MIÉRCOLES DE CENIZA
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
18 de febrero de 2015
Jl 2, 1218; Sal 50; 2Cor 5, 20-6, 2; Mt 6, 1-6.16-18
Convertíos… con llanto, con luto , decía el profeta Joel en la primera lectura. Cuando
ayunéis, no andéis cabizbajos , decía Jesús en el evangelio indicando que, cuando
hacemos penitencia, debemos tener el rostro alegre. Parece, hermanos y hermanas,
como si la Iglesia nos diera un mensaje contradictorio en este Miércoles de Ceniza al
proclamarnos estas dos lecturas. Una solución fácil sería quedarnos sólo con el
evangelio y dejar como ya superada la llamada del profeta Joel a sentir dolor ante la
conversión. Pero hay otra forma de ver esto que da validez a las dos frases. Podemos
encontrar la clave en el salmo responsorial, que es el salmo 50, el salmo penitencial
por excelencia. El salmista, compungido, pide perdón de sus pecados, llora
interiormente su infidelidad a Dios. E invoca la alegría de la salvación divina.
El llanto y el gozo son paradójicamente inseparables en la experiencia cristiana de la
conversión. Y la cuaresma nos invita a vivir ambos. El llanto interior, del corazón,
expresa la sinceridad del arrepentimiento por el daño que hemos obrado y el deseo de
conversión. Y este arrepentimiento lleva al gozo de constatar el amor de Dios que
perdona. La espiritualidad cristiana, a este llanto que lleva al gozo, lo llama
compunción. Y es una actitud fundamental en la cuaresma.
Hoy empezamos la preparación espiritual para celebrar la santa Pascua de una
manera provechosa y renovadora; que haga viva en nosotros la realidad bautismal que
renovaremos en la vigilia de la noche santa. Durante este tiempo, la Iglesia nos pondrá
delante la Palabra de Dios que, en su amor por nosotros, nos muestra cuál es el
camino que lleva a la vida y cuál es en camino -el estilo de vivir- que no lleva a la
felicidad interior y aleja de Dios. Estos días, también, particularmente durante la
Semana Santa, contemplaremos la gran prueba de amor que el Padre nos da en la
persona de su Hijo Jesucristo, entregado por nosotros a la pasión y a la cruz. El
contraste entre lo que pide la Palabra de Dios y lo que hacemos cada día unido al
contraste entre el amor que Dios nos tiene y la manera cómo correspondemos en el
día a día, deberían hacer brotar en nosotros la compunción, la pena, la enmienda, la
admiración gozosa por la fidelidad de Dios para con nosotros a pesar de nuestro
pecado.
La compunción no es un complejo de culpabilidad, ni una angustia ante el propio
pecado. Es tener conciencia de que somos pecadores, pero también que, si nos
arrepentimos, somos perdonados generosamente. Es tener conciencia de que a pesar
de nuestro pecado, Dios nos ama entrañablemente y nos ofrece la posibilidad de
volver a empezar cada día. Ante esta realidad deben brotar el dolor, el llanto del
corazón, pero también la alegría por el perdón y por el amor del que somos objeto. El
amor de Dios que se pone sobre nuestra realidad pecadora para liberarnos de él, hace
nacer la compunción. Proviene de maravillarnos ante el hecho de ser pecadores
perdonados, ante la ternura con que Dios nos ama a pesar de la propia inconsistencia.
Este es el proceso que la Iglesia nos propone seguir en la cuaresma. Por ello,
constatando nuestra fragilidad espiritual y nuestros faltas, debemos dejar entrar muy
adentro de nuestro corazón la Palabra de Dios que nos llama a convertirnos y a no
malversar la gracia que nos es dada, como decía san Pablo en la segunda lectura;
debemos dejar entrar muy adentro de nuestro corazón la Palabra de Dios que nos dice
cómo somos amados por él a pesar de nuestra realidad pecadora y nos invita a vivir
de acuerdo con nuestra condición de hijos de Dios incorporados por el bautismo en
Jesucristo.
Para avanzar en la compunción durante la cuaresma, la Iglesia nos propone tres
prácticas, de las que hablaba el evangelio que hemos escuchado: la oración como
acogida de la Palabra de Dios y como respuesta personal a lo que Dios nos dice, el
ayuno como expresión de la sobriedad de vida y del saber renunciar a algo de la
comida y la bebida para que el cuerpo participe de la vivencia espiritual y, finalmente,
la limosna como manifestación concreta y tangible del amor a los demás y, de una
manera particular como una manifestación de la solidaridad con los necesitados.
Porque la compunción no es auténtica si no nos abre a los hermanos con espíritu de
reconciliación, de ayuda, de servicio; no es auténtica si no nos mueve el amor solícito
del bien del otro.
Ahora nos acercaremos a recibir la ceniza. Es la expresión de nuestra conciencia de
ser pecadores, de nuestro llanto interior por no haber correspondido al amor tan
generoso de Dios; es expresión de nuestra voluntad de convertirnos. Es, por tanto, un
gesto de compunción, de confiar en el perdón que Dios nos quiere dar
abundantemente; es también, pues, un camino de alegría que tenemos que ir
recorriendo hasta la solemnidad de la Santa Resurrección del Señor.
Hagámonos dóciles al Espíritu Santo para que rompa el corazón de piedra que no nos
deja sentir el dolor de la infidelidad y nos haga comprender la ternura de Dios hacia
nosotros.