DOMINGO I DE CUARESMA (B)
Homilía del P. Ignasi M. Fossas, prior de Montserrat
Gn 9, 8-15; Ps 24; 1Pe 3, 18-22; Mc 1, 12-15
22 de febrero de 2015
(Esta homilía ha sido elaborada a base de comentarios del papa Benedicto XVI,
preparados para la alocución del Angelus del I Domingo de Cuaresma de 2008, 2009 i
2011)
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy es el primer domingo de Cuaresma, el tiempo litúrgico de cuarenta días que
constituye en la Iglesia un camino espiritual de preparación para la Pascua. Se trata,
en definitiva, de seguir a Jesús, que se dirige decididamente hacia la cruz, culmen de
su misión de salvación. Si nos preguntamos: ¿por qué la Cuaresma? ¿Por qué la
cruz? La respuesta, en términos radicales, es esta: porque existe el mal, más aún, el
pecado, que según las Escrituras es la causa profunda de todo mal. Entrar en la
Cuaresma significa iniciar un tiempo de particular empeño en el combate espiritual que
nos opone al mal presente en el mundo, en cada uno de nosotros y en torno a
nosotros. Quiere decir mirar el mal cara a cara y disponerse a luchar contra sus
efectos, sobre todo contra sus causas, hasta la causa última, que es Satanás. Significa
no descargar el problema del mal en los demás, en la sociedad o en Dios, sino
reconocer las propias responsabilidades y afrontarlo conscientemente. Entrar en la
Cuaresma significa renovar la decisión personal y comunitaria de afrontar el mal junto
con Cristo. En efecto, el camino de la cruz es el único que conduce a la victoria del
amor sobre el odio, del compartir con los demás sobre el egoísmo, de la paz sobre la
violencia.
El Evangelio de hoy, con el estilo sobrio y conciso de san Marcos, nos introduce en el
clima de este tiempo litúrgico: "El Espíritu impulsó a Jesús al desierto y permaneció en
el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás" ( Mc 1, 12-13). En Tierra Santa,
al oeste del río Jordán y del oasis de Jericó, se encuentra el desierto de Judea, que,
por valles pedregosos, superando un desnivel de cerca de mil metros, sube hasta
Jerusalén. Después de recibir el bautismo de Juan, Jesús se adentró en aquella
soledad conducido por el mismo Espíritu Santo que se había posado sobre él
consagrándolo y revelándolo como Hijo de Dios.
En el desierto, lugar de la prueba y de la alianza, como muestra la experiencia del
pueblo de Israel, aparece con intenso dramatismo la realidad de la kénosis , del
vaciamiento de Cristo, que se despojó de la forma de Dios (cf. Flp 2, 6-
7). Él, que no ha pecado y no puede pecar, se somete a la prueba y por eso puede
compadecerse de nuestras flaquezas (cf. Hb 4, 15). Se deja tentar por Satanás, el
adversario, que desde el principio se opuso al designio salvífico de Dios en favor de
los hombres.
Casi de pasada, en la brevedad del relato, ante esta figura oscura y tenebrosa que
tiene la osadía de tentar al Señor, aparecen los ángeles, figuras luminosas y
misteriosas. Los ángeles, dice el evangelio, "servían" a Jesús ( Mc 1, 13); son el
contrapunto de Satanás. "Ángel" quiere decir "enviado". En todo el Antiguo
Testamento encontramos estas figuras que, en nombre de Dios, ayudan y guían a los
hombres. Basta recordar el libro de Tobías , en el que aparece la figura del ángel
Rafael, que ayuda al protagonista en numerosas vicisitudes. La presencia
tranquilizadora del ángel del Señor acompaña al pueblo de Israel en todas las
circunstancias, tanto en las buenas como en las malas.
En el umbral del Nuevo Testamento, Gabriel es enviado a anunciar a Zacarías y a
María los acontecimientos felices que constituyen el inicio de nuestra salvación; y un
ángel, cuyo nombre no se dice, advierte a José, orientándolo en aquel momento de
incertidumbre. Un coro de ángeles lleva a los pastores la buena nueva del nacimiento
del Salvador; un ángel conforta a Jesús en Getsemaní y, del mismo modo, son
también los ángeles quienes anuncian a las mujeres la feliz noticia de su resurrección.
Al final de los tiempos, los ángeles acompañarán a Jesús en su venida en la gloria (cf.
Mt 25, 31). Los ángeles sirven a Jesús, que es ciertamente superior a ellos, y su
dignidad se proclama aquí, en el evangelio, de modo claro aunque discreto. En efecto,
incluso en la situación de extrema pobreza y humildad, cuando es tentado por
Satanás, sigue siendo el Hijo de Dios, el Mesías, el Señor.
Entremos, hermanos y hermanas, con gozo del espíritu en este tiempo de
entrenamiento y de preparación para la Pascua, confiando en la ayuda de los ángeles,
y pidamos a Dios que “al celebrar un año más la santa Cuaresma, nos conceda
avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud”. Amén.