen, también, el yelmo de la salvación
y la la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica,
orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e
intercediendo por todos los santos" (Efesios 6,14-18).
Hoy, en el evangelio, vemos a Jesús curar a los enfermos, consolar a los tristes,
sanar a los poseídos por espíritus malignos. Si bien su poder era divino, como
hombre no se olvidaba de poner los medios para vencer al Malo. De ahí que se
retirara a orar, pues es en la comunicación con Dios que podemos recibir las
fuerzas necesarias para vencer.
El Maligno nada puede contra nosotros si estamos con el Señor. En varios pasajes
del Evangelio nos dice: "No teman" o "no tengan miedo". Y es que si estamos con
El nada nos puede pasar.
No olvidemos que El es el Buen Pastor. En el salmo 23,4 encontramos estas
palabras tan consoladoras: “Aunque pase por valle tenebroso, ningún mal temeré,
porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado, ellos me sosiegan”.
Quien camina con Cristo tiene asegurada la victoria.
Padre Arnaldo Bazan