DOMINGO DE RAMOS
LECTURAS:
PRIMERA
Isaías 50,4-7
El Señor Yahveh me ha dado lengua de discípulo, para que haga saber al cansado
una palabra alentadora. Mañana tras mañana despierta mi oído,para escuchar como
los discípulos; el Señor Yahveh me ha abierto el oído. Y yo no me resistí, ni me hice
atrás. Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban
mi barba. Mi rostro no hurté a los insultos y salivazos. Pues que Yahveh habría de
ayudarme para que no fuese insultado, por eso puse mi cara como el pedernal, a
sabiendas de que no quedaría avergonzado.
SEGUNDA
Filipenses 2,6-11
El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino
que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a
los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo,
obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó
el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese
que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre.
EVANGELIO
Marcos 14,1-15,47
Faltaban dos días para la Pascua y los Azimos. Los sumos sacerdotes y los escribas
buscaban cómo prenderle con engaño y matarle. Pues decían: "Durante la fiesta no,
no sea que haya alboroto del pueblo". Estando él en Betania, en casa de Simón el
leproso, recostado a la mesa, vino una mujer que traía un frasco de alabastro con
perfume puro de nardo, de mucho precio; quebró el frasco y lo derramó sobre su
cabeza. Había algunos que se decían entre sí indignados: "¿Para qué este
despilfarro de perfume? Se podía haber vendido este perfume por más de
trescientos denarios y habérselo dado a los pobres". Y refunfuñaban contra ella.
Mas Jesús dijo: "Déjenla. ¿Por qué la molestan? Ha hecho una obra buena en mí.
Porque pobres tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando
quieran; pero a mí no me tendrán siempre. Ha hecho lo que ha podido. Se ha
anticipado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Yo les aseguro: dondequiera
que se proclame la Buena Nueva, en el mundo entero, se hablará también de lo que
ésta ha hecho para memoria suya". Entonces, Judas Iscariote, uno de los Doce, se
fue donde los sumos sacerdotes para entregárselo. Al oírlo ellos, se alegraron y
prometieron darle dinero. Y él andaba buscando cómo le entregaría en momento
oportuno. El primer día de los Azimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le
dicen sus discípulos: "¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para
que comas el cordero de Pascua?" Entonces, envía a dos de sus discípulos y les
dice: "Vayan a la ciudad; les saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de
agua; síganle y allí donde entre, digan al dueño de la casa: "El Maestro dice:
¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?" El les
enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; hagan allí
los preparativos para nosotros". Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo
encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua. Y al atardecer, llega
él con los Doce. Y mientras comían recostados, Jesús dijo: "Yo les aseguro que uno
de ustedes me entregará, el que come conmigo". Ellos empezaron a entristecerse y
a decirle uno tras otro: "¿Acaso soy yo?" El les dijo: "Uno de los Doce que moja
conmigo en el mismo plato. Porque el Hijo del hombre se va, como está escrito de
él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a
ese hombre no haber nacido!" Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo,
lo partió y se lo dio y dijo: "Tomen, este es mi cuerpo". Tomó luego una copa y,
dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: "Esta es mi sangre
de la Alianza, que es derramada por muchos. Yo les aseguro que ya no beberé del
producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios". Y
cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos. Jesús les dice: "Todos
se van a escandalizar, ya que está escrito: "Heriré al pastor y se dispersarán las
ovejas" Pero después de mi resurrección, iré delante de ustededs a Galilea". Pedro
le dijo: "Aunque todos se escandalicen, yo no". Jesús le dice: "Yo te aseguro: hoy,
esta misma noche, antes que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres".
Pero él insistía: "Aunque tenga que morir contigo, yo no te negaré". Lo mismo
decían también todos. Van a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a
sus discípulos: "Siéntense aquí, mientras yo hago oración". Toma consigo a Pedro,
Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. Y les dice: "Mi alma está
triste hasta el punto de morir; quédense aquí y velen". Y adelantándose un poco,
caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora. Y decía:
"¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que
yo quiero, sino lo que quieras tú". Viene entonces y los encuentra dormidos; y dice
a Pedro: "Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar? Velen y oren, para que
no caigan en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil" Y
alejándose de nuevo, oró diciendo las mismas palabras. Volvió otra vez y los
encontró dormidos, pues sus ojos estaban cargados; ellos no sabían qué
contestarle. Viene por tercera vez y les dice: "Ahora ya pueden dormir y descansar.
Basta ya. Llegó la hora. Miren que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos
de los pecadores. ¡Levántense! ¡vámonos! Miren, el que me va a entregar está
cerca". Todavía estaba hablando, cuando de pronto se presenta Judas, uno de los
Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, de parte de los sumos
sacerdotes, de los escribas y de los ancianos. El que le iba a entregar les había
dado esta contraseña: "Aquel a quien yo dé un beso, ése es, préndanle y llévenle
con cautela". Nada más llegar, se acerca a él y le dice: "Rabbí", y le dio un beso.
Ellos le echaron mano y le prendieron. Uno de los presentes, sacando la espada,
hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le llevó la oreja. Y tomando la palabra Jesús,
les dijo: "¿Como contra un salteador han salido ustedes a prenderme con espadas y
palos? Todos los días estaba junto a ustedes enseñando en el Templo, y no me
detuvieron. Pero es para que se cumplan las Escrituras". Y abandonándole huyeron
todos. Un joven le seguía cubierto sólo de un lienzo; y le detienen. Pero él, dejando
el lienzo, se escapó desnudo. Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y se reúnen
todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. También Pedro le siguió de
lejos, hasta dentro del palacio del Sumo Sacerdote, y estaba sentado con los
criados, calentándose al fuego. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín entero andaban
buscando contra Jesús un testimonio para darle muerte; pero no lo encontraban.
Pues muchos daban falso testimonio contra él, pero los testimonios no coincidían.
Algunos, levantándose, dieron contra él este falso testimonio: «Nosotros le oímos
decir: Yo destruiré este Santuario hecho por hombres y en tres días edificaré otro
no hecho por hombres.» Y tampoco en este caso coincidía su testimonio. Entonces,
se levantó el Sumo Sacerdote y poniéndose en medio, preguntó a Jesús: "¿No
respondes nada? ¿Qué es lo que éstos atestiguan contra ti?" Pero él seguía callado
y no respondía nada. El Sumo Sacerdote le preguntó de nuevo: "¿Eres tú el Cristo,
el Hijo del Bendito?" Y dijo Jesús: "Sí, yo soy, y verán al Hijo del hombre sentado a
la diestra del Poder y venir entre las nubes del cielo". El Sumo Sacerdote se rasga
las túnicas y dice: "¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Han oído la blasfemia.
¿Qué les parece?" Todos juzgaron que era reo de muerte. Algunos se pusieron a
escupirle, le cubrían la cara y le daban bofetadas, mientras le decían: "Adivina", y
los criados le recibieron a golpes. Estando Pedro abajo en el patio, llega una de las
criadas del Sumo Sacerdote y al ver a Pedro calentándose, le mira atentamente y le
dice: "También tú estabas con Jesús de Nazaret". Pero él lo negó: "Ni sé ni
entiendo qué dices", y salió afuera, al portal, y cantó un gallo. Le vio la criada y
otra vez se puso a decir a los que estaban allí: "Este es uno de ellos". Pero él lo
negaba de nuevo. Poco después, los que estaban allí volvieron a decir a Pedro:
"Ciertamente eres de ellos pues además eres galileo". Pero él, se puso a echar
imprecaciones y a jurar: "¡Yo no conozco a ese hombre de quien hablan!"
Inmediatamente cantó un gallo por segunda vez. Y Pedro recordó lo que le había
dicho Jesús: "Antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres". Y rompió
a llorar.
Pronto, al amanecer, prepararon una reunión los sumos sacerdotes
con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín y, después de haber atado a Jesús,
le llevaron y le entregaron a Pilato. Pilato le preguntaba: "¿Eres tú el Rey de los
judíos?" El le respondió: "Sí, tú lo dices". Los sumos sacerdotes le acusaban de
muchas cosas. Pilato volvió a preguntarle: "¿No contestas nada? Mira de cuántas
cosas te acusan". Pero Jesús no respondió ya nada, de suerte que Pilato estaba
sorprendido. Cada Fiesta les concedía la libertad de un preso, el que pidieran. Había
uno, llamado Barrabás, que estaba encarcelado con aquellos sediciosos que en el
motín habían cometido un asesinato. Subió la gente y se puso a pedir lo que les
solía conceder. Pilato les contestó: "¿Quieren que les suelte al Rey de los judíos?"
(Pues se daba cuenta de que los sumos sacerdotes le habían entregado por
envidia.) Pero los sumos sacerdotes incitaron a la gente a que dijeran que les
soltase más bien a Barrabás. Pero Pilato les decía otra vez: "Y ¿qué voy a hacer con
el que llaman ustedes el Rey de los judíos?" La gente volvió a gritar: "¡Crucifícale!"
Pilato les decía: "Pero ¿qué mal ha hecho?" Pero ellos gritaron con más fuerza:
"Crucifícale!" Pilato, entonces, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás
y entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuera crucificado. Los soldados le
llevaron dentro del palacio, es decir, al pretorio y llaman a toda la cohorte. Le
visten de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñen. Y se pusieron a
saludarle: "¡Salve, Rey de los judíos!" Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le
escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Cuando se hubieron burlado
de él, le quitaron la púrpura, le pusieron sus ropas y le sacan fuera para
crucificarle. Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del
campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. Le conducen al lugar
del Gólgota, que quiere decir: Calvario. Le daban vino con mirra, pero él no lo
tomó. Le crucifican y se reparten sus vestidos, echando a suertes a ver qué se
llevaba cada uno. Era la hora tercia cuando le crucificaron. Y estaba puesta la
inscripción de la causa de su condena: "El Rey de los judíos". Con él crucificaron a
dos salteadores, uno a su derecha y otro a su izquierda. Y los que pasaban por allí
le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: "¡Eh, tú!, que destruyes el Santuario
y lo levantas en tres días, ¡sálvate a ti mismo bajando de la cruz!" Igualmente los
sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas diciendo: "A otros
salvó y a sí mismo no puede salvarse. ¡El Cristo, el Rey de Israel!, que baje ahora
de la cruz, para que lo veamos y creamos". También le injuriaban los que con él
estaban crucificados. Llegada la hora sexta, hubo oscuridad sobre toda la tierra
hasta la hora nona. A la hora nona gritó Jesús con fuerte voz: "Eloí, Eloí, ¿lema
sabactaní?", - que quiere decir - "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has
abandonado?" Al oír esto algunos de los presentes decían: "Mira, llama a Elías".
Entonces uno fue corriendo a empapar una esponja en vinagre y, sujetándola a una
caña, le ofrecía de beber, diciendo: "Dejen, vamos a ver si viene Elías a
descolgarle". Pero Jesús lanzando un fuerte grito, expiró. Y el velo del Santuario se
rasgó en dos, de arriba abajo. Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había
expirado de esa manera, dijo: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios".
Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena,
María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé, que le seguían y le
servían cuando estaba en Galilea, y otras muchas que habían subido con él a
Jerusalén. Y ya al atardecer, como era la Preparación, es decir, la víspera del
sábado, vino José de Arimatea, miembro respetable del Consejo, que esperaba
también el Reino de Dios, y tuvo la valentía de entrar donde Pilato y pedirle el
cuerpo de Jesús. Se extraño Pilato de que ya estuviese muerto y, llamando al
centurión, le preguntó si había muerto hacía tiempo. Informado por el centurión, el
cuerpo a José, quien, comprando una sábana, lo descolgó de la cruz, lo envolvió en
la sábana y lo puso en un sepulcro que estaba excavado en roca; luego, hizo rodar
una piedra sobre la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la de Joset se
fijaban dónde era puesto".
HOMILÍA
Ninguno de los libros proféticos nos ofrece una visión del Mesías como el Segundo
Isaías,que es como se llama a esta parte del libro del Profeta , donde se nos retrata
el sufrimiento que ha de padecer el Siervo de Yahveh.
Hoy escuchamos en la primera lectura unos párrafos en los que se muestran
algunos de los vejámenes, humillaciones y torturas que ha de padecer el Cristo por
haber cargado con los pecados de la humanidad.
Esa era la misión que le encomendaba el Padre, y El la cumplió a la perfección.
Todas las predicciones del profeta se cumplieron cabalmente en Jesús.
Como dice el apóstol Pablo en la segunda lectura: "El, siendo de naturaleza divina,
no tuvo a menos rebajarse hasta nosotros, haciéndose siervo para nuestra
justificación, por lo que el Padre lo exaltó para que “al nombre de Jesús toda rodilla
se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que
Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre”.
Aquellos sufrimientos anunciados se hicieron realidad y todavía los propasaron en la
intensidad del dolor. Los enemigos del Señor no escatimaron esfuerzos para hacerlo
sufrir.
En este domingo, que llamamos de Ramos, porque recordamos la entrada de Jesús
a Jerusalén en medio del entusiasmo de la gente, que lo aclamaba como Hijo de
David, y el que venía en el nombre del Señor, comenzamos una semana que
llamamos Santa por excelencia, ya que la dedicaremos a meditar en lo que Cristo
tuvo que hacer para salvarnos de la eterna maldición.
No podemos en modo alguno quedarnos sólo con el recuerdo de lo que Jesús sufrió.
Tenemos que tomar conciencia de que todo eso lo hizo por cada uno de nosotros.
La humillación de Jesús en todo el proceso que comienza con su entrada en la
Ciudad Santa, y culminará con su salida de ella convertido en un reo condenado a
morir en una cruz, no nos tiene que llevar a un lamento como el de aquellas
mujeres que lloraban por él en el camino hacia el Calvario.
El mismo les advirtió que no debían hacerlo por él, sino por ellas mismas y por sus
hijos. La única respuesta válida a la entrega de Jesús es que tratemos de completar
en nosotros mismos lo que le falta a la pasión del Señor.
Así lo dice san Pablo: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por
ustedes, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor
de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Colosenses 1,24).
No es que nos diga el apóstol que algo faltó a su pasión. Nosotros, en realidad,
nada podemos agregar, como no sea nuestra disposición a padecer cualquier
tribulación para hacer realidad su salvación en favor de nuestros hermanos.
Es a eso a lo que se refiere el Apóstol, pues nos dice que se trata de padecimientos
en favor de la Iglesia, y todos los discípulos de Jesús estamos obligados a cumplir
con esa misión que El encomendó a la Iglesia: anunciar por todas partes la Buena
Noticia de la eterna salvación que El realizó con su muerte y resurrección.
Claro que no podemos quedarnos con el dolor como tal, sino con el dolor que
purifica, que transforma, que renueva, que santifica, que se une al dolor de Cristo
para la salvación de todo el género humano.
Si bien Jesús ofreció en el altar de la Cruz el único sacrificio capaz de salvarnos, El
nos hace a todos sus discípulos participes del mismo cuando fuimos transformados
por el Bautismo en hijos de Dios. El también nos reúne como miembros de la
Iglesia para celebrar en la Eucaristía el Memorial de su muerte y resurrección.
La Iglesia, en todos sus miembros, tiene que seguir perpetuando los efectos
salvíficos de la pasión de Jesús, llevando a la humanidad a la conversión que nos
hace dignos de reinar con El.
No podemos olvidar que la reflexión profunda a la que somos invitados durante esta
Semana, no se puede quedar en un simple recordar lo que Jesús padeciera. El
murió y resucitó. El abrió las puertas celestiales para todos nosotros.
Una participación externa en los oficios de estos días podría no tener ningún efecto
salvífico en nosotros. También muchos judíos salieron a recibirlo en Jerusalén, con
palmas y ramos, aclamándolo como el Mesías Salvador, y luego quizás se echaron
atrás y gritaron contra El pidiendo que fuera ajusticiado.
Si esta Semana no significa para cada uno de nosotros una renovación interna de
nuestra vida, comprometiéndonos a llevar a cabo una conversión sincera que nos
una a Cristo y con El al Padre en el Espíritu Santo, pasará sin pena ni gloria.
Por eso esta Semana tiene que ser una preparación, para que el Domingo de
Resurrección todos nos renovemos en nuestro empeño por hacer de Jesús nuestro
verdadero Salvador.
Que estos días de reflexión y penitencia inunden nuestras almas de sincero
arrepentimiento, a fin de que resucitemos de veras con Cristo a una vida nueva, en
la que el amor a Dios y a los hermanos sea una realidad.
Que esta Semana Santa sea para todos una oportunidad para acercarnos más y
más a Quien lo dio todo por nosotros.
Padre Arnaldo Bazan