III SEMANA DE CUARESMA, CICLO B
EL ATRIO DE NUESTRA FE
Padre Javier Leoz
La cuaresma, como camino que conduce hacia la Pascua, pretende con
medios tan esenciales como sencillos (oración, austeridad o caridad)
revestirnos de un espíritu que nos lleve a celebrar intensamente y en
verdad la Semana Santa. Sin complejos y sin añadidos. No es la fe la que, a
lo largo de la historia, ha disfrazado con elementos secundarios nuestra
vivencia de Dios. Es el hombre, somos nosotros –unas veces con acierto y
otras con no tanto- los que hemos rodeado nuestra confianza en Dios con
aspectos que, tal vez, necesitan alguna revisión y que a menudo generan
críticas: lo comercial no es bueno en las cosas de Dios.
1.- Que Dios no necesita ningún espacio sagrado es verdad. Cuántos templos llenos
y, en contraposición, cuántos corazones no tocados por la gracia. Embelesados por
la belleza, por las formas pero no despuntando hacia la conversión. El templo,
desde el Bautismo, somos cada uno de nosotros. Y, ese templo, es el que hemos de
cuidar con la limpieza de una buena confesión, con la pintura de una buena obra de
caridad y con el mantenimiento personal a través de la oración, la eucaristía o la
contemplación.
Con nuestras personas, con nuestros templos de carne y hueso, puede ocurrir lo
mismo que aconteció en el suceso evangélico que se nos narra en este día: ¿Cómo
nos encuentra Jesús? ¿De qué nos ve rodeados? ¿De dinero? ¿De intercambios muy
interesados? ¿Con un te doy para que me des? ¿De negocios grandes o pequeños?
La respuesta, como siempre, nos la da la fe: apostar por Jesús significa colocarle en
el centro y, fuera de Él, no permitir que nada distorsione nuestra fidelidad cristiana.
2.- Acostumbrados a una fe, excesivamente light, hemos de reconocer que no nos
cuesta esfuerzo alguno combinar las cosas de Dios con las ofertas del mundo.
Rebajar la exigencia de nuestra vida cristiana es fácil pero, también es verdad, que
ello nos embarca en una mediocridad peligrosa: ¿Qué es de Dios y qué es el del
mundo?
Los mandamientos, que siguen siendo diez, dan sentido a nuestro camino cristiano.
El amor al prójimo, que es consecuencia lógica de nuestra unión con Dios, es
imperativo en el día a día. La oración personal (y no sólo comunitaria) es síntoma
de una fe saludable que, además, la fortalece cuando –esa oración- (como decía
Teresa de Jesús) nos lleva a caer en la cuenta de que es estar con Aquel que
decimos amar.
3.- Depurar nuestra praxis cristiana es muy difícil en estos tiempos que nos toca
vivir. Entre otras cosas porque la Iglesia, cada vez que nos recuerda aquello que
estorba en los atrios de nuestro pensamiento, de nuestro corazón, de nuestro
hablar o de nuestro comportamiento, es respondida con críticas sobre su intrusismo
o su poder mediático. ¿Es así? ¡No! Simplemente nos recuerda lo qué es una vida
cristiana diferenciándola de la pagana.
En este tercer domingo de la cuaresma seamos conscientes de un gran peligro que
nos acecha: no somos ya nosotros los mercaderes en nuestro propio templo. Es ya,
la sociedad que nos rodea, la que intenta invadir y torpedear los atrios de cada
persona, de cada familia y de la moral colectiva con sus propias pretensiones
resumidas en una frase: ¡Todo vale! Y, eso, no es bueno.
Quien tenga oídos…que oiga.
4.- QUIERO SER TU TEMPLO, SEÑOR
Para que, en el sagrario de mi corazón,
habites y hables dándome el calor de tu Palabra.
Quiero, Señor, que vuelques la mesa de mi orgullo
y sea dócil al soplo de tu Espíritu.
Sí, Señor;
quiero ser un templo de tu presencia
para que levantes en mí la verdad y la justicia
la paz y la alegría, el amor y la misericordia.
Un edificio en el que sólo tengas cabida Tú
y, donde las piedras,
tengan el sello del perdón y la esperanza.
Un rincón en el que puedas reinar
y sentirte a gusto, un templo de tu propiedad.
Sí, Señor;
quiero ser un templo
del cual te puedas sentir orgulloso,
en el que no exista suciedad ni comercio alguno
en el que, Dios, quiera siempre vivir y nunca marcharse.
Quiero ser tu templo, Señor
Edificado sobre tus diez mandamientos
Señalado con la cruz redentora
Fortalecido con la sabiduría divina
Rejuvenecido por tu Gracia.
Sí, Señor;
si Tú quieres
deseo y te pido me hagas templo vivo
para que, un día y contigo,
aun siendo destruido por la muerte
pueda resucitar de nuevo.
Amén