IV DOMINGO DE CUARESMA, CICLO B
EL PRECIO DEL AMOR DE DIOS
Padre Javier Leoz
Nos acercamos a los umbrales de la Pascua. Es memorial de lo que Dios hizo por la
humanidad. En algunos habrá perdido vigencia (oportunidad para vacaciones), en
algunos más consistencia (ya no saben ni por qué se celebra) y en otros
profundidad (se queda en una escenografía de religiosidad popular).
Pero, la Cuaresma, un domingo más, nos incita a ser conscientes del amor que Dios
nos tiene. Vino en Belén para alegrarnos la vida y subirá al calvario para darnos
otra, sin fecha de caducidad. ¿Se puede esperar más del amor de Dios?
En nuestras comunidades (parroquias incluidas) tendría que surgir un grito
espontáneo que sacudiera las conciencias adormecidas (de los que son cristianos
pero viven al margen de su fe) y también las de aquellas otras que, poco o nada,
han oído hablar de un tal Jesús de Nazaret: ¡Esto lo hizo Dios por ti y por mí!
1.- Porque, Jesús de Nazaret, no es alguien que se encaramó a un madero
permaneciendo definitivamente colgado. No es una reliquia que muchos llevan
suspendida en el pecho (en forma de cruz) o en cualquier otra parte de su cuerpo.
Jesús de Nazaret es la señal visible, el amor de Dios en forma de carne. Es el amor
de Dios para que el hombre encuentre un horizonte de alegría, de paz y seguridad
en su vida.
Quien mira, frente a frente a Jesús, se topa con el amor de Dios. Uno siente el
vértigo de la eternidad, pero vértigo en positivo, cuando piensa, medita y se
asombra ante una persona que es estandarte y altavoz de la bondad de Dios.
2.- ¿Qué dificultades existen para creer y aceptar todo esto? Que la realidad
sensual del mundo es incapaz de considerar, gustar y definirse por una amistad tan
limpia y tan original como la del Señor: se nos excita en conquistas de amores a
coste barato. Se confunde amor con placer. Gratuidad con interés. Y así nos va. La
felicidad del hombre hace tiempo que está pendiente de un peligroso hilo: el
sálvese quien pueda.
Es historia que se repite y, por lo tanto, Dios en la próxima Pascua pretende
salvarnos a todos. Y lo hace en la dirección contraria a las soluciones falseadas o
maquilladas que nos ofrecen los ilusorios salvadores de nuestra patria: el amor es
la fuente de la felicidad y no el indagar caminos cortos que, entre otras cosas,
producen ansiedad y no serenidad.
3.- Por nuestra salvación, Dios, es capaz de cualquier cosa. Nosotros, en ese
sentido, solemos valorar riesgos antes de ofrecer nuestra opinión, aportación,
colaboración o silencio ante una situación injusta que origina preocupación. Dios,
por el contrario, va a por todas. Lo hizo en la Anunciación fiándose una humilde
nazarena, sorprendió al mundo en la pobreza de un pesebre y sobresaltará a los
creyentes –y no creyentes también- cuando se dilapide lo más querido, Jesús, en el
árbol de la cruz.
Esa es la matemática de Dios: por el hombre todo. Incluso a costa de restar amor
de su propio amor clavado en la cruz. Porque, al fin y al cabo, esa resta es suma de
redención y de salvación.
Dicen que para saber lo que vale el amor de una persona, hay que saber cuánto ha
sufrido por mantenerlo vivo.
Contemplemos el alma de Dios y, conociendo el sufrimiento de Cristo, nos daremos
cuenta que el amor al hombre es –entre otras cosas- locura, pasión y obcecación
por el ser humano.
Cuaresma. Es el amor de Dios que se multiplica, que se desborda y se hace
realmente escalofriante en ese Jesús que hace de la cruz un auténtico surtidor de
amor.
Cuaresma. Es la preparación para la reconciliación, personal y comunitaria con
Dios, para que cuando nos ofrezca su amor, nos localice sensibles, permeables y
receptivos a semejante ráfaga de su amor sin farsa, universal, divino y con un fin:
llamados a la resurrección por Cristo.
4.- ¿Para qué tanto, Señor?
¿Por qué tanto empeño en salvarme, cuando a veces pienso que no estoy perdido?
¿Para qué tanta sangre, si –tal vez- no le doy valor?
¿Por qué una cruz, si seguimos sin mirar al cielo?
¿Por qué un corazón tan blando, cuando el nuestro es tan severo?
¿Para qué un estandarte de amor en Jesús, si nos vamos por lo placentero?
¿Por qué tanta generosidad, si encuentras cerrazón?
¿Para qué tu pan, si no lo saboreamos con fe?
¿Por qué tu vino, si frecuentemente no le damos valía?
¿Para que una pasión, si vivimos sin compasión?
¿Por qué un calvario, cuando preferimos la vida fácil?
¿Para qué subir a Jerusalén, si preferimos los felices valles?
¿Por qué Cristo en la cruz, si es mejor vida de luces y no de cruces?
¿Para qué alzar la mirada, cuando nos seduce la simple bondad de la tierra?
¿Por qué, Tu, oh Dios, te desprendes de lo que más quieres, si somos insensibles?
Muchas preguntas, Señor, para una única respuesta: POR EL GIGANTESCO Y
DESCOMUNAL AMOR CON EL QUE TU NOS AMAS, SEÑOR.
¿Hay mayor felicidad que esa?