Comentario al evangelio del jueves, 12 de febrero de 2015
Y vamos otra vez a la primera lectura porque nos puede llevar a un asunto muy práctico y,
desgraciadamente, muy de actualidad en muchos lugares. Recuerda la primera lectura la creación de la
mujer. Es un relato donde lo importante no son los detalles sino el núcleo del relato. Lo dice el hombre
cuando, al ver a la mujer, exclama: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!”
Hombre y mujer, mujer y hombre. Tan diferentes y tan iguales. Los dos salidos de la voluntad de
Dios. Los dos parte, por voluntad de Dios, de su familia. La mujer no aparece en ningún momento
como esclava ni como servidora. No es una criatura de segunda clase de la que el hombre se pueda
servir para satisfacer sus instintos. No es una máquina reproductora. No es la encargada de lavar la
ropa al marido. Ni la de preparar la comida. Tiene la misma inteligencia, o más, que el hombre.
Los dos, hombre y mujer, llamados juntos a trabajar por el reino. Los dos, hombre y mujer,
llamados a compartir la mesa del banquete de Dios padre. Por eso, hay que reclamar aquí y en todas
partes el respeto para la mujer. No hay nada en la biblia que justifique una posición de superioridad del
hombre sobre la mujer. ¿Es que no recordamos que ellas fueron las que primero experimentaron la
presencia de Jesús resucitado y que fueron ellas las que dieron testimonio a los discípulos de la
resurrección?
No hay derecho a que en tantas partes haya mujeres sufriendo violencia por parte de los hombres.
Lo que es peor, muchas veces esa violencia acontece en el seno del hogar, en el santuario del
matrimonio, donde el amor tenía que ser el único nexo de unión. ¿Cómo es posible que el hombre
atente contra la que es “hueso de sus huesos y carne de su carne”? Desde pequeños, en el seno de la
familia, todos deberíamos aprender que ni servir la mesa ni limpiar la casa ni lavar y planchar la ropa
es trabajo exclusivo de la mujer, sea esposa, madre o hija. Desde pequeños deberíamos aprender que el
hombre no es amo ni señor de su mujer. Desde pequeños deberíamos aprender a compartir las tareas y
los trabajos de la vida. Y eso porque creemos en Jesús. Porque vivir así la relación entre hombres y
mujeres, una relación basada en el respeto y el amor, es también una forma, y de las más importantes,
de construir el reino de Dios y hacerlo presente aquí en la tierra.
Fernando Torres Pérez cmf