TERCER DOMINGO DE CUARESMA, CICLO B
(Éxodo 17:3-7I Corintios 1:22-25; Juan 2:13-25)
En algunos lugares todavía se mantiene la práctica de una limpieza general de
primavera. Después de pasar mucho tiempo dentro de la casa por el frío la gente
siente la necesidad de lavar las paredes y pulir los pisos. Es oportunidad también
de sacar toda la chatarra que ha acumulado y no sirve para nada más que ocupar
campo. En el evangelio hoy encontramos a Jesús haciendo una limpieza general de
primavera en el templo de Jerusalén.
Jesús acaba de llegar a Jerusalén por la primera vez en el evangelio según San
Juan. Cuando ve los bueyes y corderos en el área sacra, hace un látigo de cordeles
para echarlos fuera. No aguanta tampoco los vendedores y cambistas comerciando
en el lugar dedicado a la oración. Ciertamente su conducta llama la atención de las
autoridades judías. Le piden una señal de Dios para justificar tales acciones
radicales. Responde Jesús con palabras de doble sentido como es su costumbre en
este evangelio. “Destruyan este templo,” les dice a los judíos, “y en tres días lo
reconstruiré”. Ellos le entienden como amenazando hacer un acto que equivale la
destrucción de los Torres Gemelos en Nueva York. Pero él refiere a su propio
cuerpo que una vez crucificado resucitará de la muerte.
A veces nosotros como los judíos buscamos señales para seguir creyendo en Jesús.
“¿Cómo sabemos que hay vida después de la muerte?” nos preguntamos.
“Enséname donde se dice en la Biblia que tenemos que confesar nuestros pecados”
nos decimos en el interior. Estas inquietudes son partes de la chatarra que
tenemos que sacar de nuestro corazón durante la limpieza general que forma un
propósito de la Cuaresma. Dice san Pablo en la segunda lectura que los judíos
piden señales pero los cristianos predican a Cristo crucificado. Seguiremos
creyendo porque Jesucristo, el único justo, murió por nuestros pecados, y Dios
Padre lo resucitó del sepulcro. Además ha habido miles y miles, no millones y
millones de personas desde entonces que han transformado sus vidas del abismo
de vicios a la altura de la rectitud pidiendo su favor.
En nuestra limpieza general de primavera queremos mantener en nuestro ser los
Diez Mandamientos que escuchamos en la primera lectura. Parece a algunos como
una lista de modas más propias para los niños que para los adultos. Sin embargo,
los Diez Mandamientos constituyen la base de la moral cristiana. Hay que notar los
diferentes niveles que aplican a personas de diferentes edades. El Cuarto
Mandamiento, por ejemplo, no tiene que ver simplemente con obedeciendo a
nuestros padres en la niñez sino cuidándolos en la vejez y también acatando a las
leyes del gobierno y sirviendo la comunidad de parte de todos.
No hacemos la limpieza general de la Cuaresma simplemente para mantener una
vida sana. No nuestro motivo es mucho más significativo. Queremos vidas limpias
para recibir al Señor resucitado en la Pascua. Él es el cumplimiento de nuestros
deseos más profundos porque nos llena con el amor. Por él podemos servir a los
demás de modo que merezcamos también nosotros la resurrección. Por Jesús
podemos andar con cabezas inclinadas al cielo, libres de la culpa, en la paz con
todos.
Padre Carmelo Mele, O.P.