II Domingo de Cuaresma, Ciclo B
NO TODO ES BONITO
Padre Javier Leoz
Hemos comenzado con el rito de la ceniza nuestro camino hacia la Pascua y, al
hacerlo, como Santiago, Pedro y Juan, necesitamos apartamos por lo menos del
ruido, superficialidad y “más de lo mismo” para prepararnos a la muerte y
resurrección de Cristo. Sólo así, si lo hacemos así (eucaristía, oración, vigilia,
caridad, contemplación) llegaremos a la Semana Santa con una actitud distinta: no
es vacación sino devoción.
1.- Mirar a nuestro alrededor es caer en la cuenta de muchos rostros desfigurados o
deprimidos porque tal vez, hace tiempo, dejaron de sentir y de escuchar aquello de
“tú eres mi hijo amado”.
De nuevo, en este segundo domingo de cuaresma, Jesús nos invita a reemprender
el camino junto con El. No será una senda fácil ni de respuestas a la carta. Pero,
como siempre, nos lanzará a la cruda realidad, ayudados de su mano y
sobrecogidos si, de verdad, hemos intentado tener una experiencia profunda de Él y
con El.
A nadie nos gusta la cruz pesada; a ninguno nos seduce el final de un camino
dibujado con el horizonte de las espinas o del dolor. Preferimos, y hasta echamos
en falta, una vida más merengada y con éxitos, sin llantos ni pruebas, sin lamentos
ni zancadillas, tranquila y sin sobresaltos. Todos sabemos…que no siempre es así.
El anuncio de su pasión y muerte, por parte de Jesús, nos trae a la memoria la
inquebrantable fe de los recientemente asesinados 20 cristianos coptos o el
testimonio de tres ancianas cristianas de Irak: “¿Por qué nos matáis si sólo damos
amor?”. Y, aquí, se ponen las cartas sobre la mesa: nosotros acostumbrados a una
fe costumbrista y, aquellos, a una fe radical llevada hasta el martirio. ¡Casi nada!
2.- El domingo pasado, Jesús en el desierto, nos recordaba que –la tentación-
avanzará en paralelo con nosotros, pero que nunca nos faltará la fuerza de Dios
para darle batalla y progresar hacia la victoria. Hoy, con su Transfiguración, da un
paso más: nos toma de su mano y nos lleva a un lugar tranquilo (por ejemplo la
Eucaristía o la misma Palabra de Dios) para que nos vayamos configurando con El,
meditemos sus enseñanzas o reconstruyamos de nuevo ese edificio espiritual y
hasta corporal que las prisas, el agobio, el egoísmo, el individualismo y la
superficialidad han demolido.
También nosotros somos testigos de la Resurrección de Cristo. No estamos en el
monte Tabor como meros espectadores o marionetas. Nuestra presencia, aquí y
ahora, en la oración o en los sacramentos, nos debe de empujar a ser algo más que
simple adorno, en la misión o en el apostolado que llevamos entre manos. ¡Qué
más quisiéramos, como Pedro, construir tiendas lejos del ruido y de los dramas de
la humanidad! Pero, el Señor, si nos lleva a un lugar apartado, es para que
comprendamos y entendamos que vivir en su presencia en esta vida, es un
adelanto de lo que nos espera el día de mañana: la Gloria de Dios y el compromiso
activo en el día a día.
3.- Hoy, con el evangelio en la mano, podríamos preguntarnos si en algún
momento (ante los amigos, enemigos, cercanos o lejanos) hemos dado firme
testimonio de nuestra fe. O si, tal vez, por miedo al rechazo hemos preferido
esconder la fe en el bolsillo como se hace con una tarjeta de crédito.
La fe no es algo bonito (aunque tenga sus expresiones estéticas, artísticas y
musicales). La fe es algo que, cuando uno lo lleva hasta sus últimas consecuencias
no deja indiferente a nadie: ni al que la profesa ni al que la observa
4.- SUBIR Y BAJAR
Quiero subir y bajar, Señor, contigo
y contemplar, cara a cara,
el Misterio de Dios que –estando escondido-
habla, se manifiesta y te señala como Señor.
Quiero subir y bajar:
Ascender para contemplar tu gloria
bajar para dar testimonio de ella
en la vida de cada día
en los hombres que nunca se encaminaron
a la cima de la fe, al monte de la esperanza,
a la montaña donde, Dios, siempre habla
nunca defrauda y siempre dice… que nos ama.
Quiero subir y bajar, Señor;
que no me quede en el sentimentalismo vacío
que no quede crucificado por una fe cómoda
que no huya de la cruz de cada día.
Que entienda, Señor, que para bajar
es necesario, como Tú, subir primero:
a la presencia de Dios, para vivirlo
ante la voz de Dios, para escucharlo
ante la fuerza de lo alto,
para que la vida brille luego
con el fulgor y el resplandor de la fe.
Quiero subir, Señor, al monte Tabor
y contemplar cara a cara,
ese prodigio de tu brillante divinidad
sin olvidar que, como nosotros,
también eres humano.
Muéstranos, Señor, tu rostro
y, que para bajar al llano de cada día,
no olvidemos nunca de buscar y anhelar
los signos de tu presencia.
Amén.