DOMINGO V DE CUARESMA (B)
Homilía del P. Manel Gasch, monje de Montserrat
22 de marzo de 2015
Jer 31,31-34 / Heb 5,7-9 / Jn 12,20-33
"Quisiéramos ver a Jesús": cuántas intenciones diversas podemos encontrar, queridas
hermanas y queridos hermanos, detrás de las palabras que hemos escuchado en el
evangelio de San Juan. La petición de estos discípulos griegos a los apóstoles podría
corresponder al grito de una multitud, como a un lema de una manifestación coreado
con la típica musiquita, hasta el llanto de cualquier místico. ¿Qué puede haber detrás
de estas palabras?
"Quisiéramos ver a Jesús". Sería muy humano y muy comprensible que en esta
petición hubiera todo lo que normalmente hay detrás de la admiración por un líder
fuerte: admiración por su personalidad, admiración por sus logros, por sus discursos
brillantes, por sus promesas de transformar la sociedad. Hay que pensar que el
fragmento que hemos escuchado habla ya de los últimos días. Jesús era
inmensamente popular. Seguramente no se hablaba de otra cosa en Jerusalén. Justo
antes de este discurso, se nos ha narrado la resurrección de Lázaro y la entrada en
Jerusalén. Todo el mundo en el templo preguntaba por él. Entendemos que este
Quisiéramos ver a Jesús era fruto de todo este ambiente. Y pienso que nos sería muy
bueno que nos lo apropiásemos personalmente: ¿Qué nos hace sentir en nuestro
interior decir Quisiéramos ver a Jesús, o mejor: Quiero ver a Jesús?
Si nos hacemos la pregunta, quizás estaremos en mejores condiciones de escuchar la
respuesta. ¿Y qué nos responde este evangelio?
¿Queréis ver a Jesús? De acuerdo. "Ahora os digo quién es este Jesús que deseáis
ver y que tal vez no es el que veníais a buscar: es un Jesús que dará la vida, que ha
de morir, y lo tiene muy claro en estos últimos días, e incluso le pasa por la cabeza
evitarlo, pero sabe que la fidelidad le lleva a esta muerte. Y nos invita a hacer lo mismo
a todos. Es un Jesús que invita al servicio: que se ha hecho servidor y lo propone a
todos. Y todo ello por una vida diferente, eterna, que no acabaremos de palpar en este
mundo y por la promesa de una gloria de Dios que no podremos medir con resultados,
ni con encuestas ni con ningún otro método de valorar lo que pase en la tierra como
tanto nos gusta hacer hoy, en una sociedad que quiere medir hasta lo que tiene que
pasar. Este es el programa de Jesús. Perder la vida, servir y morir, frente a todas las
promesas que nos hacen nuestros llamados líderes me parece francamente muy poco
popular.
Pero sorprendentemente este mensaje tiene más afiliados que ningún partido político y
ha durado más que ninguna ideología. ¿Es que somos masoquistas y nos adherimos a
una doctrina que nos dice que tenemos que sufrir, dar, morir? De ninguna manera. Lo
que dice Jesús a todos los que quieran ver es que el fruto que podemos dar, la vida
plena que esperamos, aquí y en el más allá, y la gloria (que es el estar con Dios) sólo
se consiguen con un trabajo constante, con paciencia, con confianza. Este trabajo
conlleva siempre esfuerzo y sacrificio, palabra muy terrible en la opinión pública
general, pero que el paso de los años van haciendo presente en la vida de los que
apuestan por la autenticidad. La transformación de nuestro mundo en el Reino de Dios
nos exige esta actitud de entrega y de servicio. Nos exige trabajar con la realidad y la
realidad es a menudo dura como la tierra. Pero el objetivo siempre es la plenitud, el
fruto y el cambio de todo lo que hay que mejorar. A diferencia de lo que nos
encontramos siempre en el mundo laboral y político, a Jesús le basta con pedirnos una
actitud. De los resultados ya se ocupa él. ¡Qué tranquilidad! Y además está
comprobado que funciona. ¡Cuántas vidas no conocemos que guiándose por estos
principios, han dado fruto!
Es difícil dar recetas o consejos sobre qué podría significar hoy hacerse servidores de
Jesús, darse, aceptar el momento difícil en cada una de nuestras vidas. Sólo
compartiré un pensamiento de estos últimos tiempos: Jesús quiso transformar la
sociedad y lo quiso hacer en primer lugar cambiando la persona humana, su alianza
es una alianza del corazón y de la mente, como hemos leído en la primera lectura.
Cuando Jesús habla de transformar la sociedad, no promete precisamente más
riqueza a sus seguidores. Su discurso es global, global de verdad, su Reino nunca es
promesa de más bienestar para sus electores potenciales, por su país, estado o
continente, no es nunca repartir más entre unos cuantos, sino que engloba toda la
humanidad. Echo de menos hoy algo de esta utopía que mira más allá de los intereses
cercanos, que se preocupa de toda la tierra. El mensaje de Jesús es para todos, y a
los cristianos nos corresponde tener presente a toda la humanidad. Con nuestra crisis
en la sociedad occidental, tengo la impresión de que hemos dejado mucho de mirar
más allá, a lugares donde la situación es incomparablemente más precaria. Siria,
África... el mundo atraviesa verdaderamente realidades hechas de dolor y de muerte.
¡Quisiéramos ver a Jesús! Saldremos a ver la gloria de Jesús y primero encontraremos
su muerte. El evangelio de hoy no es sino un resumen de la Pasión, de la muerte y de
la resurrección del Señor. Corresponde a este domingo que antiguamente se llamaba
primero de pasión. San Juan lo ha hecho con otro vocabulario, pero finalmente nos ha
dicho que si queremos ver a Jesús, no olvidemos que antes de su resurrección
encontraremos su cruz.
Al acercarse a Jesús, diciéndole que lo queremos ver, tratamos de estar lo
suficientemente abiertos y receptivos para dejarnos sorprender, para comprender cuál
es el grano de trigo que debe morir para dar fruto, en qué podemos dar la vida, cuál es
el servicio que nos pide para ser como él. Tengamos claro que él no hace ninguna
teoría. Sólo nos indica y nos cuenta el mismo camino que él recorrió. Dentro de una
semana empezaremos a celebrar el núcleo de este camino, acompañándolo en su
pasión y muerte... pero luego estará el fruto, habrá la vida y habrá la gloria de estar
con Dios. Este es el final del camino propuesto a todos.