Encuentros con la Palabra
Domingo I de Cuaresma – Ciclo B (Marcos 1, 12-15)
“Después de esto, el Espíritu llevó a Jesús al desierto”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
San Ignacio de Loyola describió la experiencia más profunda de Dios que tuvo en su vida
con estas palabras: "Una vez iba por su devoción a una iglesia, que estaba poco más de una
milla de Manresa, que creo yo que se llama san Pablo, y el camino va junto al río; y yendo
así en sus devociones, se sentó un poco con la cara hacia el río, el cual iba hondo. Y
estando allí sentado se le empezaron abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna
visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales, como de
cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración tan grande, que le parecían todas las
cosas nuevas. Y no se puede declarar los particulares que entendió entonces, aunque
fueron muchos, sino que recibió una grande claridad en el entendimiento; de manera que en
todo el discurso de su vida, hasta pasados sesenta y dos años, reuniendo todas cuantas
ayudas haya tenido de Dios, y todas cuantas cosas ha sabido, aunque las junte todas en
una, no le parece haber alcanzado tanto, como de aquella vez sola" ( Autobiografía 30).
El antiguo soldado desgarrado y vano , que había buscado en los honores del mundo el
sentido de su vida, y que poco a poco había ido rompiendo con los moldes de una cultura
que determinaba su destino, se encontró en la soledad de su camino, con una experiencia
de Dios imposible de abarcar. Junto al río Cardoner que iba hondo , este incurable
caminante se sentó un poco con la cara hacia el río . No es que haya visto nada especial, ni
que se le haya aparecido la Virgen, como a algunos arrieros de nuestras tierras, sino que
todas las cosas le parecieron nuevas. Ni siquiera él mismo es capaz de entrar en detalles,
pero ciertamente este momento cambió radicalmente su rumbo. Al final de sus días, después
de sesenta y dos años, podía asegurar que aún juntando todas las experiencias e
iluminaciones de su vida, nunca había recibido tanto como aquella sola vez.
Todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, después de haber buscado en vano por
rincones y recodos el sentido de nuestras existencias, nos hemos sentado un poco con la
cara vuelta hacia el río de la historia. Hemos dejado de buscar nuestro propio camino, para
dejar que aquel que es el Camino, nos buscara. Hemos dejado de preguntar por nuestras
inquietudes, para dejar que aquel que es la Verdad, nos inquietara con sus preguntas.
Hemos dejado de vivir para nosotros mismos, para dejar que aquel que es la Vida,
comenzara a comunicarnos una vida abundante que teníamos que regalar a los demás.
Esto es, precisamente, lo que vivió Jesús cuando se fue al desierto; detuvo un momento
su camino y se dejó tocar por las preguntas que le lanzaba Dios a través de la vida de su
pueblo. Fue en este contexto de silencio y soledad, donde fue descubriendo lo que su
Padre le pedía. Fue allí donde sintió las pruebas y las tentaciones de volverse atrás. Fue
allí donde encontró las fuerzas para salir a predicar por toda Galilea: “Ha llegado el
tiempo, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas
noticias”. ¿Estás dispuesto o dispuesta a sentarte un poco junto al camino de tu vida para
dejar que las preguntas de Dios te asalten y te exijan respuestas? ¿De verdad quieres
entrar un momento en la soledad y el desierto para encontrarte con Dios y con tus propias
fragilidades? Eso es la Cuaresma.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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