Solemnidad. San Jose, Esposo de la Virgen María (19 de marzo)
ESLABÓN DE UNA CADENA
Padre Javier Leoz
1.- En San José, Dios, confió los primeros misterios de la Salvación. Su figura aun
teniendo su protagonismo en los aledaños de la Navidad es en la cuaresma cuando,
su persona, nos prepara para celebrar la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
Es también compás que precede a la melodía de la Encarnación de Cristo en María.
Es, además, un momento privilegiado para felicitar a los padres que, día a día, se
vuelcan en sus hijos y –además- como San José intentan educar, dirigir y orientar
la vida de los suyos.
Es, por otra parte, una jornada necesaria para rezar por las vocaciones
sacerdotales. Para preguntarnos sobre la salud espiritual de nuestras diócesis que,
en el Seminario, se puede ver perfectamente reflejada. Algo no funciona bien “en
las carpinterías de nuestras parroquias” cuando, en ellas, nos cuesta animar a
nuestros jóvenes a encauzar su futuro desde la opción sacerdotal.
2.- .San José, y remitiéndonos a la Sagrada Escritura, pertenece a esa inmensa
cadena que desemboca en Jesús. Es, entre otras cosas, el héroe del silencio: no
habla pero dice. Es, además, el soñador de lo divino: duda pero, en sueños, sus
dudas se desvanecen. Es, por otra parte, el que sin ruido pero sin pausa se
convierte en el principal confidente, acompañante, educador y fiel hasta los últimos
días en el crecimiento de Jesús.
No hablan demasiado los evangelios de su persona pero, la Iglesia y hasta grandes
santos como Teresa de Jesús o el mismo Papa Francisco, le han profesado y le
brindan veneración especial. No entendía demasiado aquellas piedras que el
Espíritu Santo había puesto en su camino pero, desde su honestidad y
transparencia, supo sortearlas con obediencia, sencillez y humildad. No fue un gran
teólogo pero, su corazón, nos habla de su profunda sabiduría y prudencia. San José
es de aquellas personas a las cuales, Dios, se les revela por ser sencillas y se le
niega a otros que creen saberlo todo. Por ello, y por mucho más, Dios se le reveló y
de él se fio.
3.-.San José, en este Año de la Vida Consagrada, de Teresa de Jesús o de San Juan
Bosco, nos indica el camino a seguir para un verdadero cristiano: ser constante aún
a riesgo de no ser entendido ni comprendido. San José figura en los anales de la
historia de aquellos santos que, sin pedir cuentas ni exigir cálculos a Dios, se puso
en camino. Es, entre otras muchas cosas, testimonio de lo que puede ser la vida de
un cristiano hoy y aquí: hay que fiarse aún en medio de la noche oscura: cuando
Dios habla y cuando, Dios, calla; cuando todo sale según nuestros planes y, cuando
Dios, los desborda; cuando pretendemos contar hasta cuatro y, cuando Dios, nos
exige llegar hasta diez.
Una de las peculiaridades de San José, Patrón de la Iglesia, es su cercanía. Nada le
fue indiferente. Vivió con silencio pero con radicalidad su apuesta por Cristo. Estuvo
en el momento preciso y en el lugar indicado; no siempre con las cosas claras…pero
ahí estuvo. Podemos decir, y ahora que el Papa utiliza tanto este término, que fue
una persona de periferias: constantemente saliendo fuera de sí mismo.
4.- ¿Nosotros? No siempre ante la contradicción somos fuertes y, mucho menos,
constantes. La oscuridad de San José fue resuelta con su fe ciega en el Creador.
¿Nosotros? Hasta las más pequeñas tinieblas, en muchos momentos, se convierten
en espoletas que son excusas para vivir como si Dios no existiera. Como si Dios nos
exigiera más de lo que podemos ofrecerle o solicitando de nosotros más fuerzas de
las que le podamos ofrecer.
Dios, los primeros misterios de la salvación, los quiso depositar en gente sencilla
(José y María). Pudo haberlo hecho en renombrados sacerdotes, en medio de
imponentes templos, en sabios y entendidos. ¡Pero no! Dios, cuando se cuela por la
ventana de Nazaret y llena en plenitud las entrañas de María, sabía que en José
podría encontrar un “sí” sin condiciones, con interrogantes pero con generosa y
definitiva respuesta.
5.- Que todo ello, además de su espiritualidad fecunda, nos ayude también a rezar
por algo que nos preocupa: las vocaciones sacerdotales. Hoy es el momento
adecuado para mirar hacia el cielo y pedir al Señor que nos ayude a dar con la
clave de la familia cristiana. Sólo surgirán vocaciones al sacerdocio cuando, entre
otras cosas, nuestras familias recen, bendigan la mesa, asistan a la eucaristía y
progresen en el conocimiento de Jesucristo. Lo contrario, además de ser poco
menos que un milagro, serán condiciones óptimas pero para todo lo contrario.
6.- ¿Qué mandáis hacer de mí? Así reza el lema del Seminario en esta campaña del
2015. San José lo tuvo claro: ¡Todo me mandáis! Necesitamos gente que, tocada
por la vocación sacerdotal, sientan que hoy y aquí se puede ser feliz haciendo
felices a los demás desde el anuncio de Jesucristo. Inconvenientes no faltarán pero,
no es menos cierto, que en el resto de las profesiones no faltan hipocresías,
decepciones, deserciones, traiciones y mediocridad. Con una diferencia: en lo
demás fallan nuestros superiores. En la vida consagrada, Dios, nunca falla. San
José ruega por nosotros.
7.- ESLABÓN DE CADENA
Eres José, de María, esposo
Silencio en medio del ruido
que nos trae, nos descubre y nos lleva al Salvador.
Eres prudencia, cuando sin verlo todo claro,
ves más allá de la nube de la incertidumbre
cuando Dios habla en horas inciertas y amargas.
Eres sencillez que, en los compases complicados,
nos descubres que la vida hay que tejerla
con las agujas de la humildad y de la docilidad.
Que, sólo desde el la apertura de miras,
se puede llegar a comprender que Dios
lejos de pedir imposibles
convierte en real lo que para nosotros es inalcanzable.
Eres, José, eslabón de una cadena pretérita
que se hace fuerte en su Anunciación
se rompe en la noche del nacimiento de Cristo
y fiel en los momentos de su predicación.
Eres, José, oído que escucha y labios que callan
pies que caminan en lo desconocido
y corazón que ama sin saber por qué en verdad amar.
Eres, José, pensamiento que en el cielo descansa
y, además, reflexión que todo lo aclara.
Con razón, José, no hay deseo que tú no lo alcances
Sabes, como nadie, cómo llegar al Corazón de Cristo
y, en ese corazón, depositar las oraciones
de los que ni somos sencillos ni obedientes
ni, tal vez, soñadores con lo que tú soñaste
Dirígenos, hombre de calma y paz,
para, en ese silencio, a Dios poder encontrar
Cadena, eres José, que une lo humano y lo divino
lo imposible con lo certero
las lágrimas con el consuelo
las dudas con los dulces y divinos sueños.
Siempre, entre bambalinas, en lugar apartado
eres reflejo de lo que debe ser un gran santo:
siempre escondido
para que Dios brille en todo su esplendor.